La Santa Misa.- Con Cristo Resucitado
Con la presencia, y en compañía de Cristo Resucitado, ¿qué celebramos cuando vivimos la Santa Misa?
Se celebra el “memorial de la Pascua de Cristo”. Este “memorial” no es un simple recuerdo de un hecho ocurrido hace ya cerca de 2.000 años en el Cenáculo, en el Calvario, pequeña colina de las afueras de Jerusalén.
La Santa Misa no es tampoco una sencilla representación actual de un acontecimiento del pasado, que se lleva a cabo a través de unos ritos y símbolos que lo hacen presente de otra manera. Y mucho menos, la Eucaristía, es únicamente una reunión del pueblo cristiano, que se realiza ante el Altar, y en la que cada uno manifiesta su solidaridad y caridad cristiana con los demás; mientras trae a su memoria la pasión de Cristo y, si acaso, se entristece con su pensamiento.
¿Qué es entonces la Eucaristía? La Eucaristía es una acción viva del mismo Cristo, y de toda la Iglesia –que somos cada uno de nosotros- en unión con Él. “Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y éste se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció una vez para siempre en la Cruz, permanece siempre actual” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1364).
Durante su estancia en la tierra, Cristo no ha podido morir y resucitar delante de cada uno de los seres humanos que entonces habitaban en la tierra. Ha querido sin embargo, que esa muerte reparadora de los pecados de todos los hombres, ese Sacrificio y su Resurrección gloriosa sean actuales ante la mirada de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, hasta la consumación de los siglos. Y que todos, cada uno, la vivamos con Él.
¿Cómo es esto posible? En la Santa Misa el Señor nos ha dejado “una señal clara de su amor”; y nos manifiesta el deseo de “estar siempre cerca de nosotros”; y, a la vez, nos invita a “participar de su Muerte y de su Resurrección” (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1337).
En la Misa nos unimos en la tierra al sacrificio, muerte y resurrección de Cristo, y Cristo se une a nosotros en adelanto de la unión que nos prepara con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la vida eterna.
“La Misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetua el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros” (Catecismo, n. 1382).
Podemos decir, con otras palabras, que la Eucaristía, en cuanto es participación activa del cristiano en la vida, muerte y resurrección de Cristo, es el cauce para una “identificación con Cristo en espíritu y en verdad”, que queda refrendada con la recepción de la Comunión: un encuentro personal con Jesucristo resucitado que viene a nosotros para hacer morada en nosotros.
“De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión” (Juan Pablo II). Por eso hemos de recibir la Sagrada Comunión en gracia, libres de pecado: porque recibimos a Quien se murió por nosotros para redimirnos del pecado.
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Cuestionario.
-¿Somos conscientes de que en la Santa Misa está presente Cristo Resucitado?
-¿Vamos a vivir la Eucaristía sabiendo que participamos de la Muerte y de la Resurrección de Cristo?
-Al recibir la Comunión, ¿nos damos cuenta de que acogemos en nuestro corazón a la Persona Viva de Jesucristo?
La Santa Misa.- Un solo acto de culto
Después de haber señalado que la Eucaristía es una acción de Cristo, en la que Él mismo nos invita a participar; hemos de considerar ahora como se realiza esa acción. O sea, cómo se lleva a cabo la celebración litúrgica.
¿Qué significa Liturgia? “En la tradición cristiana la palabra “Liturgia” significa que el Pueblo de Dios toma parte en la “obra de Dios”. Por la liturgia, Cristo nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención” (cfr. Catecismo, n 1069).
Esta “obra de Dios” que es la liturgia, la lleva a cabo la Iglesia en la celebración de los Sacramentos, en la Evangelización. Y al participar en la liturgia, en la “obra de Dios”, el cristiano se une a Dios, en su Hijo Jesucristo.
¿Cómo se desarrolla la acción litúrgica en la Misa?
“La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:
-la reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;
–la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
La Liturgia de la Palabra y liturgia eucarística constituyen juntas “un solo acto de culto”; en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor” (n. 1346).
“Un solo acto de culto”, y dos grandes momentos: “liturgia de la Palabra”; “liturgia eucarística”.
En el primer momento –“liturgia de la Palabra”- oímos palabras que, inspiradas por el Espíritu Santo, han quedado escritas para siempre en los libros sagrados del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Esas palabras son un testimonio vivo de la acción de Dios en la historia de los hombres; acción que comenzó con la creación de nuestros primeros padres y seguirá hasta el final de la presencia del hombre sobre la tierra.
Las lecturas del Antiguo Testamento narran las actuaciones de Dios con el pueblo escogido de Israel, que debía mantener la fe en Dios Uno hasta la llegada del Hijo de Dios, Cristo, el Mesías, que nos iba a revelar a Dios Uno y Trino.
Los textos del Nuevo Testamento son de dos tipos: los que narran los hechos y dichos del mismo Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que vive, trabaja, come, sufre con los discípulos, y que se leen en el Evangelio; y las enseñanzas de los apóstoles, que se leen en las Lecturas.
El sacerdote predica la homilía, para facilitar a los fieles la comprensión del misterio que se está celebrando, y a la vez, el sentido de las palabras de los textos sagrados que se acaban de leer.
Y termina la Liturgia de la Palabra con la manifestación de la Fe, que es el recital del Credo, y la Oración de los Fieles. Confesión de Fe y oración en comunión de los santos, que expresan esa unidad de corazón y de alma, que vivieron en su momento los primeros cristianos, y que hemos de mantener viva dentro de la Iglesia, todos los cristianos hasta el fin de los tiempos.
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Cuestionario.-
-¿Escuchamos las palabras de las Lecturas y del Evangelio como lo que verdaderamente son, como palabras de Dios?
-¿Renovamos personalmente nuestra fe, al recitar el Credo con todos los fieles que viven con nosotros la Eucaristía?
-Al rezar la oración de los fieles, y elevar nuestras peticiones a Dios, ¿nos acordamos de rogar especialmente por las intenciones del Santo Padre?
La Santa Misa.- La liturgia eucarística
La Liturgia eucarística comienza con la presentación de las ofrendas, en la que son llevados al altar los mismos alimentos que Cristo tomó en sus manos durante la última cena: el pan y el vino. “Es la acción misma de Cristo en la última Cena, “tomando pan y una copa”.
Todos los Domingos y días de precepto, nosotros –el pueblo cristiano- nos congregamos en torno al Altar, para participar, para vivir con Cristo, la Eucaristía. ¿Somos conscientes de lo que tiene lugar en el Altar, delante de nuestros ojos?
Estamos viviendo un mandato que el mismo Cristo Nuestro Señor desea que realicemos hasta el fin de los tiempos: “Haced esto en conmemoración mía”.
Para ayudarnos a entender mejor lo que sucede en los momentos de la celebración, podemos considerar que la Santa Misa se celebra en la tierra y en el cielo. En la tierra; y a la vez, fuera del espacio y del tiempo.
Fuera del espacio, porque se vive también ante la Santísima Trinidad; como si el lugar donde nos reunimos fuera ya una parte del cielo.
Fuera del tiempo, porque la duración de la Eucaristía no se mide por esos treinta, veinticinco, treinta y cinco minutos que avanzan las manecillas del reloj, sino que tiene una dimensión de eternidad, porque la vivimos con Cristo Resucitado, que ya vive eternamente en el cielo, ante Dios Padre y en unión con el Espíritu Santo.
¿Qué hacemos nosotros?
“Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los cristianos presentan también sus dones para compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta, siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1351).
Y nos ofrecemos especialmente nosotros mismos: nuestros afectos, nuestras acciones, nuestros trabajos. El creyente ofrece la Misa en virtud de su “sacerdocio común”, como un actor del acontecimiento, porque “celebra” la Misa con el mismo Cristo, y Cristo la celebra en el interior del espíritu de cada cristiano.
Después de ofrecernos así con Cristo, vivimos especialmente con Él la acción de gracias a Dios Padre: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro” (Prefacio).
El sacerdote, con Cristo y en su nombre, ruega a Dios Padre, que acepte en su bondad “esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa; ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos”.
Después, dirige su petición a Dios Padre, para que “santifique por el Espíritu Santo estos dones que hemos separado para ti (el pan y el vino), de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar estos misterios”.
“Haced esto en conmemoración mía”. Con estas palabras termina el sacerdote la Consagración del pan y del vino. Consagración que sólo él, por su ordenación sacerdotal, está autorizado a pronunciar sacramentalmente en nombre y en la persona de Nuestro Señor Jesucristo.
Con las palabras de la Consagración se realiza el grandioso misterio, el Milagro, de la Trasubstanciación. Aunque sobre el Altar permanecen las apariencias del pan y del vino, desde el instante de la Consagración, el pan es ya el Cuerpo de Cristo; y el vino, la Sangra de Cristo. Allí está Cristo entero, “con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y su Divinidad”.
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Cuestionario.-
-¿Nos unimos a la acción del sacerdote, y nos ofrecemos también nosotros, nuestros trabajos, nuestras dificultades, y unirlos así a la Pasión y Muerte de Cristo?
-¿Damos gracias a menudo por poder vivir la Santa Misa con Cristo, en Cristo, por Cristo?
-¿Renovamos con frecuencia nuestra fe en la Transubstanciación, por la que Cristo está verdadera y realmente presente en el altar después de la Consagración?
La Santa Misa.- El sacrificio de la Eucaristía
Cristo, que nos “ama hasta el fin”, se ofrece en sacrificio por nosotros.
“El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: ‘Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros` y ‘Esta copa es la nueva Alianza de mi sangre, que será derramada por vosotros` (Lc 22. 19-20). En la Eucaristía, Cristo ofrece por nosotros el mismo cuerpo que entregó en la cruz, y la misma sangre que ´derramó por muchos para remisión de los pecados`” (Mt 26, 28) (Catecismo, n. 1365).
En estas palabras de la Consagración queda bien de manifiesto una verdad que no debemos olvidar nunca: que la Eucaristía es un sacrificio. Cristo muere para obtener de Dios Padre el perdón de nuestros pecados. Y así nos da a conocer el inmenso y misericordioso amor que Dios Padre nos tiene: “Tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo Unigénito” (Juan 3, 16).
“La Eucaristía es un sacrificio porque re-presenta (hace presente) el sacrificio de la Cruz, porque es su memorial y aplica su fruto” (Catecismo n. 1366).
En la Institución de la Eucaristía, y como fruto de ese Amor, Cristo anuncia ya su Resurrección “para la remisión de los pecados”, que lleva consigo la “remisión de la muerte”, ultimo enemigo que ha de vencer, y que es fruto del pecado. El pecado no quedaría vencido del todo, si no quedará derrotada la muerte para siempre.
El sacrificio de la Misa pone delante de nuestros ojos la Cruz de Cristo, y nos recuerda que la Cruz pertenece al misterio divino de la salvación. La Cruz es la manifestación de ese “amor hasta el fin”, que Cristo vivió entregándose por nosotros, libre y voluntariamente.
En la Misa, Cristo nos invita a unirnos a su Cruz, para redimir con Él, y gozar ya aquí en la tierra de un adelanto de la Resurrección; de la misma Resurrección. El seguimiento de Cristo viviendo la Misa es participación en su Cruz, es unión con su Amor. Por eso, viviendo la Misa, nuestra vida se transforma: morimos en la Cruz al pecado; y vivimos en la Eucaristía, la Resurrección, la derrota de la muerte.
En la Eucaristía nace el hombre nuevo, creado según Dios. Quien omite la Cruz, quien abandona la Misa, olvida la esencia del cristianismo, la raíz más honda de nuestra vida con Cristo, de nuestra unión con Dios. No descubrirá la luz de la Resurrección que vence a la muerte, porque no habrá muerto en la Cruz al pecado.
Después de lo que hemos reflexionado, nos podemos preguntar: Si la Eucaristía es un sacrificio, ¿se repite en el Altar el sacrificio del Calvario?
No. En el Altar se vive sacramentalmente el mismo sacrificio. Se hace “presente” el mismo sacrificio, que no se puede repetir, porque Cristo murió por nosotros una vez, y para siempre. El sacrificio del Calvario y el sacrificio de la Eucaristía, son el único y el mismo sacrificio. Así nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “En este divino sacrificio que se realiza en la Misa, el mismo Cristo, que se ofreció a sí mismo una vez de manera cruenta sobre el altar de la cruz, es contenido e inmolado de manera no cruenta” (n. 1367).
Cristo se sacrificó en la cruz “para redimirnos de nuestros pecados”. En la Resurrección nos redimió de la muerte, consecuencia del pecado. En la Santa Misa, el Señor presenta cada día a Dios Padre el mismo sacrificio de la cruz, y la victoria de la Resurrección, “para que todos alcancemos la salvación”, y podamos gozar eternamente de su gloria en el Cielo.
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Cuestionario.-
-¿Somos conscientes de que en la Misa Cristo ofrece su muerte en la Cruz, por la redención de nuestros pecados?
-En la Cruz, Cristo nos manifiesta el Amor que nos tiene Dios Padre. ¿Damos gracias a Cristo por ese Amor?
-Descubrimos muchas veces la cruz en nuestras vidas. ¿Sabemos que si vivimos esa cruz con Cristo en la Misa, viviremos también con Él, la resurrección?
La Santa Misa. –El Sacramento de la Eucaristía
“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Y después de ponernos todos en la presencia de la Santísima Trinidad, el sacerdote nos dice: “El Señor esté con vosotros”, y nos invita a pedir perdón por nuestros pecados.
¿Por qué? Vamos a oír la Palabra de Dios, y vamos a vivir con Cristo la memoria de su muerte y de su resurrección. ¿Qué mejor preparación que la de renovar nuestros deseos de no ofenderle nunca y darle gracias porque nos invita a vivir con Él? Y ¿cómo renovamos estos deseos? Arrepintiéndonos de nuestros pecados, rechazándolos de nuestro corazón; sólo así podremos gozar del triunfo de Cristo, enriquecernos con su Palabra, y alimentarnos de Él en la Comunión.
“Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1323).
Después de decirnos que la Santa Misa es sacramento y sacrificio, el Catecismo nos invita a considerar la Eucaristía bajo tres aspectos, que vivimos en la celebración litúrgica que hemos considerado:
-es una acción de gracias y alabanza a Dios Padre;
– es el memorial del Sacrificio de Cristo, ofrecido en reparación de los pecados;
-es la presencia de Cristo Resucitado, por el poder de su Palabra y la acción del Espíritu Santo.
En definitiva, el sacramento de la Eucaristía alimenta nuestra Fe en Cristo; nuestra Esperanza –“prenda de la gloria futura”- en el Cielo; y alimenta nuestra Caridad porque, sin pecado, recibimos el amor más grande de Dios: Cristo mismo en la Comunión.
Con palabras muy recordadas en la catequesis cristiana desde hace siglos, podemos decir que la Santa Misa es “un acto de adoración; de reparación, de petición de perdón y de acción de gracias”.
En el sacrificio eucarístico que celebramos no estamos solos con Cristo. Toda la creación es presentada a Dios Padre por Cristo Nuestro Señor, que la ha redimido con su muerte y resurrección. Toda la creación da gloria y alabanza a Dios. Y unidos a la Creación, todos nosotros. Al morir para la redención de nuestros pecados, Cristo glorifica a Dios Padre, y pone a sus pies, mejor, en su corazón, la vida de cada uno de nosotros, la vida de todos los seres creados.
Y, a la vez, la Iglesia, la ya triunfante en el Cielo; la que se purifica en el Purgatorio, y la que ama en la tierra, “expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. Eucaristía significa, ante todo, acción de gracias” (Catecismo, n. 1360).
Nuestra Misa es un canto de gloria y de alabanza, de toda la Creación a su Creador, que nosotros vivimos con Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, y por “quien fueron creadas todas las cosas”. El Espíritu Santo mueve nuestros corazones en esta acción de alabanza. ¿Cómo vivimos esta alabanza? Después de rechazar el pecado en el acto penitencial; confesando a Dios todopoderoso, en unión con los coros de ángeles y de bienaventurados, al recitar el Gloria.
El final de la Plegaria Eucarística expresa claramente esta acción de adoración y alabanza que el hombre puede vivir, y que ofrece a Dios no sólo desde su propio corazón, sino desde el seno de la Santísima Trinidad.
“Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”.
Al vivir la Misa, toda la vida del cristiano, se convierte en un acto de adoración a Dios; de reparación; de petición y de profunda acción de gracias.
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Cuestionario.-
-¿Vivimos con atención el acto penitencial, y pedimos de verdad perdón por nuestros pecados?
-¿Somos conscientes de que vivimos la Misa con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?
-Adoración y alabanza a Dios. ¿No nos maravilla que toda la creación dé gloria a Dios, mientras se celebra la Santa Misa?
La Santa Misa. –“Signo de unidad, vínculo de amor”
Ya hemos recordado estas dos características de la Eucaristía Sacramento: signo de unidad y vínculo de amor. Y la Eucaristía es “unidad y amor”, porque: “Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1369).
¿Qué quiere decir esta afirmación del Catecismo?
Aunque sólo las personas que acompañan en el templo al sacerdote están presentes físicamente en la celebración de la Eucaristía, por la comunión de los santos, unidos en el Espíritu Santo, todos los fieles de la Iglesia esparcidos en los cinco continentes participan en la Eucaristía que se celebra en un lugar.
De manera muy especial, todos los fieles que vivimos la Eucaristía entramos en comunión con el Santo Padre: “Encargado del ministerio de Pedro, el Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal” (n. 1369). Y al mencionar el nombre de Benedicto XVI, elevamos nuestra oración a Dios para que le llene de Espíritu Santo, y pueda así servir con toda su alma la misión que Cristo confió a san Pedro: fortalecer en la Fe a todos los cristianos.
Como ya hemos recordado, además de la Iglesia que vive en la tierra, también la que ya goza de Dios en el Cielo participa en la Eucaristía. “A la ofrenda de Cristo se unen, no sólo los miembros que están todavía aquí abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo. La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico en comunión con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas” (Catecismo, n. 1370).
Y no sólo los santos. En este acto de “adoración, de reparación, de acción de gracias y de petición”, que lleva a cabo Cristo sobre el altar –y que nosotros vivimos con Él-, participan también los fieles difuntos que esperan la última purificación para poder entrar en el cielo. Todos se benefician, de algún modo, de la riqueza infinita de gracias que es la Santa Misa. “El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos, que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados” (Catecismo n. 1371).
Esta oración por los difuntos tiene lugar en todas las Misas, y no solamente en las que se celebran con la particular intención de interceder por el alma de un difunto determinado. En la Plegaria Eucarística Tercera rezamos así a Dios Padre: “A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad, recíbelos en tu Reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria”.
La Santa Misa es una verdadera comunión de todos los fieles con Cristo Nuestro Señor. Y no sólo para ofrecer a Dios Padre el sacrificio de su vida, pasión y muerte, para la “redención de los pecados”; sino también, para gozar ya aquí en la tierra con Cristo del gozo de su Resurrección, y comenzar ya la comunión de amor que la Trinidad Beatísima, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, desea vivir con todos los fieles, con todos los hombres, por toda la eternidad.
La Santísima Virgen, San José y todos los santos y santas, se unen a nosotros desde el Cielo en esta acción de alabanza y reconocimiento a Dios Padre. Y, si se lo pedimos, nos ayudarán a vivir siempre con más devoción el Misterio de la Eucaristía; descubrir su grandeza y no cesaremos de dar gracias a Cristo Nuestro Señor por invitarnos a celebrarla con Él.
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Cuestionario.
-Dentro de las peticiones que dirigimos a Dios durante la Misa, ¿tiene una parte especial la que hacemos por la persona e intenciones del Papa, y de los Obispos fieles al Papa?
-Nos acordamos de las necesidades de la Iglesia, en todos los países del mundo, especialmente en los que los católicos son perseguidos, discriminados, expulsados?
-¿Rezamos por las almas del Purgatorio al vivir con Cristo la Eucaristía?
La Santa Misa.- Participación activa y plena en la Eucaristía
Al ofrecer la Santa Misa con Cristo, por Cristo y en Cristo, el cristiano participa formando un solo corazón y una sola alma –“cor unum et anima una”-, en el ofrecimiento y en la alabanza-adoración que el propio Cristo, Dios y hombre verdadero, rinde a Dios Padre.
Para vivir mejor esa unión con Cristo, nuestra participación en la Eucaristía, Benedicto XVI nos recuerda:
“Al considerar el tema de la activa participación de los fieles en el rito sagrado, los Padres sinodales han resaltado también las condiciones personales de cada uno para una fructuosa participación. Una de ellas es ciertamente el espíritu de conversión continua que ha de caracterizar la vida de cada fiel. No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin examinar antes la propia vida. Favorece dicha disposición interior, por ejemplo, el recogimiento, el silencio, al menos unos instantes antes de comenzar la liturgia, el ayuno y, cuando sea necesario, la confesión sacramental. Un corazón reconciliado con Di9os permite la verdadera participación” (Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, n. 55).
La participación en la Eucaristía, es una unión de vida en una acción que sobrepasa cualquier horizonte humano; y que no cabe, por tanto, reflejar en sentimiento, en emociones. La sensibilidad humana no tiene capacidad de manifestar, ni siquiera de saborear, la vida de toda la persona con Cristo. Para llegar a una participación plena en el sacrificio de la cruz y en la resurrección de Cristo, que vivimos en la celebración eucarística, es necesario convertirse en “otro Cristo”, el “mismo Cristo”, y esa transformación total no está al alcance de ninguna criatura en la tierra. Los cristianos caminamos en la esperanza de conseguirla en el cielo.
Esta realidad explica que en tantas ocasiones nos dolamos de “tener distracciones en la Santa Misa”, “de no haber prestado la debida atención”, etc. No nos preocupemos. No obstante nuestras limitaciones, la Iglesia nos invita a participar en la Misa –a vivir la Misa- con los mismos sentimientos con que la vive Cristo “quien preside invisiblemente toda celebración eucarística” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1348).
Para vivir así la Misa hemos de pedir una ayuda especial al Espíritu Santo, y a la vez, hemos de esforzarnos por seguir con atención el desarrollo de toda la liturgia eucarística, desde el comienzo –vale la pena llegar unos minutos antes, para estar preparados espiritualmente cuando el sacerdote llega al altar- hasta la bendición de despedida.
¿Qué significa “seguir con atención”? Unirnos a la alabanza que Cristo eleva a Dios Padre cuando cantamos o recitamos el Gloria, y concluimos el Prefacio repitiendo con los Ángeles, los santos y toda la Iglesia, el Santo, Santo, Santo. Adorar a Nuestro Señor Jesucristo. Acompañando al sacerdote en la genuflexión durante la Consagración. Y, al adorar, ofrecer la muerte, la pasión y la resurrección de Cristo por la redención del mundo.
“Seguir con atención” significa también pedir perdón por nuestros pecados, cuando recitamos con calma el acto penitencial, y repetimos “Señor, ten piedad”. Elevar el corazón al Cielo, cuando rezamos el Gloria, y decimos Santo, Santo, Santo, al terminar el Prefacio.
“Seguir con atención” es dar gracias de todo corazón por habernos invitado a vivir la Misa con Él, y pedirle por el Papa, por las necesidades de toda la Iglesia, y especialmente este año por la santidad de los sacerdotes, y para que “envíe obreros a su mies”.
Quizá alguna vez, al terminar la celebración de la Eucaristía, no nos acordemos de los textos de las Lecturas o del Evangelio. No nos preocupemos. Si hemos estado unidos a Jesucristo con estos deseos de adoración, de reparación y de desagravio, de acción de gracias y de petición, la gracia de Dios nos hará entender mejor cada día en gran misterio de Amor de Dios que se encierra en la celebración, con Cristo, por Cristo y en Cristo, de la Eucaristía.
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Cuestionario.-
-Recogimiento y silencio. ¿Vivimos con esa compostura la Santa Misa?
-¿Seguimos con atención los diversos momentos de la celebración Litúrgica?
-¿Preguntamos a algún sacerdote amigo que nos explique los detalles, que quizá no entendamos bien, de toda la ceremonia?
La Santa Misa.- “Prenda de vida eterna”
“El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía. “En verdad, en verdad, os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Catecismo, n. 1384).
En palabras sencillas, podemos decir que Cristo quiere que nosotros vivamos con Él y en Él toda su vida; y en ese vivir su vida, pasión, muerte y resurrección, se nos da Él como alimento, en la Comunión, para vivir Él, después, toda la vida de cada uno de nosotros con nosotros mismos.
Y así, para cada uno de nosotros será en verdad lo que nos recuerda el Concilio Vaticano II: “la fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Lumen gentium, n. 11); o con palabras de san Josemaría Escrivá: “centro y raíz de la vida interior” (Forja, n. 69).
Nos daremos más cuenta de que la Eucaristía es de verdad “fuente y cumbre”, “centro y raíz” de la vida del cristiano, si recordamos los efectos que la Comunión produce en el alma del cristiano, y que el Catecismo nos recuerda en este orden:
–nos une más a Cristo. Él mismo nos lo dijo: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57). Alimentados por Cristo-Eucaristía, renovamos la gracia del Bautismo, y la Comunión frecuente, recibida en gracia, sin pecado, es el “pan de nuestra peregrinación” (Catecismo, nn. 1391, 1392)
–nos separa del pecado. Al unirnos a Cristo nos da fortaleza para rechazar las tentaciones de pecar, nos restaura las fuerzas para amar siempre más a Dios, y no pecar. “Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él” (Catecismo, n. 1394).
–nos une a todos los cristianos en el Cuerpo místico. La Eucaristía hace la Iglesia. Con palabras muy claras nos lo recuerda san Pablo: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (I Cor 10, 16-17). La Comunión eucarística nos da la gracia de poder amar a todos los cristianos, a todos los hombres, con el Corazón de Cristo.
–La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres; de los necesitados espiritual y materialmente. Con Cristo viviendo en nosotros, nuestros ojos estás más abiertos a reconocer las necesidades materiales y espirituales de todos nuestros hermanos, de todos los hombres. Y tendremos siempre la fuerza, la valentía, de dar testimonio de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestra caridad, hasta con el martirio, si un día se hiciera necesario.
Para que la Comunión eucarística nos transforme, nos de fuerzas para amar más a Cristo todos los días, para crecer en el deseo de servir a los demás y vayamos así convirtiéndonos en hijos de Dios, y “lo seamos”, hemos de recibirla con las debidas disposiciones. ¿Cuáles son?
“Debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: ‘Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor’. (…) Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” (Catecismo, n. 1385).
Nuestra alabanza a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no puede concluir una vez terminada la celebración de la Misa. Toda la vida del cristiano se convierte en un ofrecimiento a Cristo, en una vida en amistad con Cristo.
Para mantener viva esa conciencia de la cercanía de Cristo después de comulgar nos pueden ayudar mucho dos pequeños detalles de piedad.
El primero, al recibir a Cristo en la Comunión, decirle que le amamos, y le damos gracias por venir a nosotros, ser nuestro alimento, que sostiene nuestro caminar, con Él, hacia la vida eterna.
El segundo, al pasar cerca de una iglesia, manifestarle el deseo de recibirle de nuevo el día siguiente. “Yo quisiera Señor recibiros con aquella pureza, humildad, devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y el fervor de los santos”. Y la Virgen Santísima nos acompañará siempre a Comulgar.
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Cuestionario.-
-¿Somos conscientes –nos volvemos a preguntar- de que en la Sacraza Comunión recibimos a una Persona viva, al mismo Cristo?
-¿Tenemos la delicadeza de recibir al Señor en la Hostia Santa, preocupándonos de acogerlo con cariño, y de manifestarle personalmente que le queremos, que le amamos?
-¿Rogamos a la Santísima Virgen que nos enseñe a recibir al Señor, como Ella lo recibió, y a amarle siempre más?