Esta semana encontré un pequeño tesoro romano a 4,500 millas de casa, en un sitio como Pittsburgh. Entre las muchas actividades que disfruté durante mi visita a la Universidad de Duquesne, para celebrar el décimo aniversario de nuestro campus italiano, realicé una visita a la asombrosa iglesia católica croata de San Nicolás en Millvale, Pennsylvania.
La iglesia de San Nicolás fue construida originalmente en una zona llena de fundiciones de hierro, fábricas, serrerías, y destilerías, como la primera iglesia católica croata de los Estados Unidos. A finales del siglo XIX, 50.000 inmigrantes croatas llegaron a Pittsburgh buscando trabajo en aquellas prósperas industrias.
La primera iglesia de San Nicolás se quemó en 1921, pero fue reconstruida tres años después. Se completó la estructura pero los muros estaban desnudos, un lamento lejano de las tradiciones decorativas de Europa. En 1929, se asignó a la parroquia un nuevo sacerdote franciscano esloveno, padre Albert Zagar, que venía de una orden famosa por usar el arte para predicar y las paredes de la iglesia como púlpito. El padre Zagar pensó enseguida en la decoración, pero le faltaban medios económicos y también un artista que valiera la pena.
La providencia decretó que el autor socialista Louis Adamic uniera al sacerdote y al pintor. En 1935, el padre Zagar fue presentado a Maxo Vanka, inmigrante croata y artista que vivía en Nueva York. Vanka nació en Zagreb en 1889 pero se mudó a Bélgica para estudiar arte, y después de servir en la Cruz Roja como conductor de ambulancias en el frente durante la Primera Guerra Mundial, se trasladó a América en 1934 y se casó con Margaret Stettan en Nueva York.
En 1937, Vanka estuvo de acuerdo en decorar la iglesia con pinturas murales realizadas con tempera. San Nicolás sería el único mural pintado por el artista, que realizó sobre todo retratos y pinturas en tabla. Después de las primeras 8 semanas de trabajo, el artista había cubierto los muros de la mitad de la iglesia, y en 1941 volvió para completar la obra. Cada muro fue pintado por su pincel, una especie de capilla Sixtina de este destacado artista.
Como Miguel Ángel, Vanko realizó diversos bocetos de sí mismo trabajando en los andamios, donde disponía de pocos ayudantes. El programa fue el fruto de las conversaciones entre el padre Zagar y Vanka, y de un profundo entendimiento de la cultura croata, del cristianismo y de los problemas de su época.
El padre Zagar ya estaba pensando en los murales en 1934, tres años después de la encíclica Quadragesimo anno del papa Pío XI, que reiteraba puntos de la Rerum Novarum del papa León XIII. Estas encíclicas son el fundamento de la enseñanza social católica, especialmente referido al trabajador y a la sociedad industrializada.
Estas enseñanzas papales parecen haber encontrado sus ilustraciones en los murales de Maxo Vanka. Las pinturas son como la Biblia, una encíclica y un periódico, todo en uno.
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Durante muchos años escuché hablar de Malcolm Miller, el cual conocía la catedral de Chartres con una familiaridad nacida de años y años de estudios diario. Siempre soñé en cómo sería conocerle antes de que se convirtiese en leyenda, sólo pasear en una iglesia y encontrar a alguien que conociese cada centímetro de su espacio.
En San Nicolás, encontré una persona así, Mary Petrich, quien según sus propias palabras “había estado estudiando estos murales durante 72 años”. Parroquiana de San Nicolás desde su infancia, Petrich ama el arte de su iglesia como los franciscanos aman los murales del Giotto en Asís. Utilizando unos focos potentes de iluminación, como en el cine, que nos permitió observar cada detalle, ella empezó enfocando el altar, donde a 36 pies de altura, María, Madre de Croacia, flota en un ábside debajo de la invocación “Ruega por nosotros”.
Petrich anima al visitante a observar cómo los murales se relacionan y se complementan uno al otro según la gran tradición de los ciclos de frescos europeos. Ella señala, en el ábside, un fresco con un tema basado en la campiña croata, vestidos campestres, campos sembrados y un sencillo picnic, al otro lado está la activa ciudad de Millvale, con nubes de vapor industrial ondulantes, que reflejan la promesa de prosperidad. Agricultores en un lado frente a mineros en el otro en una exaltación de la virtud del trabajo. Dos hombres que aparen en los campos croatas, reaparecen después entre los mineros, como tributo a los miles de croatas inmigrantes.
Pero ambos, Croacia y la industrializada América, han conocido dificultades, y los llamativos altares de la Crucifixión y la Piedad nos preparan para el sufrimiento de Cristo y de su Madre, la Iglesia. Las madres son un tema importante en el arte: no son nunca frágiles, sino todo lo contrario, siempre poderosas, robustas y firmes.
Mirando estos altares hay dos imágenes impactantes, la primera llamada “The Croatian Mother Raises her Son for War”, que muestra a un grupo de mujeres que lloran sobre el cuerpo de un hombre joven muerto en la batalla. El paisaje está lleno de tumbas con espacio para más. Al otro lado, Vanko pintó “The Croatian Mother Raises her Son for Industry”, conmemorando la explosión de una mina donde 72 mineros resultaron atrapados. Vanko dio voz a los que no la tenían, protestando por una situación en la que murieron 500.000 mineros en los Estados Unidos entre 1930 y 1940, 64.000 murieron en un año. La iglesia siempre organiza visitas especiales el 1 de mayo, con motivo de la festividad de San José Obrero.
En la segunda serie, pintada durante la Segunda Guerra Mundial, Vanko ilustró el horror de la guerra. En el techo bajo de la entrada de la iglesia, la imagen de María casi aplasta al visitante, situada de pie entre los soldados en guerra, y a su lado Cristo crucificado. Su pecho está lleno de balazos y un soldado está a punto de hundir su bayoneta en Su corazón ardiente. Tan to los ojos de María como los de Jesús, son extraordinariamente grandes, como recuerdo de la crueldad y barbarie vistos en el siglo pasado.
Poderosas imágenes de guerra y muerte, injusticia y sufrimiento que son matizadas con suaves toques de naturaleza. Flores que crecen en medio de un alambre de púas, que brotan en un campo de batalla, evocan la encíclica de Benedicto XVI del año 2007, Spes Salvi, “En la Esperanza somos salvados”.
Mary Petrich señaló algunos detalles adorables (un conejo asomándose desde una esquina), pero siempre se mantiene el gran mensaje central del arte, la intersección de Cristo, María, la Iglesia, y su rebaño, luchando a través de las diferentes épocas y retos y siguiendo el mensaje de Cristo.
Petrich cerró la visita con una observación y una pregunta, “Estos murales siempre me desafían, como dice el profeta Miqueas 6,8 ‘¿Qué quiere Dios de ti? nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios.”
Estos asombrosos murales de San Nicolás, provocan, inspiran y conmemoran. Son propios de su tiempo y a la vez atemporales, Son en definitiva la definición de obra maestra del arte cristiano.