Reina
¿Por qué es alabada como Reina la Madre de Dios?
Es Reina que hace posible, sirviendo, la unidad de todos los hombres, de toda la creación. El reinado de María consiste en realizar la santificación de la creación, en dar un nombre nuevo a todas las criaturas; el nombre con que las conoce y las ama Dios.
María reina en los afectos del ser humano haciendo que al poner en Ella su corazón, el hombre no se deje deslumbrar siquiera por la apariencia de mal.
Reinar es abrir camino por senderos conocidos y desconocidos, a la humanidad desorientada, desfallecida, desalentada. María reina: cuncta componens –preocupándose de todo-, ayudando al hombre para que descubra –no oculte ante su ojos- el sentido de su vivir, en medio de las contradicciones del actuar humano.
Es Reina, porque Dios reina en Ella, y María refleja el reinado de Dios sobre los hombres. Reina, porque el amor de Dios llena su corazón. Reina porque es la omnipotencia suplicante. Reina de misericordia.
La letanía de las Reinas entroniza a la Virgen en la cúspide del Cielo; en el seno de la Santísima Trinidad, después de haberla visto acompañar a su Hijo en la tierra, y dedicarse, entregarse, a todos los hombres y mujeres que han puesto en su Hijo todas sus esperanzas.
¿Es su reinado una expresión de poder? ¿Es su reinado una manifestación de fuerza? ¿Reina María por ser la más excelsa de todas las criaturas? Cierto, y no sólo la más excelsa. Con la Santísima Virgen no cabe parangón de ninguna otra criatura, de ninguna otra obra de Dios. Pero su reinado está muy lejos de ser una expresión de su excelsitud, una manifestación de poder, un alarde de fuerza.
María reina porque adora, y adorando, su alma se llena de gozo en servir.
María reina porque como el Hijo de sus entrañas, “no ha venido a ser servida sino a servir”; y sirviendo, siendo “hija de Dios”, reina en el corazón de la Santísima Trinidad; y sirviendo como Madre de Dios reina en la Iglesia; y sirviendo como Esposa del Espíritu Santo, reina en la corazón de los cristianos.
Reina de los Ángeles
Los ángeles, en toda la variedad de sus órdenes, Ángeles y Arcángeles, Virtudes y Potestades, Tronos, Dominaciones y Principados, Querubines y Serafines, descubren el amor de Dios a María; y se gozan en el corazón de Dios; cuidan de la Madre de Dios y, cuidándole, se enamoran cada vez más de Ella.
Los ángeles, reunidos en Consejo, ruegan a Dios que constituya Reina a quien va a ser su Madre. Ellos son las primeras criaturas que entronizan a María en su corazón.
Ninguna vida creada, ni en el Cielo ni en la tierra, queda lejos del corazón de Quien engendró en el tiempo la vida eterna increada.
Todo pálpito de vida y de amor, de servicio y de delicadeza que se afirme sobre el mundo, recibe el amor materno de la Virgen.
Los Ángeles y los Arcángeles anunciaron a Santa María “el misterio escondido en Dios desde la creación del mundo”.
Los Ángeles y los Arcángeles, trasladando a María desde el Cielo hasta los últimos rincones de la tierra, gozan en anunciar en María a todos los creyentes, “el misterio escondido en Dios desde la creación del mundo”.
Ella que tiene en sus manos las llaves del corazón de Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, es la Reina de todas las criaturas que el amor de Dios ha engendrado en el Cielo y en la tierra.
Ella, Reina de los Ángeles Custodios, es el camino para que la voluntad de Dios, el amor de Dios, se viva “en el cielo y en la tierra”.
Reina de los Patriarcas
María es la estrella que guía al pueblo de Dios, es la estrella de la Iglesia. En cualquier encrucijada de caminos, en cualquier rincón donde el hombre asiente su morada, Ella vendrá a su encuentro para ayudarle a “salir de las tinieblas y mostrarle la luz”.
Los Patriarcas tuvieron la misión de encontrar los caminos por los que Dios quería conducir a Israel y guiar al pueblo en su recorrido.
Loa Patriarcas fueron la voz de Dios en la historia. Con ellos, Dios caminó con su pueblo, les dirigió a través de todos los desiertos, les acompañó en todos los peligros.
Un patriarca introdujo a Israel en Egipto; otro patriarca liberó a los israelitas y abrió al pueblo el camino hacia la tierra prometida. Los patriarcas han guiado Israel a través de todas las vicisitudes de su historia: les han recordado siempre su misión; les han dado las leyes que les acercaban al corazón de Dios.
Santa María introdujo en la tierra al último Patriarca, en Quien todos los Patriarcas se reconocen.
María, con José, guió los pasos en la tierra de Aquel que es “el Camino, la Verdad, la Vida”. Aquel que con su Palabra introduce al pueblo elegido “en el lugar de su descanso”.
Reina de los Profetas
“Y oí la voz que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá de nuestra parte? Y yo le dije: “Heme aquí, envíame a mí” (Is 6, 8).
Y María fue enviada.
“Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tu salieses del seno materno te consagré (…). He aquí que pongo en tu boca mis palabras. Mira que te constituyo hoy sobre naciones y reinos, para arrancar y destruir, para arruinar y asolar, para edificar y plantar” (Jer 1, 5, 10).
Y María recibió en su seno la Palabra que arruinó el pecado, desoló el orgullo, y plantó las semillas del amor de Dios en los corazones de los hombres.
María es la afirmación radical de la presencia de Cristo en la historia de los hombres, de la cercanía de Dios en las tareas cotidianas de los hombres.
Ella anuncia en silencio la venida de Cristo al mundo; es la mujer en la que Dios Padre envía al mundo su Palabra; la mujer en la que se cumplen todas las profecías.
María ha desvelado al mundo la Verdad, la Palabra de Dios.
Es Ella Quien ha hecho posible que el apóstol pudiese llegar a decir: “De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo el mundo” (Heb 1, 1-2).
María, sin necesidad de alzar la voz, es la Reina de los Profetas. Presta oído a la palabra de Dios, la acoge en su Corazón y en su Seno, y la da al mundo.
Reina de los Profetas, no necesitó proclamar ni anunciar la Verdad; trajo la Verdad al mundo, y será ya la misma Verdad quien hable, cuando el cristiano se encuentre con Ella.
Reina de los Apóstoles
María, que sostiene los siglos y las generaciones en la esperanza de la venida del Salvador, que no deja de hablar en el silencio y en el dolor de la Cruz y de la muerte; y no deja de sufrir y de padecer, en comunión corredentora con Cristo, es verdaderamente la Reina de los Apóstoles.
Santa María es el Apóstol de excelencia de Cristo, el que prepara el ánimo de los Once para recibir la luz de la Resurrección.
María sostuvo unidos a los hombres a los que había amedrentado la visión de la Cruz, los recogió en su desesperación, fue luz en sus tinieblas, y preparó sus ojos para contemplar la gloria de Cristo Resucitado.
Juan osó decir “No experimento alegría mayor que oír que mis hijos caminan según la Verdad”, y Pablo abrió su corazón de apóstol confesando: “¿quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿quién sufre escándalo sin que yo me abrase?” (2 Cor 11, 29).
María anhela seguir viviendo con cada creyente, y hasta el fin de los tiempos, el encuentro con su prima Isabel. “Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo” (Lc 1, 41).
María se goza en el anuncio de la Resurrección, y prepara el corazón del hombre, de la mujer, para que viva la alegría de la acogida del Espíritu Santo.
María es el Apóstol que sostiene en la fe, en la esperanza a todos los Apóstoles.
Y como el Apóstol por excelencia, Santa María sigue anunciando a Cristo en todos los continentes, en todos los rincones de la tierra, en todas las encrucijadas de los caminos de los hombres, alegrándose con quienes Le encuentran; enfermando con quienes enferman en el camino.
La piedad de la Virgen hace posible animar la fe en el espíritu. Guadalupe, el Pilar, Fátima, Lourdes, Loreto, Schonstatt, Torreciudad, Luján, Centros de presencia mariana, de luz cristiana, en los que la Virgen Santísima prosigue incansable su labor de ser canal del Espíritu Santo engendrando confesores, quienes contemplando a María aprenden a vivir de Fe, a anunciar la Fe.
María hace suyas las palabras de Cristo a sus discípulos: “Id y predicad a todas las gentes; bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Reina de los mártires
Reina de los mártires, porque permaneciendo al pie de la Cruz, es la fortaleza de todos los que confiesan su fe en la sangre del martirio.
María reina en el Cielo con todos los que han dado su vida en testimonio de Cristo, porque murió con Cristo en la Cruz, y enseñó a todos los creyentes el camino para morir con Cristo, y en Cristo.
No sufrió persecución, no sufrió malos tratos, ni vejación alguna en su persona durante su vivir terreno.
“No hay dolor como mi dolor”. Es mártir con Cristo en Getsemaní; es mártir con Cristo en el Calvario; su amor materno redentor y su dolor materno sufren por los pecados de sus hijos.
Santa María es la criatura que con mayor plenitud da, mejor aún, ofrece la vida por su Hijo. Nadie le arranca la vida. Nadie la somete al sufrimiento, al dolor. Ella dona enteramente su vivir a Dios en amor; Ella hace suyos los sufrimientos y los dolores que su Hijo vive en todos los cristianos, en todos los hombres.
Es mártir al pie de la cruz, y lo fue ya en el nacimiento, en la soledad de Belén, en la huida a Egipto, en el acompañamiento de Jesús. Siempre fiel a su palabra: “Hágase en mi según su palabra”.
En el gozo de morir con Cristo en la Cruz, de dar testimonio de su Hijo manteniéndose firme en el Calvario, María es la Mártir que transmite fortaleza y esperanza a todos los mártires, y hace suyas las tribulaciones los tormentos que los mártires han vivido en amor a su Hijo.
Reina de los confesores
“El justo vive de la fe”, y la Fe requiere ser confesada.
Reina de los confesores. María es la primera criatura que vivió de la Fe en Cristo, es también la primera criatura que confesó su Fe en Dios.
“Hágase en mi según tu Palabra”.
La Fe de Abraham reverbera en la mente y en el corazón de María. La Fe de Abraham dispuesto a consumar el sacrificio de su hijo espera más allá de la promesa: “Dios se proveerá cordero para el holocausto”.
La Fe de María, contemplando la muerte del mismo Dios que es la Promesa espera firme en la Resurrección. Ella vive el sacrificio de su Hijo, vive la muerte de Dios en la Fe que cree en la Resurrección. La muerte de Cristo, viva en su mente, en su corazón, hace crecer la Fe de María en la Resurrección.
La Fe de María ilumina con nuevos resplandores la Fe de Abraham.
En su corazón confiado y abandonado, Dios pudo sembrar sin obstáculo la luz de la Verdad; la Verdad misma.
Ella es “bienaventurada porque ha creído”. Ha abierto de par en par las puertas de su corazón, de todo su ser, de toda su inteligencia, de todo su amor, a la luz de Dios, a la Fe.
En esa Fe, María vivió en la tierra, alcanzó la vida eterna; en la Fe se engendró ya la vida eterna.
María, Reina que con su Fe sostiene en las batallas a todos los confesores.
La Fe es luz, es la Palabra de Dios que vivifica todos los rincones del espíritu del ser humano, que ilumina todos los caminos del hombre.
“El justo vive de la fe”; y la fe vive, se desarrolla, y crece, en la medida en que es confesada: no puede estancarse en el espíritu. El espíritu humano no puede sostener como un aljibe el peso de la Fe: ha de transmitirlo, comunicarlo.
María es testimonio vivo de la Resurrección de Cristo, que en cada encuentro con los creyentes transmite a cada uno la alegría de Dios, con las mismas palabras con que Ella la vivió: “bienaventurado tú, que has creído”.
Reina de las Vírgenes
La más excelsa de las Vírgenes ha descubierto la grandeza del tesoro custodiado en su virginidad, que da a luz al Hijo de Dios.
La más excelsa de las Vírgenes recibe el don de ser madre sin dejar de ser virgen, y realiza la plenitud del amor que da sentido a la virginidad en su apertura a ser Madre.
Las vírgenes, en el cielo y en la tierra, al ver a María viven el asombro al contemplar el amor que Dios les tiene.
Reina de las vírgenes, con su devoción y su amor, prepara a la maternidad espiritual y corporal, el corazón y el cuerpo de todas las novias, vírgenes que anhelan los hijos, frutos de amor matrimonial.
En la virginidad de María, la inocencia agosta en el corazón del creyente hasta las raíces más hondas del pecado.
María Reina de las vírgenes da sentido hasta al último anhelo del corazón del ser humano que clama al cielo. Y llena de amor el escondido suspiro de la virgen que ha dado toda su vida a Dios, y que estrena su Fe viviendo su maternidad espiritual.
La amistad con María prepara a los creyentes para que el Señor pueda sembrar en sus almas las semillas divinas, y les da el calor necesario para que esas semillas se enraícen y den fruto.
En el amor de la Virgen Santísima hasta el ser humano más pecador descubre la inocencia de la Virginidad; la descubre y la goza.
Reina de todos los santos
Los rostros de quienes han conocido y amado a Dios se reflejan en los ojos de Santa María.
Patriarcas, Profetas, Apóstoles, Mártires, Fundadores, Confesores, Vírgenes, Madres de familia; han vislumbrado, anhelado, anunciado, obedecido la Luz que en María se engendró; la Palabra que se hizo carne en su seno; la Voz que llenó de sosiego y paz su alma.
Reina de todos los santos: porque todos han elevado su mirada hacia Ella, para escudriñar con su corazón, el corazón de Dios Padre, de Dios Hijo de Dios Espíritu Santo.
Reina de todos los santos: porque, como los Pastores de Belén y los Magos de Oriente, en los días de Navidad, todos los santos han buscado en el regazo de la Virgen el rostro sonriente del Niño Jesús.
Reina de todos los santos: porque como las santas mujeres, todos los santos han buscado en la Virgen al pie de la Cruz, la fortaleza que ha sostenido su mirar a Cristo Crucificado; y con Ella han vencido todas las batallas de redención que el pecado ha promovido en su espíritu.
Reina de todos los santos: porque con los Apóstoles y los discípulos de la primera hora, las generaciones de creyentes, atribulados el pie de la Cruz desde todos los caminos de la historia, han buscado en Ella la serenidad y la paciencia de la esperanza para gozar con Ella de la Resurrección de Cristo.
Reina de todos los santos: porque María es para ellos “la torre que vigila la ciudad: la ciudad que es cada uno, con tantas cosas que van y vienen dentro de nosotros, con tanto movimiento y a la vez con tanta quietud; con tanto desorden y con tanto orden; con tanto ruido y con tanto silencio; con tanta guerra y con tanta paz” (San Josemaría).
Reina de todos los santos: porque al devolver la mirada que le dirigen, les ha invitado a mirar al Cielo; les ha sostenido en la Fe, en la Esperanza, y en la Caridad, y les ha enseñado a asentar su espíritu en la Trinidad Beatísima.
Reina concebida sin pecado original
¿Podría estar siquiera un instante bajo el pecado la Madre del Redentor; la Madre de los redimidos?
Redimida en su Concepción; redimida en su Maternidad; redimida en todo su vivir; redimida en su muerte. Todo para ser Reina de los concebidos en pecado.
Redimida en el nacimiento de su Hijo; redimida en la Resurrección de Cristo, María es la Reina de todos los redimidos, que cantan gozosos eternamente el triunfo del amor de Dios en su Corazón Inmaculado.
Redimida para que pudiera unirse en mayor plenitud a la muerte de Cristo por el pecado; porque su sufrimiento por el abandono del hombre de los planes de Dios tiene la hondura de sufrir por amor; sin necesidad de liberar, ni de sanar, su propia corrupción (San Bernardo).
“Sin pecado original” ¿Le aparta esta situación de la miseria de las criaturas? ¿Le impide contemplar, desde su altura divina, las bajezas humanas? No. María, viviendo en los límites de la carne liberada de la oscuridad y de las tinieblas del pecado, está en condiciones de unirse más y más maternalmente con el pecado de cada pecador, de cada pecadora, con las miserias de todas las criaturas; de unirse a todos los pecadores para vivir con ellos la Redención.
“Inmaculada”, “Sin mancha”. Su Corazón, engrandecido en el amor de Dios, ama y cubre la falta de amor de todos los pecadores, de todos los hombres.
Inmaculada: la pureza de María dirige todas sus capacidades al canto de gloria a Dios; la limpieza de su corazón convierte a María en la única criatura que ama al hombre, al pecador, como Cristo lo ama.
Todas las potencias inmaculadas de su mente, de su corazón, de su memoria, se consumen en amar, en reparar.
Cristo “se hace pecado”. Santa María se hace “consecuencia de todo pecado”. En su Concepción Inmaculada, María engendra y acrecienta la esperanza de redención de todos los hombres.
Reina asunta al Cielo
El misterio del Amor de Dios ha sido realizado plenamente en una criatura humana. Realizado plenamente en el Cielo y en la Tierra. Sin pecado, en María la muerte, vencida para siempre en el Calvario, ha quebrantado para siempre su aguijón.
Asunta al Cielo, María es la voz suave que invita al arrepentimiento; la voz que adelanta en el corazón del pecador el gozo de pedir perdón por lo pecados.
María es ya la nueva tierra, el nuevo cielo. Por Ella se han cumplido las promesas de Dios; con Ella se han colmado las esperanzas de los hombres; en Ella el hombre descubre la “escala del paraíso”, la escalera del Cielo.
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en la Asunción de la Virgen al Cielo abren y manifiestan al hombre los horizontes definitivos de su vivir, la realización de todas sus esperanzas.
María es la plenitud de la Creación, de la Redención, de la Santificación. María en el Cielo, en cuerpo y alma, es el gozo de Dios ante todos sus sueños realizados.
La esperanza es ya en Ella una realidad. Más aún, ni siquiera ha esperado: ha creído y ha amado, y su alma “exultó en Dios, mi salvador”, porque Aquel en quien ha creído, ha llevado a cabo lo anunciado, la promesa.
Asunta al Cielo, ha colmado la esperanza de todas las generaciones trayéndonos a su Hijo. Reina asunta al Cielo colmará la esperanza de los hombres de ver, un día, a Dios cara a cara.
Asunta al Cielo, María invita a los hombres a que “dirijamos nuestros ojos hacia el cielo, con la seguridad de que también nuestra tierra saldrá regenerada. Volver nuestra mirada hacia el Cielo significa que nuestras almas se abran a Dios para que tome posesión de nuestras vidas” (Ratzinger).
Asunta al Cielo. Dios adelanta en María la resurrección de la carne, en el gozo de recibir a su Madre ya en la plenitud de “nueva criatura”.
Reina del santísimo Rosario
La Santísima Virgen es la criatura más consciente de lo insondable del misterio de Dios, en Cristo Jesús. Y, a la vez, es la criatura que con más confianza y abandono ha vivido en el Misterio de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo.
Viviendo ya la grandeza de Dios, María es también la criatura más consciente de los límites del ser humano ante Dios; y como sabe que no puede dar a conocer al hombre las maravillas de Dios, le sugiere caminar con Ella, recordando escenas de la vida de su hijo Jesucristo, y subir así, de su mano, de la tierra al cielo..
María invita a los cristianos a rezar con Ella el Santo Rosario contemplando los misterios del amor de Dios a los hombres. Al ritmo de las palabras, y de la mano de María, el espíritu se abre – avemaría tras avemaría- a la Luz de Dios.
El creyente orante contempla con María la vida de Cristo en la tierra y en el Cielo; camina con María siguiendo los pasos de Cristo, y se introduce en el Cielo para contemplar la perenne y eterna Pentecostés. Vive con María la historia real de Cristo en la tierra; la vida de Cristo en sus relaciones con todos los hombres, en sus afanes de redimir a todos los hombres.
El cristiano vive con María el asombro de la Encarnación y del Nacimiento; la tribulación de la Pasión y de la Muerte; la alegría de llevar la Cruz y gozar en la Redención. Y de anunciar su Resurrección.
El cristiano vive con Cristo, viviendo con María, rezando con María. Resucita con Cristo, resucitando con María, mientras habla con María de las grandezas de Dios, de las maravillosas obras de Dios, en el Cielo y en la tierra.
Reina de la familia
Creada la familia para que el amor de Dios permanezca siempre vivo en la tierra; el Hijo de Dios que viene a traer “fuego a la tierra”, que viene a hacernos donación del Espíritu Santo, quiso hacerse hombre en una familia, haciéndose de este modo familia con todos los hombres, en el seno de María, en el hogar de María y de José.
En familia con su Madre María, Cristo vive en el calor de todos los hogares del mundo.
La Virgen es el ámbito del vivir en familia de Dios con los hombres; y en su corazón todas las relaciones de Dios con los hombres se convierten en “cuestiones de familia”.
La creación del hombre es una “cuestión de familia” en el corazón redimido de María; la redención del hombre es “cuestión de familia” en el seno de la Virgen; la santificación del hombre es “cuestión de familia” en el alma inmaculada de la Madre de Dios, Asunta ya al Cielo.
La misión perenne de la Virgen María es la de mostrar el Señor a hombres y mujeres, y enseñar a todos a acogerlo en familia; darlo a conocer, transmitiendo tradiciones familiares; y sostener el corazón de los cristianos en el amor a Él, como hijo, como hermano.
La devoción a la Virgen devuelve al cristiano la confianza filial y familiar en la relación con Dios; confianza que el hombre perdió en el Paraíso.
Reina de la familia, el amor a la Virgen da vida a cada hogar, para que se mantenga siempre vivo el fuego del Espíritu Santo, el amor de Dios.
María es la criatura que, como Madre, Hija, y Esposa ha vivido en la tierra y vive en el cielo, en familia con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por eso hace posible que el Amor esté siempre vivo, encendido, entre padre e hijos, esposo y esposa; hijos y hermanos.
Con María, cada familia se convierte en casa de Dios, templo de Dios, hogar de Dios. El corazón de María es el hogar en el que renace, generación tras generación, el milagro del amor en el mundo, el milagro del perdón, de la perenne necesidad de reconciliación entre los hombres.
Reina de la paz
Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo ha cumplido en María una vez más sus promesas: “El que me ama,…, mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos, y haremos en él morada” (Juan 14, 23)
Dios ha hallado en el corazón de María el lugar de su reposo, y ha convertido a su Madre en Reina de la paz. La paz es el reposo de Dios en el alma: “En tus brazos siempre encuentro alegría, fuerza y luz/…En los brazos de una madre siempre encuentras un rincón” (Czarna Madonna).
En el corazón de María el hombre descubre también la amorosa paz que se adelanta al anhelo: “La tua benignità non pur socorre// a chi domanda, ma molte fiate// liberamente al demandar precorre” (Dante) (Tu benignidad no sólo socorre// tras pedir, pues muchas veces// libremente al ruego se adelanta).
La mirada amorosa de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo ha llenado de paz el espíritu de la Virgen, y el corazón de María se goza en reflejar la paz de Dios sobre la Creación ya redimida.
Reina de la Paz. Ella vigilia el descanso de Dios en el alma; el descanso y el despertar.
¿Cómo abrió María su corazón para recibir la paz?
En la co-redención amorosa del pecado al pie de la Cruz, la Madre Dolorosa se ha convertido en la Reina de la Paz. Es la paz que sólo la criatura redimida, y ya exaltada al Cielo puede dar a conocer a las criaturas que caminan hacia el Cielo, en el tiempo, en el mundo del pecado.
“Una gran señal apareció en el cielo; una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Apoc 12, 1).
Reina de la paz, reina de todos los santos. En María, todos los creyentes descubren el cumplimiento de la promesa de Cristo: “mi paz os dejo, mi paz os doy”.
En cada encuentro con Ella, María transmite el tesoro inefable de la que sólo Ella es Custodio: “Yo os veré otra vez, y vuestro corazón se alegrará y nadie os quitará ya vuestra alegría” (Juan 16, 23).
María es la Alegría, la Paz de Dios de la que jamás seremos privados.
Nuestra Señora del Encuentro
María vive siempre con afán de darnos a conocer a Cristo.
María anhela revivir con cada hombre, con cada mujer, los momentos que un día compartió con su prima Isabel. En su deseo recorre, día y noche, todos los caminos de la tierra.
Una imagen, un cuadro, una estampa de María, son retratos suyos vivos, son saludos de la Virgen Madre que sale al encuentro del caminante, y le ofrece refugio en familia con Dios.
Nuestra Señora del Encuentro espera la llegada de sus hijos en Jesucristo, como aguardó a los pastores, a los magos, en el Portal de Belén.
“A Jesús siempre se va, y se “vuelve” por María “( San Josemaría ).
María, la mujer Madre de Dios, que hace dulce, sereno, luminoso, cada encuentro.
La Virgen muestra a Cristo recién nacido, y acrecienta la Fe.
Santa María alza sus ojos a Cristo en la Cruz, y da vida a la Esperanza.
María Reina manifiesta a Cristo Resucitado y, llena el alma del Espíritu Santo, de Caridad.
A cada creyente que sale a su encuentro, la Virgen le musita al oído: “Yo soy la madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza” (Si 24, 24).
“María y Jesús siempre van juntos. Con Ella queremos permanecer en diálogo con el Señor, aprendiendo así a recibirlo mejor. ¡Santa Madre de Dios, ora por nosotros, como en Caná has orado por loe esposos! ¡Guíanos siempre hacía Jesús!” (Benedicto XVI).
La mirada de María acompaña al hombre en su nacimiento en la tierra. La mirada de María anhela acompañar al hombre en su nacimiento eterno.
El gozo pleno de la Inmaculada es abrir a cada hijo suyo en su Hijo Jesucristo las puertas del Cielo, y participar en el encuentro definitivo –reunión de familia-, con Dios Padre, Hijo, Espíritu Santo.