¿Callar la voz de la Verdad?
“Después de apretar el gatillo, y comenzar la bala su camino hacia el rostro del anciano; una duda extraña y angustiosa le atravesó la mente: ¿será verdad todo lo que este hombre creía?”
Así concluye Graham Greene su relato breve titulado “La última Navidad de Juan XXIX”. Y estas palabras me han venido con frecuencia a la mente en estos últimos días.
El General Dictador cambia de rostro, y de título. Puede ser un presidente de una república cualquiera, un rey de una monarquía cualquiera; el último presidente de gobierno de un Estado cualquiera.
En diversos países de diferentes partes del mundo, las noticias no cesan de llegar, gota a gota, como sin importancia, y sin que llamen la atención a los medios de comunicación internacionales.
Un sacerdote, una monja, un misionero que consume la vida salvando a enfermos del sida, del hambre, una misionera que llega al final del día después de recitar una y otras veces las primeras oraciones a niños y niñas de tribus diferentes, de familias lejanas, huérfanos…; caen asesinados; caen acribillados por el odio, por la intransigencia, por el miedo. Y contemplando su muerte, su asesinato, la mirada –ojos cerrados- de un “general, presidente, rey Dictador”, pistola en mano.
El General Dictador de Graham Greene tenía un rostro; y su pulso temblaba todavía al lanzar el disparo.
Las manos de los asesinos que siegan la vida de sacerdotes, monjas, misioneros,… no tiemblan. Obedecen una “ley”, una “ideología”, siguen unos “mandatos”. Son anónimos. Los restos de conciencia que puedan quedar ocultos en algún rincón de su espíritu, apenas alzan la voz. Su miedo a la verdad es tan fuerte como su odio. El temor a la Verdad, desconcierta.
Liu Xiaobo, reciente Premio Nobel de la Paz, sigue encarcelado en alguna prisión china. Muchas voces –entre ellas, las de no pocas organizaciones católicas- se han alzado en China, y en todo el mundo, pidiendo su liberación.
¿Quién tiene miedo a la verdad? Mientras se afirme que no existe ninguna Verdad, ni siquiera ninguna verdad con minúscula; cuando la Verdad se presenta con toda su fuerza; ni siquiera esa “falsa verdad” de que no hay verdad, se tambalea.
¿Será verdad todo lo que este hombre creía?
Es la pregunta que late en el corazón de todos los que pretenden tapar la voz de la conciencia; de todos los que no que no quieren admitir la Verdad de la vida; la Verdad de la muerte; la Verdad de la Resurrección; la Verdad de la vida eterna.
¿Por qué esta obstinación?
Quizá porque después de tanta muerte, de tanto asesinato, de tanto mártir, comienzan a vislumbrar la Verdad, Cristo; y no se atreven a abrir los ojos.
Steiner se pregunta si el hombre occidental tendrá todavía deseos y fuerzas apara seguir buscando la verdad a la vista de todos los “vacíos” que encuentra ante sí, después de haberse dejado seducir por “ideologías” que lo han desorientado, y lo han dejado indefenso, airado, contra sí mismo.
“Yo no dudo en afirmar que la gran enfermedad de nuestro tiempo es su déficit de verdad. El éxito, el resultado, le ha quitado la primacía en todas partes. La renuncia a la Verdad y la huída hacia la conformidad de grupo no son un camino para la paz” (Benedicto XVI).
“¿Será verdad todo lo que este hombre creía?”
El general, el presidente, el rey Dictador, cualquiera, en el momento de apretar el gatillo, se suicida. Confiesa que ha conseguido crucificar de nuevo a la Verdad, y no le ha servido de nada.
Se ha arrancado los oídos para no oír el disparo, y no ha podido escuchar el silencio del alba de la Resurrección. Se ha arrancado los ojos, y no ha querido contemplar la luz de la Resurrección.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com