Y EL GOZO LLENÓ A MARÍA
Ya bien entrada la noche, la creación contiene el pálpito. Y espera. Espera en esperanza contenida; espera más allá de la esperanza, que no conoce el rostro de Quien espera.
El Misterio sólo puede ser recibido en el silencio, en el silencio de los horizontes abiertos del desierto, en el silencio de las cuevas ocultas de las montañas, en el silencio del serpear de los ríos en la meseta.
Y con el contener el pálpito, la creación cierra los ojos para recibir la luz.
La Virgen, que en su corazón lleva escondida la vida de todo lo creado, no encuentra lugar en la posada para dar luz a la Luz. Los hombres no estamos en condiciones de preparar un rincón en la tierra al Creador del mundo. No es la malicia, no es la indiferencia del pecado, no es siquiera la fragilidad, la ceguera. Son los límites de la condición de criatura.
No importa el lugar, su Madre, la Inmaculada, tiene brazos para acunar a Dios; y al Hijo Eterno de Dios hecho hombre busca el regazo de María: único lugar de la entera creación limpio, preparado y puro para acogerle. María: “en la cual la Trinidad/ de carne al Verbo vestía….y quedó el Verbo encarnado/ en el vientre de María” (San Juan de la Cruz).
María busca el silencio, y José le deja hacer. Dios está allí, dispuesto a nacer en el tierra, entre los hombres. El proveerá.
Se acerca el instante en el que todas las coordenadas de la entera creación, los cantos de los coros de ángeles y arcángeles, se encuentran en el portal de Belén, en torno al silencio de la medianoche.
Los ojos de María guardan silencio ante su creador que llega al mundo con los ojos cerrados. Enseguida los abrió. Y gozó del gozo de María al contemplar por primera vez, Ella, la primera criatura en el corazón de Dios, que recibe en la visión la plenitud de la inteligencia; Ella, que al ver al Hijo del hombre, abre su corazón a la mirada del Hijo de Dios.
Las visiones de Daniel, de Ezequiel, de Isaías han quedado consignadas en los libros de historia, en el libro de la revelación de Dios. La visión de María, hecha carne, es la historia del hombre, es ya la Revelación de Dios. “Muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron” (Mt 13,17).
La incontenible Verdad y Belleza de Dios inundó de luz las pupilas de María. Y el infinito tesoro de la Trinidad Beatísina, en una inefable sinfonía de Amor, sonrío a la Madre, desde los ojos del Recién Nacido.
“Me llamarán Bienaventurada todas las generaciones”.
En las posadas de Belén se han apagado todas las luces. Las luces, y la maldición que pesaba sobre la humanidad. Ya ha dejado de tener vigencia el clamor de Wilde: “Aunque todos los hombres matan lo que aman”.
En el gozo de María ha encontrado muerte la propia muerte.
La sonrisa de un Niño agradece a su Madre el haberle dado vida a El, que engendró a su Madre desde toda la eternidad.