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Inicio / 2013 / marzo / 06 / Benedicto XVI: La Iglesia en “sede vacante”

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Benedicto XVI: La Iglesia en “sede vacante”

06/03/2013 Leave a response Ernesto Juliá Tags: Benedicto XVI, Iglesia, Papa, Sede vacante

La Iglesia en “sede vacante”

 

“Entre vosotros está el futuro Papa al que desde hoy ya le prometo mi reverencia y obediencia incondicional”.

Benedicto XVI ha hecho un gesto de obediencia  a quien le sucederá en la sede del apóstol san Pedro, a quien continuará esa linea de Romanos Pontífices,  que no terminará  hasta que acabe el tiempo, hasta que se cumpla ”el misterio de Dios”.

Un gesto de obediencia, en este tiempo de sede vacante,   que a mi me gusta ver como  una invitación a todos los creyentes en Cristo, para que  reverdezcamos el sentido de una profunda unión con Pedro, con la roca que representa Pedro, con la roca que es Cristo. “Ubi Petrus, ibi Ecclesia”, dice el dicho latino clásico. La unión con Cristo, y así lo ha querido el mismo Cristo, es unión con Pedro: “El que a vosotros oye, a mi me oye, y el que a vosotros desecha, a mi me desecha, y el que me desecha a mí, desecha al que me envió” (Lc. 10, 16).

Benedicto XVI sabe que dentro del cuerpo de la Iglesia no faltan las divisiones, las incomprensiones -las ha sufrido en su carne y en su espíritu-; y las insidias de bandos que, movidos de una manera o de otra, por el mismo diablo, hacen que la corriente de autoridad de Fe y de Gracia que han de unir Roma con el último rincón de la tierra, esté a veces interrumpida.

“El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando; es el que insidia el equilibro moral del hombre, el pérfido encantado que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de las confusas relaciones sociales, para introducir en nosotros las desviaciones que, con engaño, nos apartan de las grandes y nobles aspiraciones de nuestro espíritu” (Pablo VI, 15-XI-1972).

Ya en la tercera tentación en el desierto, el diablo ofreció el mundo a Cristo, a cambio de una adoración. Aunque el hombre había pecado, el mundo seguía siendo bueno, y de Dios. El diablo quiere apropiárselo engañando a los hombres, y a veces consigue que los hombres le “adoren”:

“Muchas veces los hombres, engañados por el Maligno, se pusieron a razonar como personas vacías y cambiaron el Dios verdadero por un ídolo falso, sirviendo a las criaturas en vez de al Creador” (Lumen Gentium, n. 16).

El demonio, para hacer el mal y más dentro de la Iglesia, necesita la cooperación de los hombres, y los encuentra. Lo recordó también Pablo VI al referirse al “humo de Satanás en la Iglesia”.

Este engaño diabólico persiste, y dentro de la Iglesia se manifiesta de manera muy particular, en la desobediencia. Y no sólo en no seguir indicaciones y directivas de Magisterio ordinario, sino incluso ante afirmaciones más solemnes; por no decir que osa en ocasiones poner en tela de juicio hasta los mismos dogmas.  Viendo estas afirmaciones dogmáticas como un atentado a la libertad de investigación, y no como lo que verdaderamente son:  luces,  cauces para orientar la investigación teológica.

Benedicto XVI ha tenido que llamar la atención a personas  -también instituciones- dentro de la Iglesia que se han opuestos a indicaciones litúrgicas y han querido “inventarse la liturgia”;  a personas -también teólogos-  que han querido interpretar a su manera el dogma de la virginidad de María -”virgen antes del parto, en el parto, después del parto”-; a personas -también sacerdotes- que han querido interpretar la Resurrección en un sentido no realista, como realmente fue; ha tenido que soportar las insidias, levantadas cada cierto tiempo por el mismo diablo, en contra de la cuestión ya zanjada por Juan Pablo II sobre la no ordenación sacerdotal de mujeres; por no añadir todas las polémicas sobre el celibato de lo sacerdotes.

Benedicto XVI habrá recordado tantas veces a lo largo de su Pontificado, el gesto inteligente y humilde de uno de sus profesores, que supo corregir su opinión acerca de la proclamación del dogma de la Asunción de María al Cielo, reconociendo que si la Iglesia lo proclamaba, él abriría su inteligencia, creería, porque la Iglesia era mas sabia, y recibía más luz de Dios.

Prosiguen las consideraciones sobre las “características” del nuevo Papa. Simples elucubraciones en el vacío. Yo las cambio en oraciones pidiendo al Señor que el Papa sea Pedro, y todos obedezcamos a la autoridad de Pedro, de Cristo.

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com

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