La vida y la muerte de Álvaro
¿Un simple hecho de crónica? ¿Una noticia que apenas deja rastro después de una semana del tiempo cronológico?
¿Queda todo reducido a una Medalla de reconocimiento público a una de las protagonistas de lo ocurrido?
¿Ha sido tal el impacto de los hechos que la gente prefiere no volver sobre lo que han visto con sus propios ojos, pasar página, y que todo siga como siempre?
¿Sólo el marido de la mujer muerta, asesinada, no pasará nunca página del todo?
El hecho ha conmovido la ciudad de Madrid; y lo resumo para quienes no hubieran tenido ninguna noticia de lo ocurrido.
En la mañana del día 27 de septiembre, y mientras el pueblo fiel esperaba el comienzo de la Eucaristía, un hombre con una pistola en la mano entró en una iglesia, disparó a la sien de la primera mujer embaraza que encontró; y después, camino del altar, a otra mujer también embarazada. El hombre, que daba señales de estar fuera de mente, dio unos pasos más, se arrodilló delante del altar, metió la pistola en la boca y disparó.
Quizá en la mente, diabólicamente en tinieblas, del asesino se encerraba el deseo de que, con la madre muriese el hijo que estaba ya en la espera de su presentación en el mundo. Los Arcángeles –el crimen sucedió en la fiesta de los Arcángeles San Miguel, San Gabriel, San Rafael- salieron una vez más al paso del Maligno, y dieron fuerza a la médica para que, sin dudarlo, en la misma Iglesia, extrajera del seno materno ya muerto de la madre a una criatura con vida. La médica sabe muy bien que su alegría es ver nacer, y no ver morir, abortando una vida que anhela respirar el aire libre.
Muchas personas, y yo entre ellas, hemos rezado al Señor para que Álvaro saliera con vida del hospital, y pudiera un día correr, estudiar, rezar, con otros niños en un Colegio, bajo la cariñosa protección paterna. Y creciera, después, y siguiera su caminar por esta tierra hasta llegar al Cielo.
No ha sido así. El Señor se adelantó, y lo llamó al Cielo sin recorrer ningún camino en la tierra. Quiso mantener unidos para siempre a la madre y al hijo.
¿Un canto a la vida? Sin la menor duda. La criatura, desde su concepción, era ya un hombre, y como tal crecía, se desarrollaba, afinaba su oído para reconocer la voz cariñosa de su madre, y su corazón con el de ella palpitaba, y seguirá palpitando toda la eternidad..
Un día de fiesta, un deseo de unirse a la Eucaristía, con la asistencia de los enviados del Señor, los Arcángeles, en una iglesia de un barrio de Madrid. ¿Estaba el asesino bajo la influencia del diablo? Nada de extrañar, si se ven con calma las circunstancias, que hablan a favor de la hipótesis: una fiesta de los Ángeles, la furia asesina descargada sobre dos mujeres embarazadas: una muerta, la otra gravemente herida; y al final, el asesino se suicida, con un tiro en la boca, a los pies del altar, y arrodillado. Tanta presencia del Mal es difícil de explicar sin el Maligno.
Y como la médica -que Dios la bendiga-, que hace vivir a Álvaro; el párroco de la Iglesia se hace cargo inmediatamente de la situación. Cristo siempre vence al diablo. Álvaro es bautizado apenas salido del vientre materno. Ya está listo para abrir las puertas del Cielo.
Y el sacerdote, en un gesto supremo, imparte la absolución al asesino moribundo, en la esperanza de que antes de morir expulse de su corazón y de voluntad, la huella del diablo, y pida perdón a Dios, y acoja la absolución que Cristo le ofrece.
Un Crucificado, desde el muro del retablo del Templo, fue testigo de toda la escena, y recibió las oraciones que los fieles, en silencio, le dirigieron por la madre muerta, por el hijo vivo, por el asesino.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com