La nueva Encíclica: La Luz de la Fe
“Estas consideraciones sobre la Fe, en línea con todo lo que el Magisterio de la Iglesia ha declarado sobre esta virtud teologal, pretenden sumarse a lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito en las Cartas Encíclicas sobre la caridad y la esperanza. Él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones”. (Lumen Fidei, n. 7)
EL Papa Francisco confirma con estas palabras lo que ya había anunciado hace algunas semanas: que esta Encíclica sería un escrito de “cuatro manos”. Y así es. Desde los primeros párrafos se nota el rigor del pensamiento del teólogo Ratzinger, su conocimiento de la situación intelectual del mundo contemporáneo europeo –la tercera cita es de Nietzsche-, y enseguida se entiende el anhelo que le ha llevado a escribir el primer texto de la Encíclica, y la urgencia de Francisco en añadir “aportaciones”, y publicarla.
“El hombre ha renunciado a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino. Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija” (n.3).
Es difícil expresar con menos palabras y más precisas, la situación de la inteligencia del hombre occidental que ha rechazado la luz de Cristo, y que se aferra al aborto, al “matrimonio” homosexual, a la destrucción de la familia, al desprecio de la persona humana, como las grandes “conquistas” que abrirán el camino de la “libertad y del triunfo”, después de haber eliminado de su “inteligencia” el “dios” falso que se ha creado, y que le impidió ver al verdadero Dios en Cristo Jesús.
Y no sólo las experiencias del siglo pasado no han servido para hacer reaccionar al hombre occidental vacío de la luz de Cristo -¿es éste el hombre “post-cristiano”?- En cierto modo, cada vez se va enterrando más y más hondamente en su fosa; cavando su propio lugar en un cementerio que es él mismo.
El hombre no puede existir en un tiempo “Post-Cristo”; sencillamente porque ese tiempo no existe, ni existirá jamás. Cristo, Hoy y Ahora, y Siempre.
“Por tanto, es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios. La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro” (n. 4).
¿Encontrarán estas palabras hombres dispuestos a recibir esos “ojos nuevos”, después de haberse arrancado los ojos para no ver a Dios, para no ver el latir de Dios en el embrión humano, para no ver el amor de Dios en el amor de familia de un hombre y una mujer, después de haberse arrancado los ojos para no contemplar la gloria luminosa de la maternidad?
Sirvan estas palabras de bienvenida a la Encíclica, y de primer paso para seguir desentrañando el tesoro que encierra.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com