Podemos llamar así, ideología, a una corriente de pensamiento surgida en el ámbito de los diversos movimientos feministas, que se asienta en un presupuesto conceptual bien delimitado.
La personalidad de cada ser humano, en lo que se refiere a la sexualidad, la establece y la define cada persona. Para establecer y definir esa personalidad, cada persona tiene presente su propia “orientación sexual”, y su “identidad de género”.
Señalemos de entrada las dos definiciones que sostienen el entramado de esta “ideología”, tal como sus representantes las han dejado establecidas en el preámbulo a los Principios de Yogyakarta, y que son los que nos van a permitir exponer con la claridad posible, el contenido de esta “ideología”.
“Orientación sexual” “Se refiere a la capacidad de cada persona de sentir una profunda atracción emocional, afectiva y sexual por personas de un género diferente al suyo, o de su mismo género, o de más de un género”.
“Identidad de género” “Se refiere a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona lo siente profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos, o de otra índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el modo de hablar y los modales”.
El término “sexo” hace referencia a la naturaleza e implica dos posibilidades (varón, mujer). El término “género” proviene del campo de la lingüística, y recoge tres variaciones: masculino, femenino, neutro. Las diferencias entre el varón y la mujer no corresponderían -fuera de las obvias diferencias morfológicas-, a una naturaleza “dada”, sino que serían construcciones culturales “hechas” según los roles y estereotipos que en cada sociedad se asigne a los sexos”
El término “género” se refiere a las relaciones entre mujeres y hombres basadas en roles definidos socialmente que se asignan a uno u otro sexo”.
El momento de mayor auge y lanzamiento de la “ideología de género” fue la Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Pekín en 1995, y desde entonces ha seguido tomando auge. Un paso grande en la presentación de esta “ideología de género”, ha tenido lugar a partir de octubre de 2006, con los llamados “Principios de Yogyakarta”, que se presentan con el subtítulo de: “Principios sobre la aplicación de la Legislación Internacional de Derechos Humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género”.
Entre las principales autoras y difundidoras de esta ideología son, entre otras: Bella Abzug; Judith Butler; Christina Hoff Sommers; Shulamit Firestone; Ann Ferguson; Nancy Folbre; Heidi Hartmannn; Alison Jagger; Christine Riddiough. A estas hay que añadir las que se presentan como teólogas de la “escuela feminista de género”, entre las que cabe señalar: Carole R. Bohn; Carol Christ; Elisabeth Schussler Fiorenza; Joanne Carlson Brown.
La ideología de “genero” afirma que no desea corregir las realidades culturales que daban lugar a esas discriminaciones e injusticias señaladas, limitándose a cambiar el acercamiento intelectual a la realidad del sexo. Va mucho más allá, y por otro camino: pretende quitar cualquier apoyo a cualquier otra discriminación semejante y posible, y escoge el camino de “des-construir” la realidad del mismo sexo, estableciendo el “genero” en lugar del “sexo”.
O sea, el modo de vivir el “sexo” no me lo dicta la naturaleza, sino que lo establece mi libertad, que transforma el “sexo” natural en el concepto intelectual “género”.
Como primer paso, afirman que el ser hombre o ser mujer es una convicción cultural; y por tanto, el modo de ser variará con el ambiente cultural que los origina; y a la vez, reducen la naturalidad biológica del sexo, realidad incontrastable, sencillamente a la “procreación”, aunque también hablan de que la mujer debe “liberarse del parto”. Y la convierten en una tendencia libremente establecida por cada ser humano, contando lógicamente con la realidad dada.
Hablan, por ejemplo, en vez de dos “sexos”, de cinco o más “géneros” según los puntos de vista. Se tendrían por ejemplo estos géneros: heterosexual masculino; heterosexual femenino; homosexual; lesbiana; bisexual e indiferenciado.
Comenta una autora: “Lo ‘natural’ no es necesariamente un valor ‘humano’. La humanidad ha comenzado a sobrepasar la naturaleza; ya no podemos justificar la continuación de un sistema discriminatorio de clases por sexos sobre la base de sus orígenes en la naturaleza. De hecho, por la sola razón de pragmatismo empieza a parecer que debemos deshacernos de ella”.
Además de que todo estos comportaría que toda práctica sexual entraría dentro de la más absoluta normalidad “cultural”; no tendría, tampoco, porque ser definitiva. O sea, cada ser humano elegiría su “configuración “sexual según sus tiempos y circunstancias, según sus deseos, y en cualquier época de su vivir.
No hemos de olvidar, sin embargo, que el problema planteado no se reduce a la cuestión sexual, ni siquiera a la problemática en torno al feminismo, ni mucho menos.
“Aunque la raíz inmediata de dicha tendencia se coloca en el contexto de la cuestión femenina, su más profunda motivación debe buscarse en el tentativo de la persona humana de liberarse de sus condicionamientos biológicos (en el fondo, liberarse de su ser criatura). Según esta perspectiva antropológica, la naturaleza humana no lleva en sí misma características que se impondrían de manera absoluta: toda persona podría o debería configurarse según sus propios deseos, ya que sería libre de toda predeterminación vinculada a su constitución esencial” (Carta (de la Congregación de la Fe) a los Obispos sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo” (31 mayo 2004).
Esa “liberación” biológica lleva consigo una “liberación” del matrimonio, de la familia, y hasta de la maternidad. El hecho biológico de dar a luz, por ejemplo, no llevaría consigo necesariamente la “maternidad”, como actitud vital y personal: una mujer podría dar a luz de forma exclusivamente “biológica”, como una máquina que “produce” un artefacto cualquiera; o, incluso, como ya he señalado, y sería la última palabra, que la mujer no tuviera que parir.
Un ejemplo claro de lo que se pretende con la “des-construcción” lo podemos ver en el siguiente párrafo de Heidi Hartmann:
“La forma en que se propaga la especie es determinada socialmente. Si biológicamente la gente es sexualmente polimorfa y la sociedad estuviera organizada de modo que se permitiera por igual toda forma de expresión sexual, la reproducción sería resultado sólo de algunos encuentros sexuales: los heterosexuales. La división estricta del trabajo por sexos, un invento social común a toda sociedad conocida, crea dos géneros muy separados y la necesidad de que el hombre y la mujer se junten por razones económicas. Contribuye así a orientar sus exigencias sexuales hacia la reacción heterosexual, y a asegurar la reproducción biológica. En las sociedades más imaginativas, la reproducción biológica podría asegurarse con otras técnicas”.
Señalo la cursiva, porque como se puede apreciar, las elucubraciones de “Un mundo feliz” de Huxley no estaban muy lejos de todo esto.
Para llegar a una aceptación universal de estas ideas, los promotores del feminismo radical de género intentan conseguir un gradual cambio cultural: la llamada “des-construcción” de la sociedad, empezando por la familia y la educación de los hijos, insistiendo en el principio que late en todo su razonamiento: el ser humano es fruto de su propia decisión, en todos los campos de su existencia.
Un texto que puede servir de ejemplo:
“Nosotros, los abajo firmantes, hacemos un llamamiento a los Estados Miembros a reconocer el derecho a determinar la propia identidad sexual; el derecho a controlar el propio cuerpo, particularmente el establecer relaciones de intimidad; y el derecho a escoger, dado el caso, cuándo y con quién engendrar hijos, como elementos fundamentales de todos los derechos humanos de toda mujer, sin distinción de orientación sexual” (Manifiesto de la Ong Internacional Gay and Lesbian Human Rights).
Y más explícitamente leemos en la Introducción a los Principios de Yogyakarta:
“Los Principios abordan una amplia gama de normas de derechos humanos y su aplicación a los asuntos de la orientación sexual e identidad de género. Los Principios afirman la obligación primordial de los Estados de implementar los derechos humanos. Cada Principio va acompañado de detalladas recomendaciones a los Estados”.
Consideraciones
Como primera reacción, podemos decir que esta ideología no respeta la verdad inscrita en la naturaleza; y añadir que el sexo no es un simple atributo, sino que es toda la persona que goza de una condición sexuada. Podemos insistir en que la masculinidad y la feminidad son los dos únicos modos de vivir la existencia humana; y que la conducta del hombre, de la mujer tienen su base en la naturaleza y no pueden desvincularse de ella, aunque lógicamente no hay una determinación natural que destruya la libertad.
Podemos decir eso, y además concluir que la ruptura con la condición biológica propia no libera ni a la mujer, ni al hombre; es más, que la ruptura puede ser un camino de perversión de la naturaleza que conduzca a un estado patológico.
Podemos decir todo esto, pero esas afirmaciones no hacen desaparecer el problema planteado, que surge de un hecho real: es decir, que lo naturalmente biológico no determina nunca la consistencia y la configuración definitiva de una persona. Si además, hemos de contar con el dato indiscutible de la libertad humana; se hace necesario un análisis de las relaciones entre naturaleza y libertad en la configuración de la persona humana, y en el desarrollo de la personalidad de cada uno.
O sea, se trata de encontrar la adecuada armonía de las relaciones de naturaleza y libertad en el hacerse del ser humano, armonía muy dificultada por el pensamiento de Descartes, Kant, Hegel, Sastre e incluso Heidegger. Para una mayor información sobre este tema sugiero la lectura de dos libros interesantes: R. Spaemann: “Lo natural y lo racional”, ed. Eunsa; y Juan Arana: “Los filósofos y la libertad”, Ed. Síntesis.
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Para situarnos bien ante esta ideología, pienso que conviene tener en cuenta que las afirmaciones expresadas hasta ahora, comportan, entre otros, los siguientes
Postulados:
-negación de una naturaleza humana, en su sentido más esencial; o sea, la “naturaleza” se convierte apenas en unos “datos”, que no indican en absoluto a la libertad humana el mejor modo de tenerlos en cuenta;
-predominio neto de una concepción que identifica al ser humano con el simple y llano actuar de su libertad. O sea, la libertad no se preocupa del sentido y del fin que los “datos” de la naturaleza manifiestan: el ser humano “hay que inventarlo”, sin ser “inventado” no es nada; y lógicamente la “inversión” no se basa en nada..
-desaparece toda referencia al ser humano como criatura, como ya hemos señalado, hecha a “imagen y semejanza” de Dios. Y, por consiguiente, todo sentido del vivir humano, más allá del puro vivir; y aun, incluso dentro del “simple vivir”.
-el ser humano “es” su libertad. El concepto de verdad desaparece. La “verdad” es la libertad de cada yo. Aunque en realidad, también el mismo yo desaparece, para convertirse en un conjunto de acciones deslabazadas y desconectadas las unas de las otras. No pocos autores hablan de la no existencia del “sujeto”.
Para concluir, una referencia a algunas consideraciones sobre la religión que defienden algunas “teólogas de la perspectiva de género”, sencillamente, a modo de ejemplo. Ejemplos que son fáciles de comprender. Si se falsea conceptualmente la obra de Dios, la creación, la naturaleza; es lógico que también se falsee conceptualmente al Creador.
Más de una piensa que la religión es un invento humano y las religiones principales fueron establecidas por los hombres para oprimir a las mujeres. Las más radicales postulan la “de-construcción” de la imagen de Dios, y cambiarla por Sabiduría femenina, por diosa. Carol Christ afirma: “Una mujer que se haga eco de la afirmación dramática de Ntosake Shange: ‘Encontré a Dios en mí misma y la amé ferozmente’ está diciendo: ‘El poder femenino es fuerte y creativo’. Está diciendo que el principio divino, el poder salvador y sustentador, está en ella misma y que ya no verá al hombre o a la figura masculina como salvador”.
Otras afirman, sencillamente, que los textos bíblicos son simples productos de una cultura e historia patriarcal androcéntrica.
Consideraciones al margen, para una mejor comprensión de la “ideología de género”.
Las diferencias entre el varón y la mujer no corresponden –afirman los partidarios de esta ideología- a una naturaleza “dada”; sino que serían meras construcciones culturales “hechas” según los roles y estereotipos que en cada sociedad se asignan a los sexos. En este contexto destacan, y no sin razones válidas, que en el pasado las diferencias entre los sexos fueron aumentadas desmesuradamente, en todo los campos del actuar humano, y se produjeron situaciones claras de injusticias y discriminaciones contra la mujer, que la han apartado durante siglos, de participar en debates públicos, de la vida política y cultural, de los estudios superiores y, en general, de cualquier participación en la toma de decisiones públicas.
El mismo Juan Pablo II lo reconoce en su Carta a las Mujeres, escrita precisamente en ocasión de la Conferencia de Pekín.
“Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido a la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales” Y prosigue:
“No sería ciertamente fácil señalar responsabilidades precisas, considerando la fuerza de las sedimentaciones culturales que, a lo largo de los siglos, han plasmado mentalidades e instituciones. Pero si en esto no han faltado, especialmente en determinados contextos históricos, responsabilidades objetivas incluso en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento sinceramente” (n. 3).
Además de esas consideraciones históricas, hemos de afirmar que la “naturaleza” no determina el modo de ser de la persona concreta y particular, y que en el realizarse de la “persona” la libertad juega un papel determinante. De esto, a afirmar que la libertad puede hacer con la naturaleza lo que desee hay un abismo, que sólo se puede saltar “conceptualmente”, no “realmente”.
Es cierto, también, que no existe ningún rasgo psicológico o espiritual atribuible solo a uno de lo sexos; aunque existen características que se presentan con más frecuencia y de formas diferentes en los varones y en las mujeres.
También parece un conocimiento ya definitivamente adquirido el de que nunca será posible determinar con exactitud científica lo que es “típicamente masculino” o “típicamente femenino”, pues la naturaleza y la cultura, las dos grandes modeladoras, están entrelazadas desde el principio, y muy estrechamente.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que el hecho de que el varón y la mujer experimenten el mundo de forma diferente, desempeñen tareas de manera distinta, planeen y reaccionen de manera desigual, tienen un fundamento sólido en la constitución biológica propia de cada uno de ellos.
La persona entera es varón o mujer, en la unidad de cuerpo y alma, la masculinidad y feminidad se extiende a todos los ámbitos de su ser; desde el profundo significado de las diferencias físicas entre el varón y la mujer, y su influencia en el amor corporal, hasta las diferencias psíquicas entre ambos y la forma diferente de manifestar su relación con Dios.
Podemos afirmar que en la persona humana, el sexo y el género –el fundamento biológico y la expresión cultural- no son idénticos y, a la vez, tampoco son completamente independientes. O sea, se da un cierto proceso de identificación en el propio sexo, que origina la identidad como varón o mujer, identidad que, en cualquier caso, no es única ni uniforme. La realidad “personal” única de cada ser humano está más allá de cualquier diferencia “natural”.
Los especialistas señalan tres aspectos de este proceso que, en el caso normal, se entrelazan armónicamente: sexo biológico (corporeidad); sexo psicológico (vivencias psíquicas como varón o mujer); sexo social (el asignado en el nacimiento).
En el plano biológico es oportuno no perder de vista que “cada célula de un cuerpo femenino es distinta de cada célula de un cuerpo masculino. La ciencia médica indica incluso diferencias estructurales y funcionales entre un cerebro masculino y otro femenino”. Dato incontrastable, precisamente por ser a nivel de célula.
En el plano psicológico, conviene distinguir entre identidad sexual; orientación sexual; y conducta sexual.
Es cierto, de otro lado, que la “sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en todas sus manifestaciones. La sexualidad, por tanto, no puede ser reducida a un puro e insignificante dato biológico, sino que es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano” (Carta de la Congregación de la Fe, n. 8).
A la vez, hemos de subrayar el carácter personal del ser humano. El hombre –ya sea hombre o mujer- es persona igualmente; en efecto, ambos han sido creados a imagen y semejanza del Dios personal.
Varón y mujer tienen la misma naturaleza humana, pero la tienen de modos distintos. En cierto sentido se complementan, entendiendo bien que se quiere decir.
Obviamente, en cuanto a ser “personas”, el varón y la mujer no se “complementan” en absoluto. Ni el actuar “sexual” es un complemento necesario a la persona humana.
El hecho de que el ser humano esté constitutivamente abierto a un “tú”, no lleva consigo que ese “tú” haya de ser necesariamente una persona de sexo diferente. O sea, podemos decir que la “complementariedad” ha de ser vista unida al acto creador de Dios –“varón y hembra lo creó”-; no para la realización personal de uno y de otro; sino para llevar a cabo la misión del ser humano, y para enriquecerse mutuamente. Esa misión ha sido dada al ser humano –varón y hembra-; no al varón, ni a la hembra por separado.
En este sentido, podemos decir que la sexualidad es vista como “el sello del Dios del amor en la estructura misma de la naturaleza humana” (Jutta Burggraf). Aunque cada persona es querida por Dios “por sí misma”, y llamada a una plenitud individual, no puede alcanzarla sino en comunión con otros. Está hecha para dar y recibir amor.
Una segunda consideración sobre la “complementariedad” se puede referir al enriquecimiento personal y cultural que comporta las relaciones entre hombres y mujeres. Ya hemos dejado constancia de la diferente apreciación de las realidades sociales, políticas, culturales, que tienen los hombres y las mujeres, independientemente de la educación recibida y de los componentes culturales que hayan asimilado del entorno en el que viven.
Estas diferencias se mantendrán siempre, en todas las civilizaciones y en cualquier lugar. “Lo masculino y lo femenino son así revelados como pertenecientes antológicamente a la creación, y destinados por tanto a perdurar más allá del tiempo presente, evidentemente en un forma transfigurada” (Carta de la Congregación de la Fe, 31 mayo 2004, n.12).
Parece obligado señalar el reto que se nos presenta para hacer posible que la consideración creatural del hombre y de la mujer, abra el horizonte no sólo de un mejor entendimiento, sino también, y sobre todo, para que toda la sociedad se beneficie de la “riqueza” de cada uno, de manera que las relaciones hombre-mujer se desenvuelvan según el verdadero orden querido por Dios. Un reto doble, teórico y práctico, que ha de fundamentarse también en la verdad de la mujer, criatura e hija de Dios; y realizarse en la aceptación plena del “genio de la mujer”.
“En tal perspectiva se entiende el papel insustituible de la mujer en los diversos aspectos de la vida familiar y social que implican las relaciones humanas y el cuidado del otro. Aquí se manifiesta con claridad lo que el Santo Padre ha llamado el genio de la mujer. Esto implica, ante todo, que las mujeres estén activamente presentes, incluso con firmeza, en la familia, sociedad primordial y, en cierto sentido, soberana, pues es particularmente en ella donde se plasma el rostro de un pueblo y sus miembros adquieren las enseñanzas fundamentales…Cuando faltan estas experiencias fundamentales, es el conjunto de la sociedad el que sufre violencia y se vuelve, a su vez, generador de múltiples violencias. Esto implica, además, que las mujeres estén presentes en el mundo del trabajo y de la organización social, y que tengan acceso a puestos de responsabilidad que les ofrezcan la posibilidad de inspirar las políticas de las naciones y de promover soluciones innovadoras para los problemas económico y sociales” ( Carta de la Congregación de la Fe, 31-mayo- 2004, n. 13).
“La “perspectiva de género” –que coincide con la que se señala en el párrafo anterior-, que defiende el derecho a la diferencia entre varones y mujeres y promueve la corresponsabilidad en el trabajo y la familia, no debe confundirse con el planteamiento radical que ignora y aplasta la diversidad natural de ambos sexos” (Jutta Burggraf).
Es más: “la promoción de las mujeres dentro de la sociedad tiene que ser comprendida y buscada como una humanización, realizada gracias a los valores redescubiertos por las mujeres. Toda perspectiva que pretenda proponerse como luchas de sexos sólo puede ser una ilusión y un peligro, destinados a acabar en situaciones de segregación y competición entre hombres y mujeres, y a promover un solipsismo, que se nutre de una concepción falsa de la libertad” (Carta de la Congregación de la Fe, 31-V-2004, n.14).
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Reflexiones
El principio en el que se fundamente esta teoría de la “identidad de género”, lo podemos ver claramente expresado en el Principio n. 3 de Yogyakarta:
“La orientación sexual o identidad de género que cada persona defina para sí, es esencial para su personalidad y constituye uno de los aspectos fundamentales de la autodeterminación, la dignidad y la libertad”.
Expresado en otras palabras: Una persona tiene que “definir” su orientación sexual e identidad de género, para tener verdaderamente “personalidad”. O sea, antes de que tenga lugar esa “definición” se podría pensar a tenor de lo escrito, que esa persona no tiene “personalidad”.
Y surge lógicamente la pregunta: ¿Cómo puede definir su propia “personalidad”, si todavía no existe esa “personalidad”?
La respuesta desde la ideología de género no se haría esperar: “La define por el ejercicio de su libertad, sin más. Se construye a sí misma”.
Y surge, a la vez, la consideración hacia el absurdo: Si una persona, en uso pleno de su libertad, define su personalidad castrándose o eligiendo un animal como su orientación sexual, ¿alcanzaría así a obtener su personalidad? ¿Se reconocería esa “personalidad” dentro de la ideología de género?
Vayamos por partes.
Toda decisión comporta la existencia de unas causas que inclinan la voluntad de quien decide a un lado o a otro.
Por lo señalado en las definiciones de “orientación sexual” y de “identidad de género”, los motivos que influyen en la libertad son: una “capacidad de sentir”; y una “vivencia interna”.
La “capacidad de sentir”, ¿es un instinto; y por tanto, algo genético; o es una decisión de la voluntad libre? Y la misma pregunta cabe hacerla sobre la “vivencia interna”. ¿Qué factor o factores la motiva? Toda vivencia es un impulso que corresponde a una estimulación anterior.
Si esto es así, tanto la “capacidad de sentir”, como la “vivencia interna”, se convierten en unos datos biológicos, o, al menos, con una fuerte base biológica. Cosa que la ideología de género no podrá admitir.
Si la ideología de género desea prescindir de toda connotación vinculante de la “naturaleza”, no queda otro camino que afirmar que tanto la “capacidad de sentir”, como la “vivencia interna”, son fruto de la decisión de la libertad; y queda por descubrir el porqué la libertad ha decidido por un camino o por otro.
¿La cultura imperante? ¿La educación recibida? ¿La influencia externa de los demás, del ambiente?
Nos encontramos entonces ante una “realidad cultural” que la “ideología de género” desea combatir, aunque no tenga más remedio que admitir que cualquier elección libre comporta y origina “una realidad cultural”, un “rol”. Y volvemos a empezar.
Si, por el contrario, se admite una cierta realidad natural, ¿por qué no aceptarla tal cual, dejando a la libertad la fuerza de realizar la orientación sexual debida y adecuada?
Para responder a esta pregunta es necesario resolver dos cuestiones previas. ¿Es la libertad sin más la que constituye la personalidad de la persona? ¿Tiene la libertad alguna guía que le permita –o ayude- a elegir uno u otro camino?
La primera pregunta es, realmente, una petición de principio; o sea, una contradicción interna. En efecto. ¿Cómo puede ser la libertad la que constituya la personalidad de la persona; si es en función de esa personalidad –desconocida hasta entonces- como ha de elegir la libertad?
Si es primero la libertad, ni la persona ni la personalidad existen, lógicamente, tampoco la libertad.
Si es primero la persona y la personalidad, la libertad está a su servicio, no contradiciéndolas. Si las contradice, las destruye. El ser humano es el único ser que tiene capacidad de suicidarse.
En este segundo supuesto no queda más que admitir límites a la libertad, si se emplea en servicio de la personalidad. Son los límites de la “naturaleza”.
Se podría considerar que la naturaleza está en esa “capacidad de sentir”, y en la “vivencia interna”; y que lógicamente se puede aceptar en plena libertad. Sin embargo “capacidad de sentir” y “vivencia interna” presuponen no solamente unos datos biológicos, sino una cierta configuración de la personalidad.
¿Basta una simple “capacidad de sentir”, y una “vivencia interna” para configurar una personalidad? Estaríamos ante un determinismo biológico que hace inútil cualquier libertad.
Además, si fuera así, nos encontraríamos ante el “absurdo” de una realidad limitada se podría transformar en una realidad sin límite de ningún tipo.
En uso de su libertad ¿cabría una “orientación sexual” hacia animales, que llegue a constituir la “personalidad” de un hombre, de una mujer (“sexo asignado”, se entiende)? ¿Sería ésta una “vivencia interna” que tendría libre acogida en la “identidad de género”?
¿Estaríamos en la misma situación si la libertad decido por la “aniquilación sexual”, por la castración? ¿Sería otra identidad de género?
Dentro de esta perspectiva, y llegados a este punto, podemos decir que nos encontramos ante un callejón sin salida. O sea, seguiríamos ante una elección “cultural”, que es de lo que se pretende huir.
Bibliografía.-
-“Feminismo y filosofía”, Celia Amorós (edit.). Ed. Síntesis. Madrid, 2000
-“El Feminismo de género” Dale O’Leary. “L’Osservatore Romano, 19-XI-2004
-J. Burggraf.“Género”, AA.VV. Lexicón. Pp.511-519, Ed. Palabra, Madrid 2004
-O. Alzamora Revoredo, “Ideología de género: sus peligros y alcance”, Lexicón, pp. 575-590, Ed. Palabra, Madrid, 2004.