“ADORO TE DEVOTE”
Encuentros con Cristo Eucaristía.
Comentarios sobre el himno eucarístico “Adoro Te devote”, que desde el siglo XII ayuda a los cristianos a expresar su fe, su esperanza y su caridad ante el Santísimo Sacramento del Altar.
1.- Con devoción Te adoro, Dios escondido
2.-Ninguna Verdad más verdadera
3.-Lo que te pidió el ladrón, también te ruego
4.-“Señor mío, y Dios mío”
5.-Pan que al mundo da la verdadera vida
6.-Límpiame de toda mancha con tu Sangre
7.-Y lléname de tu amor, y de tu gozo.
1.- Con devoción Te adoro, Dios escondido
¿“Con devoción Te adoro, A Ti, mi corazón
Dios escondido, por entero se rinde.
verdaderamente oculto y al contemplarte,
en la apariencia del pan. de gozo en Ti descansa.
La Eucaristía es para el hombre, para el cristiano, el fundamento y la expresión más acabada de su Fe. El objeto más directo de su Fe; y, a la vez, el fundamento más firme de esa Fe. ¿Por qué?
¿En qué creemos cuando adoramos con Fe la Eucaristía?
“Te adoro con devoción” son las primeras palabras que pronunciamos ante Cristo Eucaristía. Al adorar, nuestro espíritu se abre a la Verdad de Dios, a la Luz de Dios. Se abre, y anuncia con fe al Hijo de Dios, su creador, su redentor, escondido en el Sagrario.
La Fe en la Presencia real sacramental de Cristo en la Hostia Santa lleva consigo la Fe en la divinidad de Cristo. No adoramos a ningún hombre. Adoramos, y nos arrodillamos ante Dios hecho hombre realmente presente con su “Cuerpo, con su Alma, con su Sangre y su Divinidad”.
Al afirmar –mientras adoramos- esa Presencia Real Sacramental, es Cristo Resucitado Quien está en la Eucaristía, sin dejar de ser el mismo Cristo que padeció y murió en la Cruz, reafirmamos nuestra Fe en estos tres grandes misterios:
la Encarnación del Hijo de Dios;
su Resurrección de los muertos;
la Vida Eterna.
La Encarnación. El cristiano cree firmemente que Quien “late”, Quien “se esconde” en la Eucaristía es “el verdadero Hijo Unigénito de Dios hecho hombre”. No cree, sencillamente, en una “cierta presencia”, en una “cierta significación”, en un “cierto simbolismo”, “en una cierta figura”. No. Cree que “allí”, en el Sagrario, está el Cristo cansado que caminó por los recovecos del mundo; el Cristo real, personal, que sufrió muerte en la Cruz; el mismo que quedó dormido sobre el cabezal de la barca, mientras los apóstoles, angustiados, clamaban por su salvación.
Y es tal la alegría de la fe, que el inquieto espíritu del hombre descansa en el Señor y se llena de gozo.
Fe en la Eucaristía. Quizá nos puede suceder lo que ya ha ocurrido a tantos buenos hijos de la Iglesia, de Cristo, de Dios, a lo largo de los siglos. A veces, nuestra inteligencia y nuestro corazón se encuentran con oscuridades, con nubarrones, que hacen muy difícil hacer un Acto de Fe en la Presencia Real de Cristo; y como consecuencia, llega el desánimo, la desorientación.
San Agustín recibió un día a un grupo de monjes que se quejaban de que no “veían a Cristo, como lo habían visto los Apóstoles”, y por eso, notaban que se amedrentaban ante las dificultades. El santo, después de escucharles con calma, les hizo solamente una recomendación: que adorasen la Eucaristía, que rogaran con Fe; y descubrirían en el Sagrario la Presencia del mismo Cristo que vivió con los Apóstoles.
Fe en Cristo vivo en el Sagrario. “Una iglesia en la que arde sin cesar la lámpara junto al sagrario, está siempre viva, es siempre algo más que un simple edificio de piedra: en ella está siempre el Señor que me espera, que me llama, que quiere hacer “eucaristía” mi propia persona. De esta forma me prepara para la eucaristía, me pone en camino hacia su segunda venida” (Card. Ratzinger).
Y nuestra alma está viva cuando mantiene esa lámpara de la Fe. La Vida eterna. La Eucaristía es “prenda de vida eterna”. No sólo anuncio; no sólo adelanto; no sólo señal. Prenda. Y “prenda”, no sólo en el sentido de darnos como un “derecho” a la vida eterna. No. La Eucaristía es ya Vida Eterna.
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Cuestionario.-
-¿Hago una visita diaria al Santísimo Sacramento, y le manifiesto mi fe en su Presencia?
-Con mi fe, ¿renuevo mi amor a Dios al arrodillarme ante el Hijo de Dios hecho Eucaristía?
-¿Confío en el Señor Sacramentado, que quiere acompañarme, como un buen amigo, a lo largo de mis quehaceres diarios?.
2.-Ninguna Verdad más verdadera
La vista, el tacto, el gusto Creo lo que dijo
Ante Ti enmudecen. el Hijo de Dios.
Solo el oído Ninguna Verdad más verdadera a la Fe se abre. Que tu Palabra.
Un ser vivo. Al ver a Cristo Resucitado por primera vez, los Apóstoles dudaron, se llenaron de temor; creyeron ver un fantasma. Dudaron, sin acordarse de las palabras que el Señor les había hablado: “Al tercer día resucitaré”.
La Resurrección. La Presencia Real Sacramental de Cristo en la Eucaristía más que signo, es manifestación de su Resurrección. Es Cristo vivo que se nos da como alimento –“quien come mi carne, y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Juan 6, 54)-, porque al “comerlo” nos está dando ya su “vida eterna”. “quien come este pan vivirá eternamente” (Juan 6, 58).
Para confortar la fe de los Apóstoles, Jesucristo les dijo que le dieran de comer. Un fantasma no come, y aunque el cuerpo glorioso tampoco necesita ningún alimento, les pidió pan para que le reconocieran como un ser vivo. Santo Tomás necesitó ver y palpar las llagas en el costado y en las manos de Jesús; y sólo después confesó su fe.
-“Señor mío, y Dios mío”-
Así el cristiano ante la Eucaristía ha de exclamar: “-Señor; ¡auméntame la Fe!”
La Resurrección es la “más verdadera Verdad”, la Verdad más plena de contenido. Cristo dijo de sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida”.
Al encarnarse es ya Camino; al resucitar, manifiesta la plenitud de ser Verdad; al hacerse Eucaristía, alimento que nos acompaña a lo largo de nuestra vida, nos descubre que es la Vida, Vida Eterna. Vida que nos adelanta y, a la vez, siembra en nosotros la Vida Eterna.
“Resurrección”. Es ya la palabra de vida eterna. Cristo en la Eucaristía, Cristo Resucitado es la Palabra Eterna que vive en medio de nosotros. Ninguna Verdad más verdadera.
Ante la Eucaristía; adorando, aprendemos a “escuchar” también el latir del Corazón de Cristo que anhela “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”. Que le conozcan.
La Fe nos llega por la palabra oída. Ante el Sagrario, es la misma Palabra quien habla; la misma Palabra de Dios a Quien oímos. La Eucaristía es Cristo Resucitado, y por tanto Vida Eterna. El Cielo es Cristo. Y en la Eucaristía es el mismo Cristo que viene a convertirnos a nosotros en su cielo.
Fe en la Resurrección que no se asienta ni en la imaginación, ni en el sentimiento, ni en la emoción. Fe que toma posesión del centro de nuestra alma, y nos mueve a exclamar, con María Magdalena: “Rabbuni; Maestro”.
Hace ya siglos que los cristianos encendemos una lámpara, una vela, para anunciar que Cristo está en el Sagrario. Una lámpara que no permitimos que se apague nunca, que se vea claramente apenas se entra en el templo, y nos ayude a llegar al encuentro con Cristo.
La Fe viva en nuestro corazón, en nuestra inteligencia, es la mejor lámpara que Cristo tiene en la tierra; la lámpara que transmite más, y mejor, la luz de su Presencia.
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Cuestionario.-
-¿Soy consciente de que es el mismo Cristo que habló con los Apóstoles, Quien está en el Sagrario?
-¿Invito alguna vez a un amigo para hacer juntos una Visita al Santísimo Sacramento?
-¿Tengo la libertad de abrir mi corazón, sin vergüenza alguna, ante el Señor Sacramentado?
3.-Lo que te pidió el ladrón, también te ruego
En la Cruz se ocultó Creo que eres Dios y
la Divinidad. Hombre verdadero.
Aquí, también la Humanidad Lo que te pidió el ladrón
desaparece. También te ruego.
Cristo quiere que le tratemos, que le amemos, que nos dirijamos a Él, que en Él pensemos. Con la Fe le reconocemos como Dios y hombre verdadero. Con la luz de nuestra inteligencia quiere que le conozcamos también como hombre.
Ante el Sagrario revivimos toda la vida de Jesucristo y, ahora, especialmente, su Pasión, y la vivimos con los ojos inundados de la luz de la Resurrección. No vemos al Señor como lo contempló la Virgen María; cómo lo vieron los apóstoles y quienes acompañaron a Jesús y a los dos ladrones, que iban a ser crucificados con Él, en el primer Vía Crucis de la historia.
No le vemos caer, y levantarse exhausto. No le vemos tambalearse ante el peso de la Cruz, no le acompañamos cuando hace un alto en su caminar y escucha la queja sufrida de las mujeres de Jerusalén; ni en el encuentro consolador con su Madre Santa María.
Ellos no descubrieron durante la Pasión, en Cristo cargado con la Cruz, ninguna señal de su Divinidad. Vieron sólo su Humanidad herida, sufriente, torturada, maltratada.
Nosotros no tenemos delante de nuestros ojos ni la Humanidad ni la Divinidad. Creemos en su Humanidad y en su Divinidad, porque nuestra Fe nos dice que en el Sagrario está Cristo Resucitado.
Creyendo en la Pasión, en la Muerte, en la Resurrección redentoras de Cristo, contemplamos en la Eucaristía, en el Sagrario, el mismo Cristo en quien descansó su mirada el Buen Ladrón; y como él, nos dirigimos a Cristo.
“Ladrón arrepentido”. Dimas se liberó de sus pecados, y su espíritu descubrió la libertad de amar a Cristo, de adorarle.
¿Qué sale de nuestro corazón cuando nos arrodillamos ante Cristo en el Sagrario? ¿Qué decimos cuando queremos “pedir” lo que pidió el Buen Ladrón?
La pedimos arrepentirnos de nuestros pecados, de nuestras faltas, de nuestras miserias, para verle con ojos más limpios, más abiertos a su Luz.
Le rogamos que nos deje acompañarle a llevar la cruz, como hizo Simón de Cirene, sufriendo por Su nombre tantas ofensas, y tantos desamores, como recibe en el Sagrario.
Le pedimos que nos enseñe a amarle con la delicadeza, y la valentía, con las que le cuidó la Verónica.
Le rogamos que lleguemos a contemplarle con los ojos del Centurión, y que con el Centurión, renovada nuestra Fe ante la Cruz y ante el Crucificado muerto, le digamos: “Este es verdaderamente el Hijos de Dios”-
Y entonces descubriremos la alegría del Buen Ladrón de estar junto a la Cruz de Jesús, y de pedirle lo que él le pidió.
“Acuérdate de mi cuando estés en tu reino”
Le pidió morir y resucitar. Y oyó de Cristo estas palabras: “Hoy, estarás conmigo en el paraíso”-
Ante el Sagrario, adorando a Cristo, nos arrepentimos de nuestros pecados, y morimos al pecado. Y gozamos de la Resurrección de Jesús, recibiendo su perdón en el Sacramento de la Reconciliación.
Y nuestra Esperanza vive de las mismas raíces de Resurrección de la Cruz de Cristo.
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Cuestionario.-
-¿La adoración de la Eucaristía me mueve a pedir perdón por mis pecados en el Sacramento de la Reconciliación?
-¿Se expresar ante el Sagrario las alegrías y las penas; darle gracias por los bienes que recibo, y pedir con confianza lo que necesito para mi alma y para mi cuerpo?
-¿Me acerco a visitar al Señor en una iglesia, aunque a veces me cueste esfuerzo y sacrificio?
4.-“Señor mío, y Dios mío”
Tus llagas tocó Tomás Haz que mi fe en Tí
Yo no las veo. Crezca siempre;
Dios y Señor mío, Que espere siempre en Ti,
Con él te confieso. Y que te ame.
Un ser vivo, no un fantasma. Al ver a Cristo resucitado por primera vez, los Apóstoles creyeron ver un fantasma. Se asustaron. El Señor les pidió de comer para dejar claro en su mente que Él no era un fantasma, que era un ser vivo, el mismo Cristo con un Cuerpo ya glorioso. Santo Tomás vió y metió sus dedos en las llagas del Cuerpo glorioso de Cristo, y confesó su fe:
-“Señor mío, y Dios mío”.
Nuestros ojos, nuestro espíritu, no ven, ni reciben, la luz de santo Tomás. Sabemos, sin embargo, que la realidad que “late” en la Eucaristía es verdaderamente el mismo Cristo que nos invita a la Fe, como invitó a Tomás a creer, en el cenáculo.
“¡Ayúdame, Señor, a creer!”
Es la exclamación del cristiano ante el Sagrario. Adorando la Eucaristía confesamos nuestra fe en Cristo Nuestro Señor ante Dios y ante los hombres.
“El justo vive de la Fe”.
Es la fe en la Eucaristía la luz más clara que brilla siempre, aun en la oscuridad que acompaña tantos días los pasos del hombre sobre la tierra. Y no solo fe en la presencia real sacramental de Cristo. No. Fe en que en la Eucaristía vive el mismo Cristo vivo que contempló el buen ladrón, que contempló santo Tomás.
La fe en la Eucaristía agranda los ojos del entendimiento, para que en el ocultamiento del Dios-Hombre, el hombre vea a Dios hecho hombre. Y así, con esa Fe, viviremos el mejor acto de fe que en el Calvario vivió el buen ladrón: solo osa pedir el reino quien ya ha visto a Cristo Resucitado.
¿Cómo es posible la fe del buen ladrón?
Por su arrepentimiento. La confesión de los pecados, la conciencia de ser pecador, mata en el alma la raíz del pecado, el mal del pecado. En la confesión, el pecador muere con Cristo en la Cruz, y deja libre su espíritu para resucitar. El pedir perdón por los propios pecados es el fruto de la Resurrección de Cristo en el alma del hombre pecador.
El Señor pidió de comer a sus apóstoles asustados. En la Eucaristía, es él mismo el que nos da de comer. Él se hace comida. “En verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Juan 6, 53).
Las palabras son explícitas. Comemos, si amamos. El amor, la caridad, llena nuestra alma de hambre del Señor. Descubrimos que Él es la Palabra de vida eterna, que Él es alimento de vida eterna.
Te diligere. Pedimos que nos enseñe a amarle, y que ponga siempre en nuestro corazón el desear de amarle más, pidiendo ese perdón por los pecados, para que nuestro espíritu se abra a amar más.
En la Eucaristía aprendemos y nos alimentamos de las mismas fuentes del amor de Dios. Y aprendemos a amar en el mismo acto de amor más profundo que Dios tiene con los hombres: entregarnos en plenitud a su Hijo Bien Amado.
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Cuestionario.-
-¿Tengo todavía vergüenza, o el falso pudor, de decirle sencillamente que le amo?
-El buen ladrón manifestó claramente su fe en Cristo, ¿siento alguna vez respetos humanos para decir que soy creyente en Jesucristo, Dios y hombre verdadero?
-¿Leo los Santos Evangelios para conocer mejor la vida de Cristo, y poder decirle, en toda confianza, “Quédate con nosotros, Señor”?
5.-Pan que al mundo da la verdadera vida
Oh memorial Que de Ti mi mente
De tu muerte, Señor. viva.
Pan que al mundo da Y en Ti siempre mi alma
La vida verdadera. se recree.
Cristo vive en el Sagrario mientras permanezcan las especies eucarísticas. Y quiere que haya un Sagrario hasta en los últimos rincones del mundo. Ningún lugar es demasiado pobre y miserable para que Dios no pueda estar allí, como ninguno es noble y digno para presentar el derecho a que Dios busque acogida en él.
Memorial de la muerte y de la resurrección. Memorial de la muerte en la que Dios manifiesta, en su Hijo, todo el amor que tiene al hombre. Memorial del sacrificio del Calvario que se convierte en alimento eterno para que todos los caminantes hacia Emaus tengan la fuerza de regresar inmediatamente a Jerusalén.
“La Eucaristía es una realidad central en la vida de la Iglesia, asi como en la totalidad del Universo, en la medida que es la Presencia del Sacrificio de Cristo en medio de nosotros” (J. Danielou).
“El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente” (Juan 6, 57-58).
Vive eternamente la mente que busca a Cristo Verdad. La luz de la Eucaristía mantiene vivos y abiertos los rayos de luz que iluminan los caminos de la tierra; y el Señor va abriendo los ojos de los caminantes como un día abrió los ojos de los discípulos de Emaus. La Eucaristía es el libro abierto que siempre habla de Cristo, de su Sacrificio redentor; el libro que abre la inteligencia para descubrir el Amor de Dios escondido en todos los senderos del mundo.
“Quien come este pan vivirá eternamente”, quien lo come libre de pecado, arrepentido de sus pecados, absuelto de sus pecados. “Quien come este pan” caminará siempre con Cristo caminos de resurrección. Y Cristo animará al abrumado por el dolor y la pena; consolará al triste y afligido; enderezará a quien pierda el camino; levantará al caído; abrirá los ojos a los cielos, dará fortaleza a todos los débiles del mundo.
El Señor pidió de comer a los Apóstoles para expresarle que no era un fantasma. El Señor se hace Eucaristía, se da de comida a todos nosotros, para confirmarnos que sus palabras son “palabras de vida eterna”; para asegurarnos que Él estará con nosotros hasta el fin del mundo.
De este “memorial” vive la mente, y se recrea el alma. ¿Cómo se recrea?
Cristo resucitado es ya Vida eterna. Viviendo con Cristo Eucaristía, el cristiano comienza a vislumbrar el amor con que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo le aman. Y en ese amor, se recrea. “La felicidad eterna, para el cristiano que se conforta con el definitivo maná de la Eucaristía, comienza ya ahora. Lo viejo ha pasado: dejemos aparte todo lo caduco; sea todo nuevo para nosotros: los corazones, las palabras y las obras” (san Josemaría Escrivá).
Ante al amor de Dios manifestado en Cristo Eucaristía, el cristiano descubre que el Sagrario es como un rincón del Cielo ya en la tierra. Con el Sagrario, la tierra se convierte en Cielo, en memoria del Cielo, en memorial de la “nueva tierra y del nuevo cielo”.
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Cuestionario.-
-¿Actúo con más caridad, con más amor al prójimo, después de vivir mi turno de adorador?
-¿Agradezco de todo corazón que pueda encontrarlo siempre, y en cualquier lugar de la tierra, en un Sagrario?
-Al despedirme del Señor en el Sagrario, ¿Le ruego que me siga acompañando en todos los quehaceres que debo realizar?
6.-Límpiame de toda mancha con tu Sangre
Señor Jesús, De la que una sola gota
amante Pelicano. al mundo salva,
De toda mancha límpiame de todas sus miserias
con tu Sangre. y pecados.
La adoración eucarística –enriquecidas en la fe, la esperanza y la caridad-, mueve nuestro espíritu a pedir perdón al Señor por nuestros pecados.
En el Sagrario, el Señor está expuesto a todas y a cualquier ofensa que la maldad del hombre pueda concebir. Si se recogieran en un libro una pequeñísima parte de los actos vandálicos, injurias, ofensas, profanaciones, etc., que el hombre ha perpetrado directamente con la Eucaristía, nos llenaríamos de asombro al comprobar hasta que punto el hombre puede rebelarse contra Dios, puede desahogar toda su ira contra su Creador.
Desde el Sagrario, el Señor lo ha soportado todo, como en su día soportó todas las injurias, blasfemias, maltratos, que quisieron infligirle en los momentos de su Pasión, todos los que le vieron maltrecho y destrozado, ya en trance de muerte. Y lo ha sufrido en paciencia, en silencio, perdonando y rogando a su Padre Dios que les perdonase, “porque no sabían lo que hacían”.
Contemplar a Cristo Vivo, verle Resucitado y cercano a nosotros en silencio, mudo, en espera, provoca en nuestro espíritu una petición que sale de lo hondo del corazón: “límpiame de toda mancha”.
Amando a Cristo en la Eucaristía descubrimos en nosotros raíces de pecado, nuestros pecados; descubrimos el mal que nos hace ese pecado; y la fuerza con la que nos induce a hacer mal a los demás. Con la luz de la Eucaristía, aborrecemos del pecado, y anhelamos cortar los vínculos con esas raíces del mal. La adoración a la Eucaristía mueve nuestra alma a acudir al Sacramento de la Reconciliación.
“Contra Ti; contra ti sólo pequé”. Ante el Sagrario, adorando y amando a Cristo Resucitado, el alma del cristiano se hace más consciente de la gran falta de amor a Dios que hay en el mundo, “falta de amor” que será siempre el gran pecado del hombre
Delante del Tabernáculo el cristiano vislumbra el Amor tan grande que tiene a Cristo sujeto sobre el altar en espera de alguien que le de un poco de conversación, y anhele mantener un diálogo confiado.
Se mantiene allí, a la luz de una tenue vela, en espera de recibir las quejas de un creyente que siente demasiada pesada la cruz que le ha tocado llevar; las alegrías de quien llega a agradecer la soluciones de unos problemas, la buena marcha de algunas cuestiones complicadas que le producían quebrantos.
Permanece en silencio en espera de que quien llega acongojado por la muerte de algún ser querido comience su llanto, y Él, desde el Sagrario, pueda acoger esas lágrimas y devolverlas llenando el corazón afligido con paz y serenidad.
Las peticiones, quejas, cantos, susurros ante la Eucaristía, en la quizá demasiada cerrada penumbra de una iglesia, llegan al corazón de Cristo, que se conmueve ante la Fe, ante la Esperanza, ante la Caridad, con que un alma sufriente acude a Él. Y al escucharle, le repite:
“Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed” (Juan 6, 35).
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Cuestionario.-
-En mi tiempo de adoración, ¿hago actos de amor a la Eucaristía en desagravio por quienes la profana, por quienes blasfeman?
-¿Rezo a Cristo Sacramentado por la conversión de tantos pecadores?
-¿Pido al Señor, y especialmente en este Año Sacerdotal, que todos los sacerdotes renueven su fe en Cristo Eucaristía?
7.-Y lléname de tu amor, y de tu gozo
Jesús, ahora oculto Muéstrame la gloria
Te contemplo. de tu rostro.
Que se cumpla te ruego Y lléname de tu amor
Lo que anhelo. y de tu gozo.
Es el Espíritu Santo Quien impulsa suavemente a nuestro espíritu para arrodillarnos ante el Sagrario; y Quien mueve nuestro corazón y nuestros labios cuando nos atrevemos a decirle:
Adoro te devote, latens deitas. Te adoro con devoción, Dios escondido. Y nuestro espíritu se abre en el afán de adorarle ya para siempre en el Cielo: “llenos de su Amor, y de su Gozo”.
Recordamos de nuevo las palabras del Señor, que tanto escándalo causaron a quienes las oyeron por primera vez: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Juan 6, 54).
Cristo quiere acompañarnos por los caminos de la tierra; y anunciarnos ya los caminos del Cielo. Vive con nosotros en nuestros quehaceres diarios la luz de la vida eterna; y nos anuncia la resurrección de la carne de nuestro cuerpo “el último día”.
En la Eucaristía descubrimos, en verdad, con el amor de Dios todos los planes que ese amor ha creado para el bien de los hombres.
“Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta manera singular. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado “hasta el fin”, hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1380).
Una petición surge del fondo del alma al contemplar la llama encendida de la lámpara del Santísimo:
-“Señor, auméntame la fe, la esperanza, la caridad”.
Aumentará nuestra fe si no tenemos vergüenza de manifestarle nuestro amor cuando lo recibimos en la Comunión. Crecerá nuestra esperanza si no olvidamos que la Eucaristía es la manifestación más profunda del amor de Dios hacia nosotros, y que si Cristo se nos da en alimento, con el caminaremos hasta el encuentro definitivo en el Cielo. Y la caridad llenará nuestro corazón al darnos cuenta de que la Eucaristía nos hace presente la donación total de Dios, que nos amó hasta el fin, y dio su vida en redención por nosotros. Amando a Cristo Sacramentado, aprenderemos a amar a nuestros hermanos, a nuestro prójimo.
Escondido en el Sagrario, Jesucristo nos invita una vez más: “Procuraros no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da” (Juan 6, 27).
Culto a la Eucaristía. Adoración a Cristo Sacramentado
“La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (Juan Pablo II).
Y nuestra adoración no cesará nunca si movidos por el Espíritu Santo, rogamos a Santa María que nos acompañe a adorar con Ella a su Hijo que nos espera en cada Sagrario.
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Cuestionario.-
-¿Pido ayuda al Espíritu Santo para adorar con un corazón “contrito y humillado”, que el Señor acoge siempre?
-¿Ruego a la Virgen Santísima que me acompañe a recibir a Cristo en la Comunión?
-¿Me preparo para recibir la Eucaristía viviendo la práctica de la “comunión espiritual”: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que Te recibió tu Santísima Madre, con el espíritu y el fervor de los Santos”?