La perenne actualidad de Josemaría Escrivá
PRESENTACiÓN
El atardecer estaba abriéndose ya camino. Para concluir unos trabajos, entré en una habitación amplia y bien aireada, que servía de despacho múltiple. En un ángulo, a la luz de un crepúsculo ya iniciado, Josemaría Escrivá estaba solo, en silencio, recogido en sus pensamientos, en sus oraciones.
Hice ademán de marcharme, y no interrumpir aquellos instantes de sosiego. Josemaría Escrivá me sugirió que me quedase con él, en compañía.
Pasaron apenas unos minutos, y comenzó a hablar y a hacerme partícipe de sus reflexiones. Estaba considerando el pasaje del Evangelio de San Lucas, que recoge la reacción y las palabras de Pedro, arrodillado ante Cristo después de la primera pesca milagrosa: “Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador”.
Josemaría Escrivá comentó que comprendía el estado de ánimo de San Pedro, deslumbrado por el milagro que acaba de contemplar, y a la vez, se daba cuenta de que él no podría decir al Señor nada semejante. La razón era clara: si se alejaba de Cristo, que era la Palabra y tenía palabras de vida eterna, ¿a quién iría?
Josemaría Escrivá ha sido un hombre que ha deseado, que ha buscado, y a quien se le ha concedido, donado, caminar con Cristo por los caminos de la tierra, todos los días de su vida. De “contemplativo itinerante”, le calificó Juan Pablo II el día en que lo beatificó.
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Aclaro ya desde ahora que me ocuparé con preferencia de la persona; no de la obra, o mejor, no del contenido de la obra. Es cierto que Josemaría Escrivá está unido al Opus Dei en cuerpo y en alma; es cierto que Dios le ha dado vida para que fuera el fundador del Opus Dei; y es cierto también que él ha vivido siempre con el deseo de vivir en y con Dios, siendo Opus Dei.
Y si queremos hacernos con su persona, con lo más rico de su personalidad, de sí mismo, parece conveniente no subrayar en demasía su “entorno”, su ciudad natal, las circunstancias que acompañaron su vivir, la “herencia” recibida. Así, espero que consigamos conocer mejor al hombre que recibió el encargo de “hacer el Opus Dei, siendo él mismo Opus Dei”.
Cuando al final de sus días en la tierra, comentaba de sí mismo que él se veía com “un trapo sucio, enarbolado por Cristo como banderín de enganche”, venía a subrayar que el mejor modo de conocerle era el de descubrir la razón por la cual él ha existido en la tierra, la razón que sostuvo sus luchas, sus triunfos, sus fracasos, sus virtudes, la razón a la que ha servido con todas sus energías: la llamada recibida de Dios, para hacer el Opus Dei en la Iglesia.
El 2 de octubre de 1928 era un día preparado por Dios para llevar a cabo un nuevo gesto, que permitiría descubrir riquezas ya desveladas en la Encarnación de Cristo, pero que todavía no habían sido vislumbradas por los hombres en la variedad de perspectivas adecuadas. Y siguen quedando todavía muchas riquezas por vislumbrar.
Dios necesitaba un hombre que reuniera, al menos, estas condiciones: un poco de Fe en Dios Padre, para creer en una nueva locura Suya; un poco de Amor a Dios Hijo, para estar dispuesto a dar su vida por Él; una gran docilidad al Espíritu Santo para poder repetir a lo largo de sus años en la tierra el “Hágase en mí según Tu palabra”.
Josemaría Escrivá había visto crecer en su alma de hombre joven la acción de la gracia divina, que lo iba preparando para recibir “algo”. En sus preguntas, en sus clamores -”ut videam, ut sit”, “que vea”, “que sea”- están unidas esas condiciones: Fe, Caridad, Docilidad. La Esperanza echará raíces muy hondas en su espíritu una vez que la tarea divina que Dios le encomendó se enraizase en su alma.
Y aquí es necesario un parón, para dejar bien claro que el Josemaría Escrivá que estamos conmemorando, es incomprensible sin esa dependencia de Dios, sin la intervención y ayuda de la Virgen Santísima -a quien veneró con renovada ternura cada día y a quien acudía solicitándole un lugar en su regazo, para poder dormir en abandono de niño-, y mucho menos inteligible fuera de la Iglesia Católica.
Repito que no deseo situar al personaje en su entorno sociológico, familiar, geográfico, cultural, espiritual, sin desconocer, y mucho menos, desconsiderar, la influencia que todos esos “entornos” han tenido en su persona.
Al buen número de lectores interesados en esos detalles, me alegra poderles ya remitir a la lista de biografías que tratan de analizar los pormenores de la vida y de la obra de Josemaría Escrivá en la Iglesia. Biografías que resultarán más completas y enriquecedoras a medida que la visión adquiera el matiz que sólo el tiempo, y un cierto sentido histórico-crítico, consiguen dar; y alcanzarán, paso a paso, a poner de relieve el verdadero significado de la vida de Josemaría Escriva y su influencia en el mundo y en la Iglesia.
UN HOMBRE SORPRENDIDO
Dios no contempla los acontecimientos históricos de los hombres como los observamos nosotros. Sabemos sus planes de creación, de rendención, de santificación del hombre, de “todo” el hombre, y de “todos” los hombres; pero no conocemos la mente de Dios en el desarrollarse de esos planes, ni el modo divino para ir desvelando la riqueza insondable escondida en Cristo Jesús.
Y en este su actuar libre y tantas veces inesparado, Dios sorprende a los hombres. ¿Era una novedad el Opus Dei? Sin duda alguna; y quizá más que una novedad, fue una auténtica sorpresa que Dios quiso dar al mundo, y el primero que recibió la “sorpresa” fue el mismo Josemaría Escrivá. Para llevar a cabo una acción semejante, necesitaba un hombre capaz de “gestionar” una sorpresa semejante.
¿Que quería Dios? Y subrayo la pregunta, porque es patente que Josemaría Escrivá jamás hubiera “inventado” el Opus Dei. Ni inventarlo, ni descubrirlo, y mucho menos imaginarlo; ni humana ni espiritualmente; no obstante la agudeza de ingenio y la hondura de inteligencia de que gozaba, y la formación teológica y espiritual de que disponía. El ser consciente de esa verdad le acompaño a lo largo de toda su vida: le fortaleció, le alegró,
le consoló.
¿Por qué sorpresa, por qué novedad? ¿Era una novedad el Opus Dei? En 1928, como hoy, como en 1342, o en 2078, y también el año 2525, la novedad es y será siempre Cristo Jesús, Señor nuestro, Hijo de Dios, Perfecto Dios y perfecto hombre. Jamás el hombre agotará la novedad de Cristo, de la Encarnación del Hijo de Dios.
¿QUE QUERÍA DIOS?
¿Por qué es importante en la Iglesia, Josemaría Escrivá? ¿Por qué Pablo VI, un papa que amó entrañablemente a Josemaría Escrivá, dijo de él que había sido uno de los hombres que más carismas había recibido del Cielo?
Ratzinger habla de Josemaría Escrivá como de “un don Quijote”. Por aventurarse a “enseñar en el mundo de hoy la humildad, la obediencia, la pureza, el desprendimiento de los bienes, la magnanimidad”.
Ciertamente esas palabras corresponden a la verdad; y es también cierto que hay que leerlas bien para entender al beato Josemaría Escrivá, porque se pueden aplicar a cualquier cristiano que trate de vivir con coherencia su Fe en Jesucristo Hijo de Dios vivo. Si su misión hubiera sido ésa, toda su grandeza habría consistido en haber llegado a convertirse en un buen predicador, en un buen evangelizador, como sin duda lo fue.
El horizonte y la perspectiva de la “quijotada” de Josemaría Escrivá llevan escondida una dimensión mucho más amplia, y significativa vinculada a la “sorpresa” que Dios quería transmitir, y que el mismo Cardenal Ratzinger no dejó de subrayar en la misma ocasión, en la Eucaristía del 19 de Mayo de 1992, en honor del recién proclamado Beato.
“Josemaría Escrivá fue un heraldo de Cristo: el único camino digno del hombre. Su predicación era una invitación ardiente, dirigida a todos los cristianos, para que abriesen de par en par las puertas de su propia alma al Señor; para que supiesen comprender y aceptar el sentido vocacional de su existencia cristiana; para que colaborasen en la misión evangelizadora de la Iglesia“.
Los subrayados son míos, y he subrayado esas frases porque recogen el núcleo del espíritu -no de unas labores y trabajos concretos que debería realizar: hospitales, colegios, etc.-, con el que Dios sorprendió a Josemaría Escrivá, y le encargó transmitir a todos los hombres, y desde el seno de la Iglesia, al moverlo a fundar el Opus Dei.
Por su fe, por su amor, por su docilidad, Dios encontró en el alma de Josemaría Escrivá las condiciones requeridas para desarrollar la semilla que Él mismo había plantado en su corazón al crearle, y que le ha llevado a ese triple descubrimiento:
- a) el abrir de par en par el alma al Señor; y no sólo el alma, todo su ser, trajo consigo ver con nueva luz la realidad de la Gracia -”verdadera participación de la naturaleza divina en el hombre”-; y descubrir la cercanía de Dios, cercanía que Josemaría Escrivá vivió con un profundo sentido de filiación y de libertad.
- b) el comprender y aceptar el sentido vocacional de la existencia cristiana, con el vuelco tan grande que llevaba consigo del concepto de vocación, hasta entonces dado ya casi por completamente adquirido en la espiritualidad cristiana; le llevó a dar sentido a cualquier quehacer humano sobre la tierra, y muy especialmente, a vivir la cercanía de Dios en cualquier condición de la existencia humana: trabajo, descanso, vida social, familia, etc.; sin necesidad de establecer condiciones de espacio o de tiempo especiales.
- c) al ver a todos los cristianos como colaboradores en la misión evangelizadora de la Iglesia; el fundador del Opus Dei entendió que esa misión iba unida inseparablemente al deseo de santidad, de vivir “con Cristo, por Cristo, en Cristo”, que late en la raíz de la vida cristiana, desde que Cristo nos indicó: Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto. Sólo llevando en sí mismo la vida de Cristo, el cristiano podría ser evangelizador.
Es oportuno aclarar que ninguna de estas tres grandes luces cristiana es original de Josemaría Escrivá. La originalidad que el Espíritu Santo inspiró a Josemaría Escrivá fue la de engarzarlas, y fundar el Opus Dei, como paradigma -en ningún caso ni exclusivo ni monopolizador- de la posibilidad de vivirlas sobre la tierra, y para que su fulgor ni se apagase ni
languideciese en el mundo.
Si además de la persona, nos ocupásemos en estas líneas del contenido de la obra llevada a cabo por Josemaría Escrivá, tendríamos que introducir aquí un estudio más detallado del espíritu del Opus Dei y de su significado en la vida de la Iglesia.
Dejamos por ahora ese trabajo a otros escritores, o para otros escritos, además de los que ya hay sobre la materia, y nos limitamos apenas a desvelar ligeramente ese espíritu al considerar cómo reaccionó Josemaría Escrivá a ese encargo de Dios.
UN HOMBRE LLAMADO
Desde el primer momento, se dió cuenta de que no podía quedar pasivo ante una invitación tan perentoria; y se descubrió llamado personalmente a vivir lo que se le había comunicado; y vivirlo en cualquier circunstancia y en cualquier momento de su existencia.
- a) La Cercanía de Dios.
Josemaría Escrivá entiende que esta cercanía es la primera, y más inmediata, consecuencia de la Encarnación. Es una cercanía que se realiza en Cristo, en hacernos conocer nuestro nuevo modo de ser “hijos de Dios en Cristo”.
“Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. -Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado…Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos” (Camino,. n. 267).
Josemaría Escrivá trata de vivir esa cercanía de Dios como una cercanía familiar, y con la confianza plena y la libertad de un hijo con su Padre. Y esa cercanía familiar origina una atmósfera en su espíritu que llena toda la vida del hijo.
Ha podido escribir con razón: “hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey” (Es Cristo que pasa, n. 181). Y con ese espíritu convierte en gloria de Dios el recoger unos trozos de papel caídos en el suelo, un tiempo de oración ante el Sagrario, un rato de conversación, un paseo por los pinares de los “Castelli Romani”.
Cercanía de Dios que Josemaría Escrivá, consciente y gozoso de “participar de la naturaleza divina”, que eso es la Gracia, vive con un redescubierto espíritu de ser “hijo de Dios”, espíritu del que él mismo afirma: “La filiación divina es el fundamento del espíritu del Opus Dei” (Es Cristo que pasa, 64). Filiación divina que es “una verdad gozosa, un misterio consolador” (ib. 65). Y subraya: “Todos los hombres son hijos de Dios. Pero un hijo puede reaccionar, frente a su padre, de muchas maneras. Hay que esforzarse por ser hijos que procuran darse cuenta de que el Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con El que nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna!” (ib. 64).
Una nueva luz para leer el Evangelio, le descubrió más y más facetas de esa “cercanía” de Dios. Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos, había dicho San Agustín. A Josemaría Escrivá le correspondió la misión de rastrear esa cercanía en todos los rincones de la tierra. No por azar habla de los sacramentos como “huellas de Cristo”, y este párrafo del Decreto sobre el ejercicio heroico de las virtudes, del 9 de abril de 1990, habrá sido especialmente de su agrado:
“Entre la variedad de caminos de santidad cristiana, la vía recorrida por el Siervo de Dios (Josemaría Escrivá) manifiesta, con particular transparencia, toda la radicalidad de la vocación bautismal”. La novedad del Opus Dei y la sorpresa de Dios venía de antiguo: la realidad santificadora de los sacramentos, de los siete sacramentos, sin excluir ninguno, que Josemaría Escrivá recibió una luz especial para recordarlo a los cristianos.
¿Dónde encontrar al Señor cada día? ¿Cómo abrir de par en par las puertas del alma a Dios, para dejarlo entrar en ella? En la Eucaristía, en la Santa Misa, que sin dejar de ser considerada como una obligación en la vida del cristiano, se convierte en el centro y la raíz de la vida interior, y el cristiano ha de convertir su día en una Misa.
La Confesión, Penitencia además de ser el sacramento de la Reconciliación con Dios, hace posible revestirse de Cristo: “‘Induimini Dominum Iesum Christum’ -revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, decía San Pablo a los Romanos. -En el Sacramento de la Penitencia es donde tú y yo nos revestimos de Jesucristo y de sus merecimientos” (Camino, 310).
Cercanía de Dios que Josemaría Escrivá -”contemplativo itinerante”, repito, que “sueña” que los hombres lleguemos a ser “contemplativos de Dios en medio del mundo” – desentraña particularmente y con acentos decididamente nuevos, el significado vocacional y santificador del Matrimonio, del vivir la Familia: “El matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social…: es una auténtica vocación sobrenatural…:signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra” (Es Cristo que pasa, n. 23).
- b) El sentido vocacional de la existencia humana
Es ésta otra verdad -latente también en la Encarnación del Hijo de Dios, y originada y arraigada en la filiación divina-, que Josemaría Escrivá ha ayudado a aclarar definitivamente, en el seno de la Iglesia, en la teología espiritual, y de la que todavía quedan muchas consecuencias y conclusiones que sacar.
“Fijate bien: hay muchos hombre y mujeres en el mundo, y ni a uno solo de ellos deja de llamar el Maestro.
Les llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección, a una vida eterna” (Forja, 13).
¿Podemos resumir en pocas palabras la misión de Josemaría Escrivá en la tierra, en el seno de la Iglesia, y ante todos los hombres? Pienso que sí, y me atrevería a hacerlo de este modo.
Al recordar el sentido vocacional de la existencia humana, al afirmar que el nacimiento de todo hombre corresponde a una llamada de Dios, personal, única e irrepetible, Josemaría Escrivá pone al hombre ante la grandeza de ser criatura de Dios; ante la grandeza de ser cristiano, hijo de Dios; y manifiesta al cristiano la alegría y la grandeza de ser santo: de vivir por Cristo, en Cristo, con Cristo.
O sea; la grandeza que se encierra en la alegría de ser hombre, siendo cristiano que anhela ser santo. ¿Puras palabras, bonitas para hacer un póster y decorar una pared del despacho? No diría. Son palabras que manifiestan el fruto de desvelar en profundidad algo del misterio, inalcanzable al entendimiento humano, de la Encarnación del Hijo de Dios.
El Concilio Vaticano II lo dijo de forma inequívoca: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et spes, 22). A Josemaría Escrivá le correspondió el papel de convertir, desde 1928, esta verdad en una realidad viva.
El sentido vocacional de la existencia humana es la lógica consecuencia de esta unión de Dios con cada hombre, que Josemaría Escrivá ha aplicado al “hombre total”.
No es éste el momento de adentrarnos en el papel que juegan las virtudes humanas en la vida y en las enseñanzas del fundador del Opus Dei. Para la finalidad de estas líneas basta recoger una cita suya, y un comentario de Cornelio Fabro.
“Cierta mentalidad laicista y otras maneras de pensar que podríamos llamar pietistas, coinciden en no considerar al cristiano como hombre entero y pleno. Para los primeros, las exigencias del Evangelio sofocaría las cualidades humanas; para los otros, la naturaleza caída pondría en peligro la pureza de la fe. El resultado es el mismo: desconocer la hondura de la Encarnación de Cristo, ignorar que el el Verbo se hizo carne, hombre, y habitó en medio de nosotros” (Amigos de Dios, n. 74).
Y comenta Cornelio Fabro: “Así pues, la vida del cristiano debe consistir en una armonía de las virtudes humano-naturales y cristiano-sobrenaturales, no por una yuxtaposición postiza y artificial, sino por una elevación que es el efecto de la abnegación y la generosidad”.
UN HOMBRE ENVIADO
Asentada en su espíritu la verdad de ser hijo de Dios, y de ser llamado a vivir con Cristo, por Cristo, en Cristo; adquiere toda su luz la conciencia de ser un hombre enviado en medio del mundo, para llevar a cabo la misión de Cristo. De ahí el tercer gran descubrimiento, que Josemaría Escrivá aplica, como los dos anteriores, a todos los cristianos.
- c) Colaborar en la misión evangelizadora de la Iglesia.
“Este mensaje de santificación en y desde las realidades terrenas se muestra providencialmente actual” ha comentado un muy buen teólogo al considerar la realidad del Opus Dei, y añadió: “Al desafio de la secularización, la Iglesia responde con Escrivà de la manera más radical y eficaz: no atrincherando al cristiano detrás de una barricada construida para defenderlo y tampoco enviándolo ingenuamente a abrazar una cultura hecha para cancelarlo; sino afirmando que la Encarnación del Verbo es el fundamento perennemente actual y operante de la transformación en Cristo del hombre, y a través del trabajo del hombre, de toda la creación”.
Josemaría Escrivá no piensa primero en la “secularización de la sociedad, e inventa después el Opus Dei. El primero que habla es Dios, que le descubre un misterio divino escondido durante siglos.
La novedad es Cristo viviendo en cada cristiano, ese Cristo tantas veces dormido en todo hombre de “buena voluntad” que el Opus Dei tiene la misión divina de despertar. Y lo despierta, recordando que todo cristiano ha de ser un apóstol, un evangelizador, no un predicador, ni un recordador de doctrinas, sino alguien que haga: “de su vida diaria un testimonio de fe, de esperanza y de caridad; testimonio sencillo, normal, sin necesidad de manifestaciones aparatosas, poniendo de relieve -con la coherencia de su vida- la constante presencia de la Iglesia en el mundo, ya que todos los católicos son ellos mismos Iglesia, pues son miembros con pleno derecho del único Pueblo de Dios” (Es Cristo que pasa, n. 53).
CON FE, CON LIBERTAD, CON AMOR: UN HOMBRE LIBRE Y ENAMORADO
Sacar adelante esta tarea era, ciertamente, labor ardua e ingente, sobre todo por la necesidad de mantener la calma y la tranquilidad, para no desviarse en el espíritu recibido, ni a derecha ni a izquierda.
Dios necesitaba preparar un hombre capaz de gozarse siendo criatura ante el Creador; de gozarse siendo hijo ante su Padre Dios; un hombre dispuesto a amar a Dios y a los hombres en el corazón de Cristo, y gozarse en ser enviado. Un hombre de fe, en definitiva, en condiciones de crecer todos los días en libertad y en amor.
En una palabra un hombre libre, muy normal, dispuesto a morirse amando, y por amor. Y es cierto que es necesaria mucha libertad de espíritu para ser un hombre normal; y la libertad de espíritu sólo puede llegar a enraizarse sostenida por la fe.
El Señor fue haciendo esa labor en el alma de Josemaría Escrivá armoniosa y pausadamente; dándole luces para enraizarle más hondamente en la conciencia de ser hijo de Dios, a la vez que permitía fracasos, rectificaciones y vueltas a comenzar en la tarea de asentar el Opus Dei. Y todo, guiándole por caminos de libertad.
Se subraya quizá poco el vínculo ontológico y vital de Josemaría Escrivá con la libertad; y mucho me temo que ni siquiera él haya conseguido explicar claramente por escrito esa ligazón que tan bien ha vivido personal y cotidianamente. Es cierto que lo ha intentado y de manera admirable en su homilías “El respeto cristiano a la persona y a su libertad” y, especialmente, en “La libertad, don de Dios”.
“Es una palabra -la libertad- que tengo en el corazón, en la boca y en las obras. Sin libertad no podemos agradar a Dios; sin libertad no podemos obtener el cielo; sin libertad no podemos amar; sin libertad somos como una cosa: la razón no nos serviría para nada. En la libertad de la gloria de los hijos de Dios“(Josemaría Escrivá. Reunión con sacerdotes, 1974).
“Sin libertad, señala en otro texto, no podemos corresponder a la gracia; sin libertad, no podemos entregarnos libremente al Señor, con la razón más sobrenatural: porque nos da la gana” (Es Cristo que pasa, n. 184)
La libertad fue una tensión suprema en el espíritu de Josemaría Escrivá, que le llamó y le sostuvo en la dedicación de todo su ser y de toda su vida en el servicio a Dios, por amor.
Cornelio Fabro, filósofo y teólogo, quizá una de las personas que mejor ha entendido la libertad de Josemaría Escrivá, ha escrito que: “no se trata de un libertad de repetición, y ni siquiera de pura imitación; sino de un empeño creador que está unido una y otra vez a los manantiales de la Fe”.
Yo diría más: a los manantiales de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad. Josemaría Escrivá fue un auténtico pregonero y apóstol del “porque me da la gana” -la razón más sobrenatural-; que no es un voluntarismo vacío; sino una profunda manifestación de amor: es la libertad del hombre que se une a la libertad de Dios, porque lo ama como hijo, y descubre el amor que Dios ha tenido con nosotros al crearnos en libertad, con libertad y concedernos la gracia de ser libres.
Josemaría Escrivá es y será siempre una novedad, porque es un hombre que ha comprendido que la libertad es siempre actual; y no una libertad que se podría limitar a las libertades en el campo social, cultural, político, etc., libertades obvias, de otro lado, en el contexto vital occidental de hoy.
Josemaría Escrivá entendió que la libertad no es puro ejercicio de facultades, ni el empleo de la capacidad de elección entre las distintas posibilidades vitales que se le presentan al hombre. Comprendió que la libertad y la verdad son inseparables, si se quiere pensar en el “hombre total”; y que “la verdad os hará libre”; y ha creído que la Verdad tiene un nombre: Cristo Jesús”; por eso habla siempre de la libertad “con la que Cristo nos liberó”, de la “libertad que Cristo nos alcanzó en la Cruz y en la Resurrección”.
Libertad vivida con Dios y con los hombres. Libertad en las quejas y en las peticiones al Señor, en la adoración. Libertad ante la autoridad eclesiástica y civil, en defensa siempre del espíritu recibido, de los derechos de Dios. Libertad con los hombres, al no pretender jamás imponerse innecesariamente ni siquiera a sus más cercanos colaboradores, y a no imponer su propia vida espiritual a los demás. Libertad en el amor a Dios como hijo pródigo; y libertad de corazón enamorado que sabe vencer la vergüenza de declarar su amor. Libertad de servir a todos, y libertad de expresar su agradecimiento y cariño, arrodillándose ante una campesina mejicana de rodillas ante él, para besarle la mano y devolverle la manifestación de afecto.
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Con la libertad, el amor. Tampoco es muy corriente hablar de amor al comentar aspectos de la vida de Josemaría Escrivá; y me temo que tampoco en este caso él mismo consiga descubrir en sus escritos la grandeza de su corazón. Un corazón que sabía llorar ante el dolor ajeno, y que sabía participar en la pena de un hijo suyo por la muerte de su madre, dándole dos besos “que su madre le enviaba desde el cielo”.
“No me gusta hablar de temor, porque lo que mueve al cristiano es la Caridad de Dios, que se nos ha manifestado en Cristo y que nos enseña a amar a todos los hombres y a la creación entera;…Jesús pasa a nuestro lado y espera de nosotros -hoy, ahora- una gran mudanza…Nos llama a cada uno por nuestro nombre, con el apelativo familiar con el que nos llaman las personas que nos quieren. La ternura de Jesús, por nosotros, no cabe en palabras…Cristo nos quiere con el cariño inagotable que cabe en su Corazón de Dios”. (Es Cristo que pasa, 59) “La Trinidad se ha enamorado del hombre” (ib. n. 84).
Quizá es una faceta que el gran público conoce poco de su personalidad; no obstante algunos escritos que estudian este tema, y entre ellos, dos artículos de quienes le han seguido a la cabeza del Opus Dei, Alvaro del Portillo y Javier Echevarría. Ciertamente puedo asegurar que Josemaría Escrivá fue un hombre verdaderamente enamorado de Dios, de la Santísima Virgen y de los hombres.
UNA ÚLTIMA PREGUNTA
¿Llegó a realizar Josemaría Escrivá la misión a la que fue llamado? ¿Su cercanía a Dios, el sentido vocacional de su vida; el saberse sorprendido y llamado a ser hijo de Dios…, le hicieron posible llevar a cabo la labor encomendada?
Lástima que a semejante pregunta nos tengamos que contentar, en esta ocasión, con apenas un esbozo de respuesta.
Quizá no sea muy osado pensar que está más allá de los límites del ser humano el poder llevar a cabo con toda plenitud,
cualquier misión encomendada por Dios a un hombre, a una mujer. Y, especialmente cuando se trata, como en este caso, de reverdecer un espíritu “viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo”, vivido con tanta fidelidad ya por los primeros cristianos.
Y esto, porque toda “misión”, encargo de Dios, comporta dos facetas: la primera realizar lo mandado; la segunda, convertirse en Cristo, al llevarlo a cabo.
La primera faceta es quizá más asequible, siempre con la conciencia, muy clara en los fundadores, y ciertamente en Josemaría Escrivá, de la verdad de las palabras de San Pablo: “Yo planté, Apolo regó: pero quien dió el incremento fue Dios. Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el incremento” (I Cor, 3, 6-7).
La segunda faceta es más ardua de dilucidar. ¿Hay acaso alguna criatura, salva siempre la Santísima Virgen María, que pueda decir que ha cumplido en todo la voluntad de Dios, y que se ha convertido plenamente según el corazón de Cristo, en Cristo mismo?
A la primera faceta de la pregunta que hemos formulado, Josemaría Escrivá -aun siendo, verdaderamente, un “instrumento fidelísimo para fundar el Opus Dei”, transmitiendo íntegro el espíritu recibido, y dejándolo, en palabra suya, “esculpido”- hubiera respondido quizá con una sonrisa, diciendo: “Para Dios toda la gloria”.
A la segunda faceta, su respuesta hubiera sido claramente un No. “Me voy a morir sin haber aprendido las lecciones de amor que Dios me ha dado”, comentó pocos días antes de su muerte. Y esto, sin empacho de reconocer y de admitir que Dios había hecho algo maravilloso contando con él.
“Todo está hecho; todo está por hacer”, eran las palabras de sus últimos días, a propósito de la obra que se la había encargado. Él sabía muy bien que los trabajos encomendados por Dios no se dejan siquiera a medio terminar: el hombre apenas consigue iniciarlos.
Pienso -con libertad y amor- que la respuesta de Dios ha sido afirmativa. Como buen y dócil fundador, al implantar el Opus Dei encontró dificultades…y vio germinar la semilla aun en campos que invitaban a la esterilidad plena: así se convenció de que todo era de Dios, y nada suyo: su corazón vivía en el Corazón de Cristo.
Juan Pablo II lo dijo con palabras entrañables: “El Señor le concedió contemplar, ya durante su vida terrena, frutos alentadores de su apostolado, que Josemaría Escrivá atribuía exclusivamente a la bondad divina, considerándose siempre un “instrumento inepto y sordo” y dando prueba de una humildad extraordinaria, hasta el punto de que, al final de su existencia, se veía “como un niño que balbucea” (18 de mayo 1992).
Alguien puede preguntarse cómo se puede afirmar que Josemaría Escrivá ha llevado a cabo la primera faceta de la misión, si no alcanzó a obtener de la Santa Sede la solución jurídica definitiva para el Opus Dei.
La cuestión es, sin duda, pertinente; y por serlo, la respuesta puede servir para subrayar que Josemaría Escrivá recibe el Opus Dei de Dios. Y así lo reconoce, cuando toma conciencia de que esos son los planes de Dios; que él se morirá sin verlo, y que hijos suyos llevarán a cabo lo que él ha vislumbrado y ha dejado por escrito. Y lo reconoce con gozo; porque sabe que de esta manera Dios reafirma una vez más que el Opus Dei es obra suya, y que él ha servido “como trapo sucio”, de banderín de enganche; y como sobre que lleva una carta, que sirve para que no se altere ni el contenido ni la escritura del mensaje.
Josemaría Escrivá, buen conocedor de la Escritura, meditó muchas veces el pasaje de Moisés contemplando desde la altura del monte Nebo, en compañía de Yavé, la tierra prometida.
LAS RAÍCES DE LA PERENNIDAD
Josemaría Escrivá es, y será, perennemente actual no por las obras que ha impulsado acá y allá, en el universo mundo, desde la universidad de Navarra, hasta Warrane College en Sidney, Australia; Seiko Institute en Osaka, Japón; Kianda College en Nairobi, Kenya; la Universidad de la Sabana en Bogotá, Colombia; sino porque lo que vivió y predicó no pierde nunca actualidad. El hombre no deja nunca de ser criatura, de estar abierto a Dios, a Cristo, de ser llamado a ser santo. Y el Opus Dei existe para recordarlo a lo largo de los tiempos, en todas las circunstancias del vivir de los hombres, de todos los hombres.
Es, y será, actual más que por haber fundado un “camino de santidad”; por haber recordado a los hombres que están abiertos todos “los caminos divinos -de santidad- de la tierra”; es más, que todos los caminos de la tierra pueden ser caminos de santidad, caminos al cielo.
Encarnó un espíritu que él sabía que no era suyo, que era de Dios, que cada ser humano, cada cristiano está llamado a encarnar personalmente, “ésta ha de ser la vida de muchos cristianos, cada uno yendo adelante por su propia via espiritual -son infinitas-, en medio de los afanes del mundo” (Amigos de Dios, n. 308).
Con ese espíritu, Josemaría Escrivá enseñó al cristiano a “trabajar con la alegría de quien se sabe hijo de Dios”. A trabajar consciente de estar en la “casa de su Padre”, de hacer posible que toda la creación dé gloria a Dios; y con el afán de recuperar el mundo para Dios y para el hombre, y gozar con Dios de la misma creación. “La creación espera la manifestación de los hijos de Dios”. De ahí, “santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar con el trabajo”.
Y el hombre, con el horizonte de ser santo, consigue desarrollar las raíces humanas y divinas de su espíritu, y manifestar la grandeza divina y humana de vivir según el orden de Dios Creador, y más allá de cualquier fundamentalismo e integrismo, los verdaderos pilares de la vida humana: la Persona; la Familia; la Sociedad al servicio del hombre; la Profesión, el trabajo.
En cierto modo, el Opus Dei viene a ser como un adelanto en la tierra de la realización del sueño de San Pablo, de ver todas las cosas sometidas a Cristo y, “entonces el mismo Hijo se sujetará a quien a Él todo lo sometió, para que sea Dios todo en todo” (1 Cor, 15, 28)
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Comenzamos diciendo que íbamos a dejar a un lado el contenido de la obra de Josemaría Escrivá, el Opus Dei; y, en el camino, quien da la impresión de habérsenos perdido es Josemaría Escrivá: ése es su triunfo; ésa es su gran personalidad. Quizá no podría haber sido de otra manera, en un hombre que vivió con libertad y confianza, en un deslumbramiento divino y humano, la “cercanía” de Cristo.
Y esa “cercanía” le hizo comprender, y vivir, las palabras de Juan el Bautista: “Conviene que Él crezca, y que yo disminuya”.
Ernesto Juliá Díaz