“En la legislación de la Unión Soviética nunca existió prohibición explícita de llevar cruces”.
Un sacerdote ortodoxo expresa así su admiración ante dos recientes casos ocurridos en Inglaterra. Dos mujeres, una azafata aerea y la otra enfermera en un hospital, han sido expulsadas de su trabajo por responder NO a la orden de quitarse del cuelo una cadena con una cruz.
¿Cómo es posible que en un país occidental, en el que la Declaración de Derechos Humanos está vigente, pueda ocurrir una imposición, una discrimación, semejante?
Inglaterra está preparando una ley que explícitamente permita a las empresas y empresarios despedir a sus empleados que tengan actuaciones similares. Y la cuestión se va a llevar, nada menos, que al Tribunal de Estrasburgo el próximo septiembre.
Que en Europa parece que estamos perdiendo un poco la cabeza, no necesita de muchas estadísticas ni comprobaciones. Y no sólo en cuestiones económicas, políticas, sociales; sino también en serenidad de juicio en las relaciones entre los seres humanos, en nuestro convivir de cada día. Y además, como en este caso, ante la Fe en Dios de cada uno, en definitiva.
La falta de confianza generalizada, la casi desaparición de una amistad sacrificada y atenta a las necesidades de los demás, el egoísmo generalizado del “sálvese quien pueda” se deja sentir en toda la sociedad. El “cáncer social” de la legislación sobre el aborto y sobre la familia, deja sentir hondamente sus efectos. Nos cuesta aceptarlo, pero tengo la impresión –y no estoy solo- de que es así; y la metástasis está invadiendo todo el cuerpo social.
Esta “persecución legal” a la Cruz es sólo una ligera manifestación. Por eso, de algún modo me parece que vale la pena dar gracias por la “persecución”, que nos puede servir, al menos, para reaccionar en veneración al “escándalo” de la Cruz.
¿Qué hubiera sido de Inglaterra, y de toda Europa, sin la Cruz en el corazón de los combatientes de las Navas de Tolosa?
En Europa, cuando el discurso deja los campos económicos, las palabras se difuminan y se pierdan en la carencia de significado y de sentido.
Es lógico. Esta “persecución legal” nos devuelve en cierto modo a la realidad de las palabras fuertes: la Cruz sigue siendo un “escándalo”. En Europa no nos conviene ocultarnos la situación que tenemos, en la falsa convicción de que no “hemos de exagerar”. Con el aborto y la banalización de la familia y de la vida en la legislación de casi todas las naciones, las frases fuertes son necesarias.
Papini usa expresiones de este talante en la oración que cierra su “Historia de Cristo”, que vale la pena recoger, a propósito de los hechos que comentamos.
“Los hombres, alejándose del Evangelio, han encontrado la desolación y la muerte. Más de una promesa y de una amenaza se han cumplido. Ya no tenemos nosotros, los desesperados, sino la esperanza de que vuelvas.
(…)
Nosotros, los últimos, te esperamos todos los días, a pesar de nuestra indignidad y de todo imposible. Y todo el amor que podamos obtener de nuestros corazones devastados será para Ti, ¡oh,Crucificado!, que fuiste atormentado por amor nuestro y ahora nos atormentas con todo el poderío de tu implacable amor”.
¿Temblará también ante la Cruz el Tribunal de Estrasburgo, o dejará que la azafata y la enfermera cristianas besen libremente a Cristo en la Cruz ?
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com