Otro Manifiesto; otra Declaración
Y no añado ningún comentario, ni adjetivo. Sencillamente, otro manifiesto, y van… El hecho de que el actual lo hayan firmado algunos “teólogos” alemanes no añade nada. En el contexto actual de los estudios teológicos, hace ya mucho tiempo que de las facultades alemanas no se levantan voces profundas y consistentes en el pensar teológico.
Otro manifiesto. Otra Declaración. La Iglesia es en si misma un Manifiesto, un gran Manifiesto que tiene la misión de anunciar la Fe en Cristo, vivo en los Evangelios, en los Sacramentos, en la Liturgia; y a la vez, de hacer posible que esa Fe no se desvirtúe. La sal siempre puede perder su sabor, y entonces no vale para otra cosa que para ser devuelta a la tierra, al mar, sin más.
Hace muy poco tiempo Benedicto XVI ha hecho una auténtica declaración de su fe, como cristiano de a pie, en el libro “La luz del mundo”. Está anunciado un viaje suyo a Alemania, y de todos es conocido su empeño para que en su tierra natal la fe vuelva a resurgir, y con fuerza. Las palabras sobre san Pedro Canisio, en una reciente Audiencia de los Miércoles lo dejan ver con toda claridad.
Entre líneas, se le escapa un lamento sobre la pérdida de Fe: “En Alemania, cada niño tiene renueve a trece años de clases de religión. Es incomprensible comeos posible que sea tan poco lo que les queda, por expresarlo de ese modo. En este punto, los obispos deben reflexionar seriamente cómo puede darse a la catequesis un corazón nuevo, un rostro nuevo”.
Y, en este contexto de nueva siembra de la Verdad de Cristo; y en la perspectiva de un maravilloso renacer de la fe en Ucrania –los seminarios están llenos-, en Bielorusia – con ya 460 sacerdotes, cuando apenas diez años atrás eran 60-, aparece este manifiesto. Unos “teólogos” alemanes alzan una voz cansina, retrógrada, vieja, y más que por antigua, que también, por oxidada y falta de aliento, vacía de esperanza.
A veces me viene a la cabeza al contemplar estos “manifiestos”, con las mismas “peticiones”: “democracia”; no celibato; mujeres sacerdotes; la menor moral posible, la liturgia del “pueblo”, en la que se vea más al “pueblo” que a Dios, etc. etc., son como el canto del Cisne: los firmantes hacen “manifiestos”, “declaran”, cuando ya parecen dispuestos a enterrar su “Fe”.
“¿Los firmantes de la Declaración pueden sinceramente firmar la Professio fidei requerida como condición indispensable para enseñar en nombre de la Iglesia en las Facultades de Teología?”, se pregunta otro teólogo de la Facultad de Teología de Lugano, Suiza. Y me pregunto también yo.
Todos tenemos la libertad de enterrar nuestra Fe y enterrarnos personalmente en el mismo ataúd. Esa libertad no nos la va a quitar nadie. ¿Vale la pena que alcemos la voz invitando a otros a nuestro entierro?
La Iglesia es de Dios, de Cristo, no del Papa, ni de los Obispos, y por supuesto, muchísimo menos de estos “teólogos”. Y Benedicto XVI lo subraya una vez en su último libro, a propósito del sacerdocio ministerial de las mujeres, que del “sacerdocio real” de los fieles participan mujeres y hombres de a misma manera.
“La formulación de Juan Pablo II es muy importante: la Iglesia no tiene ‘en modo alguno la facultad’ de ordenar a mujeres. No es que, digamos, no nos guste, sino que no podemos. El Señor dio a la Iglesia una figura con los Doce, y después, en sucesión de ellos, con los obispos y los presbíteros. Esta figura de la Iglesia no la hemos hecho nosotros; es constitutiva desde Él”. Y subraya después la importancia de las mujeres en la Iglesia, desde María hasta Madre Teresa de Calcuta, sin olvidar a las primeros testigos de la Resurrección.
El Papa, los Obispos y los teólogos en comunión con el Papa, hacen muy bien en no prestar mayor atención a esas “declaraciones”, que lo único que realmente manifiestan es falta de Fe en la Verdad de la Iglesia que, siendo de Dios, fundada por Jesucristo, puede iluminar, redimir y hacer fructificar todos los signos de cualquier tiempo, de cualquier civilización, sin dejarse dominar por ninguno.
Ernesto Juliá Díaz