¿Sonrió Cristo en la Cruz?
Cristo clavado en la Cruz, abre las puertas del Cielo al Buen Ladrón. “En verdad, te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Las imágenes, los cuadros, cualquier tipo de representación de la escena del Calvario, reflejan un Crucificado que transmite pena, dolor, pesar. Es Cristo que “tiene sed”; sed de amar; sed de donar amor; sed de recibir amor, para hacer bienaventurados a quienes le aman.
El rostro de ese Cristo sufriente, exhausto, maltrecho, verdadero “varón de dolores”; parece clamar por un arrepentimiento ante la ofensa, por una conversión de corazón que permita al hombre entenderLe, que Le invite a llenar el corazón del hombre con el Espíritu Santo.
Cristo, ¿sonrió en la Cruz?
El aguijón de la muerte, el pecado, ha perdido su dominio del mundo, ha sido expulsado del espíritu del hombre. La muerte ha dejado paso a la vida con Cristo, a la vida eterna. En sus palabras al Buen Ladrón, Cristo sentencia definitivamente a la muerte y a su aguijón.
Cristo está solo, abandonado de todos los hombres, de sus amigos y de sus enemigos. Ha venido a redimir a todos, a liberar a todos. La soledad de la Cruz es incomunicable a Dios Padre y a los hombres. Dios Padre no puede asumir el pecado del hombre; solo Dios Hijo se ha hecho pecado. Y ningún hombre puede “hacerse pecado” en el abandono de Dios, como Cristo.
“En sus llagas fuimos curados” ¿En las llagas? En las llagas que abren el Corazón de Cristo, que nos manifiestan su amor.
Cristo no muere ni por los malos tratos, ni por las ofensas recibidas, ni siquiera por los pecados y la indiferencia de los hombres. Nada ni nadie tiene poder para matar a Dios. Cristo solo puede morir de amor, y por amor. Muere de amor para vencer la muerte, viviéndola hasta la última gota del Cáliz. Muere por amor, para abrir al hombre el camino de la Resurrección.
Sí; Cristo sonrió en la Cruz; cuando el “Buen Ladrón” le manifiesta que lo “ve”. Que “ve” a Dios en el rostro ensangrentado de Cristo; que “ve” a Dios en la debilidad escarnecida de Cristo; que “ve” a Dios en las tinieblas del Calvario; ve el gozo de Dios Redentor en el dolor y en la pena de Cristo Crucificado.
Sí; Cristo sonrió en el Calvario, al verse acompañado, comprendido, amado. El gozo de amar vence la pena de sufrir. Convierte la pena, el dolor del sufrimiento en gozo adelantado de la victoria. Victoria de redención, de triunfo; victoria en plenitud de la donación, en el triunfo compartido.
Cristo muere por cada uno de nosotros; muere por los pecadores más que por el pecado en sí, que sólo existe en un ser humano. Al hacerse “pecado”, se “hace pecado” en cada uno de nosotros, “pecadores”. El pecado no tiene una existencia abstracta. La donación de Cristo es una donación personal, no genérica, a cada ser humano con nombre y apellido.
Y su gozo de dar es pleno cuando se une al gozo de ser aceptado el don ofrecido, de ver el triunfo sobre la muerte y el pecado en el corazón del Buen Ladrón. En la Cruz, pudo decirle: “entra en el gozo de tu Señor”; entra en el gozo de Dios Padre. Insondables palabras que todos deseamos escuchar de los labios de Cristo; no ya desde la Cruz, sino al recibirnos para juzgarnos amándonos, para amarnos, juzgándonos en el amor. Cristo del Amor, Cristo de la Buena Muerte, Cristo del Perdón y de la Misericordia.
Cristo sonrió en la Cruz al abrir las puertas del Paraíso al Buen ladrón; y quiere seguir sonriente al vernos llegar junto a Él en estos días de Semana Santa, en los avatares de cada día, en el último trance de nuestro vivir terreno.
Sonriente, porque la sonrisa es la expresión del gozo asentado en el espíritu. Y en el Cielo hay más gozo “por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia”.
El Buen Ladrón, oídas las palabras de Cristo, habrá cruzado su mirada con la de la Santísima Virgen; y con un gozo en el amado, enriquecido, acrecentado, divinizado, acompañó a Jesús hasta la muerte, y “vivió” con Él la Resurrección; sonriendo.
Ernesto Juliá Diaz