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Nuevo Libro de Josemaría Escrivá

“San Josemaría. Por las sendas de la Fe”. Ediciones Cristiandad. Madrid, 2013.  Edición y selección de textos a cargo de José Antonio Loarte.

Presento un libro del que yo no he escrito ni una palabra, ni he corregido una prueba, ni he organizado los textos que lo componen.

Los textos son de Josemaría Escrivá, de su puño y letra. La composición, y la corrección de pruebas, han correspondido a José Antonio Loarte. Dentro de la perspectiva del “Año de la Fe”, Ediciones Cristiandad querían introducir en su colección de Grandes Predicadores, unas meditaciones de Josemaría Escrivá; y lo han logrado. Y así han conseguido que Ed. Cristiandad siga su tradición teológica y espiritual.

Se trataba de descubrir textos casi inéditos, o sea, no conocidos de mucho público, por haber aparecido en revistas o libros muy poco conocidos,  y  que podrían ser de gran utilidad para todos los cristianos.

En esa búsqueda primero apareció uno, después otros, y al final han conseguido cinco. Y ésta es la riqueza, la novedad, que convierten este libro, pequeño, ciertamente, en un pionero de las publicaciones de Josemaría Escrivá, y espero que no sea el último.

Pionero, ¿por qué?

Antes de contestar a la pregunta, quiero señalar la interesante Presentación que José Antonio Loarte hace a los textos, y en la que expone unas breves consideraciones sobre la predicación de Josemaría Escrivá, el impacto que producía en el alma de los oyentes, y la huella que, a veces, dejaba en su espíritu. Una Presentación que vale la pena leer.

Y ahora contesto a la pregunta.  Las páginas entre corchetes corresponden a textos del libro.

En los libros “Es Cristo que pasa”, y “Amigos de Dios”, Josemaría Escrivá está “predicando”, dando y exponiendo doctrina espiritual. En éste, en los cinco textos, “está abriendo su alma”. Abre su alma también en las homilías, es cierto, pero tanto las circunstancias como el entorno tienen unas exigencias que han de ser respetadas. En estos textos, sin embargo, sus palabras son dichas y vividas en mayor intimidad, la apertura libre de su alma, es delante de Dios, y de tú a Tú con Dios.

Y este es el portillo por el que podemos descubrir, y apreciar los matices y las riquezas de su vida interior, teniendo en cuenta además que, como él mimo reconoce, ha vivido siempre un cierto pudor en estos temas. No ha llevado un diario, ni nada semejante, salvo algunos primeros años de la Fundación del Opus Dei. Ni ha hecho tampoco infinidad de anotaciones, día a día,  que permitieran un estudio detallado y minucioso del estado de su alma. Él lo reconoce con estas palabras:

“Me gusta vivir ese buen pudor que reserva las cosas profundas del alma a la intimidad entre el hombre y su Padre Dios, entre el niño que ha de intentar ser todo cristiano y la Madre que lo aprieta siempre en sus brazos” (pág. 166). Y de hecho, en momentos difíciles para conciliar el sueño, rogaba a la Virgen que le tomara en sus brazos y lo durmiese.

Y estas aperturas del alma ¿que nos descubren? Unos párrafos de los textos que se recogen en este volumen nos ayudan a dar una contestación.

Nos descubren:

-un hombre que pide perdón humildemente a Dios:

“¡Señor!, ya ves lo que hacemos: quererte. Ya ves lo que hacemos: llenarnos de promesas, de buenos propósitos, de pena por no haber sabido corresponder a tu Amor, por haberte ofendido. Yo, Señor, te pido perdón por mis culpas, por mis pecados; y te pido que me ayudes a servirte como Tú quieres ser servido” (pág. 139).

-un hombre que descubre momentos de oscuridad en su vida espiritual, en los que ha caminado a lo largo de los años, y que están todavía por estudiar con detenimiento:

“Y tendremos que confesar nuestra nada: Señor, ¡no puedo!, ¡no valgo!, ¡no sé!, ¡no tengo!, ¡no soy nada! Pero Tú lo eres todo. Yo soy tu hijo, y tu hermano. Y puedo tomar tus méritos infinitos, los merecimientos de tu Madre y los del patriarca san José, mi Padre y Señor; y las virtudes de los santos, el oro de mis hijos, las pequeñas luces que brillan en la noche de mi vida por la misericordia infinita tuya y mi poca correspondencia. Todo esto te lo ofrezco, con mis miserias, con mi poquedad, para que –sobre esas miserias- te pongas Tú y estés muy alto” (pág. 140).

y descubre también la ayuda que le han prestado sus hijos; bien consciente de que la “carga” de la misión recibida no quiere, no puede, llevarla solo.

“Gracias a Nuestro Señor por esta locura de Amor, que muchas veces no siento, hijos míos. Aun humanamente hablando, soy el hombre menos solo de la tierra; sé que en todos los sitios están rezando por mí, para que sea bueno y fiel. Y, sin embargo, a veces me siento tan solo… No han faltado nunca, oportunamente, de modo providencial y constante, los hermanos vuestros que –más que hijos míos- han sido para mi como padres, cuando he necesitado el consuelo y la fortaleza de un padre” (pág. 149).

“¿Qué puede hacer una criatura que debe cumplir una misión, si no tiene medios, ni edad, ni ciencia, ni virtudes, ni nada? Ir a su madre y a su padre, acudir a los que pueden algo, pedir ayuda a los amigos…Eso hice yo en la vida espiritual. Eso sí, a golpe de disciplina, llevando el compás…” (pág. 148)

-un hombre que pide ayuda a Dios desde lo más hondo de su alma:

“Auméntanos la Fe, la Esperanza, el Amor. Por hemos de vivir de Amor, y sólo Tú puedes darnos esas virtudes” (pág. 140).

“Muchas veces no hemos querido pertenecerle: ¡ya no más! Volveremos corriendo, porque es muy frágil nuestra miseria” (pág. 141).

“Señor, aunque mi pobre vida sea tan miserable como la del hijo pródigo –que se va detrás de la piara de cerdos, detrás de las bellotas, de las cosas humanas-, yo vuelvo, volveré siempre, Señor, porque te amo. ¡No me abandones!” (pág. 142).

Él mismo, en los últimos años de su vida, comentó con frecuencia que su caminar hacia Dios era semejante al del hijo pródigo, de regreso a la casa del padre.

Estas tres manifestaciones de su alma adquieren un sentido más pleno si  nos damos cuenta del encargo recibido de Dios. En pocas palabras ese encargo de Dios fue el siguiente en palabras del entonces card. Ratzinger.

“Me parece que aunque el velo de la discreción nos oculte tantos detalles, de esos pequeños apuntes resulta  que se puede aplicar perfectamente a Josemaría Escrivá este “hablar como un amigo habla con un amigo”, que abre las puertas del mundo para que Dios pueda hacerse presente, obrar y transformarlo todo”

“Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud “heroica”, podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad (…) La santidad se convierte entonces en algo reservado para determinados “grandes” cuyas imágenes vemos en los altares, y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Pero esta es una idea equivocada de la santidad, una percepción errónea que ha sido corregida –y este me parece el punto central- precisamente por Josemaría Escrivá” (Ratzinger, 6-X-2002).

Este fue el encargo: corregir la “percepción errónea de la santidad”, encargo muy difícil de llevar adelante teniendo en cuenta la tradición teológica y espiritual de varios siglos,  y, por tanto, no es de extrañar que se encontrara con serios obstáculos para llevarlo a cabo.

-un hombre que da gracias a Dios, por lo que Dios ha hecho con él:

“En la oración (…) veía el camino que hemos recorrido, el modo, y me pasmaba. Porque, efectivamente, una vez más se ha cumplido lo que dice la Escritura: lo que es necio, lo que no vale nada, lo que –se puede decir- casi ni siquiera existe…, todo eso lo coge el Señor y lo pone a su servicio (cfr. I Cor 1, 28). Así tomó a aquella criatura como instrumento suyo. No tengo motivo alguno de soberbia”. (pág. 146)

“Pasó el tiempo. Fui a buscar fortaleza en los barrios más pobres de Madrid. Horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables (…) que la fortaleza humana de la Obra han sido los enfermos de los hospitales de Madrid: los más miserables; los que vivían en sus casas, perdida hasta la última esperanza humana; los más ignorantes de aquellas barriadas extremas” (págs. 146-147).

“Por aquí hemos andado esta mañana en la oración, dando gracias, y diciendo: Señor, casi cincuenta años de trabajo, y yo no he sabido hacer nada: todo lo has hecho Tú, a pesar de mí, a pesar de mi falta de virtud, a pesar de…” (págs. 147-148).

-un hombre que prepara a sus hijos para que tengan Fe, y continúen la tarea que Dios les ha confiado:

“Con lo que hemos hecho en el terreno teológico –una teología nueva, queridos míos, y  de la buena- y en el terreno jurídico; con lo que hemos hecho con la gracia del Señor y de su Madre, con la providencia de nuestro Padre y Señor san José, con la ayuda de los ángeles custodios, ya no podéis equivocaros, a no ser que seáis unos malvados” “Vamos a dar gracias a Dios. Y ya sabéis que yo no soy necesario. No lo he sido nunca” (pág. 149).

Una brevísima consideración a esa “conciencia” de su misión, que tenía Josemaría Escrivá, que muchos a su alrededor vieron como una auténtica novedad, y por tanto, cargada de peligros en el contexto de la Iglesia de entonces, cuando en realidad, la “teología nueva” a la que se refiere es “antigua como el Evangelio, y como el Evangelio nueva”, como solía decir.

Esa “teología nueva” la resume muy bien Juan Pablo II en estas tres frases del discurso del 7 de octubre de 2002, en la plaza de San Pedro.

“San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todo los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Podría decirse que fue el santo de lo ordinario”.

“El Señor le hizo entender profundamente el don de nuestra filiación divina. Él enseñó a contemplar el rostro tierno de un Padre en el Dios que nos habla a través de las más diversas vicisitudes de la vida”

“San Josemaría estaba profundamente convencido de que la vida cristiana entraña una misión y un apostolado: estamos en el mundo para salvarlo con Cristo. Amó apasionadamente el mundo, con un amor redentor. Precisamente por eso, sus enseñanzas han ayudado  a tantos fieles a descubrir la fuerza redentora de la fe, su capacidad de transformar la tierra”.

-un hombre que renueva su afán de escuchar a Dios, y seguir sus inspiraciones, hasta el fin de su vida:

“Yo, que soy muy miserable y he ofendido mucho a Nuestro Señor, que no he sabido corresponder y he sido un cobarde, tengo que agradecer a Dios no haber dudado nunca de mi vocación, ni de la divinidad de mi vocación” (pág. 151).

“Hijos míos, ya veis que hemos puesto medios divinos; medios que, para la gente de la tierra, no son una cosa proporcionada. Yo lo veo ahora; entonces no me daba cuenta de que era el Espíritu Santo el que nos llevaba y nos traía. No estamos nunca solos: tenemos Maestro y Amigo” (pág. 153).

“A la vuelta de cincuenta años, estoy como un niño que balbucea: estoy comenzando, recomenzando, como en mi lucha interior de cada jornada. Y así, hasta el final de los días que me queden: siempre recomenzando. El Señor lo quiere así, para que no haya motivos de soberbia en ninguno de nosotros, ni de necia vanidad. Hemos de estar pendientes de Él, de sus labios: con el oído atento, con la voluntad tensa, dispuesta a seguir las divinas inspiraciones” (pág. 157).

-un hombre, que anhela dar gracias a Dios siempre; que su último suspiro en la tierra sea una acción de gracias:

Gratias tibi, Deus, gratias tibi! Un cántico de acción de gracias tiene que ser la vida de cada uno, porque ¿cómo se ha hecho el Opus Dei? Lo has hecho Tú, Señor, con cuatro chisgarabísStulta mundi, infirma mundi, et ea quae non sunt (cfr. 1 Cor 1, 26-27). Toda la doctrina de san Pablo se ha cumplido: has buscado medios completamente ilógicos, nada aptos, y has extendido la labor por el mundo entero. Te dan gracias en toda Europa, y en puntos de Asia y África, y en toda América, y en Oceanía. En todos los sitios te dan gracias” (pág. 158).

“Tú eres quien eres: la Suma bondad. Yo soy quien soy: el último trapo sucio de este mundo podrido. Y, sin embargo, me miras…, y me buscas…, y me amas. Señor, que mis hijos te miren, y te busquen, y te amen.  Señor: que yo te busque, que te mire, que te ame” (pág. 160).

“Solo con mirar entran ganas de morirse de pena: porque, Señor, me he portado tan mal…No he sabido acomodarme a las circunstancias, divinizarme. Y Tú me dabas los medios: y me los das, y me los seguirás dando…, porque a lo divino hemos de vivir humanamente en la tierra” (pág. 161).

“Porque, cuando se ama, no hay cosas pequeñas: todo tiene mucha categoría, todo es grande, aun en una criatura miserable y pobre como yo, como tú, hijo mío” (pág. 162).

Y dentro de esta acción de gracias, podemos incluir el último viaje de su vida a su ciudad natal de Barbastro; lugar prácticamente desconocido, de dónde lo sacó el Señor para lanzarlo a la Iglesia, al mundo. Y ha recorrido todo ese largo camino de la mano, y bajo la protección de la Santísima Virgen.

un hombre que se abandona en las manos de su Madre, Santa María, y a Ella le confía todo:

“Que la Madre de Dios sea para nosotros Turris Civitatis, la torre que vigila la ciudad: la ciudad que es cada uno, con tantas cosas que van y vienen dentro de nosotros, con tanto movimiento y a la vez con tanta quietud; con tanto desorden y con tanto orden; con tanto ruido y con tanto silencio; con tanta guerra y con tanta paz” (pág. 162).

“He tenido luego muchas pruebas palpables de la ayuda de la Madre de Dios: lo declaro abiertamente como un notario levanta acta, para dar testimonio, para que quede constancia de mi agradecimiento, para hacer fe de sucesos que no se hubieran verificado sin la gracia del Señor, que nos viene siempre por la intercesión de su Madre” (pág. 166).

“Josemaría Escrivá -escribió el card. Ratzinger el 17 de mayo de l992-, fue sabedor durante toda su vida de estar bajo el manto de la Madre de Dios, que era madre para él.

En el cuarto de trabajo, frente a la puerta, había un cuadro de Nuestra Señora de Guadalupe; todas las veces que entraba en esa habitación, su primera mirada recaía en esa imagen. A ella dirigió también su última mirada. En sus instantes finales, apenas había atravesado el umbral del cuarto y mirando la imagen de la Virgen, cuando le sobrevino la muerte.

Mientras moría tocaban las campanas del Ángelus, anunciando el fiat de María y la gracia de la Encarnación del Hijo nuestro Salvador. Con esta señal, que estuvo al principio de su vida y siempre le orientó, se fue al cielo”

*                      *                      *                      *                      *                      *

Rengo la esperanza de que  este libro abra un horizonte amplio, un deseo, un anhelo más bien, de que tantos tesoros de las oraciones de san Josemaría, vividas en momentos de intimidad con sus hijos y sus hijas, vayan saliendo a la luz, y queden a disposición de todos.

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com“San Josemaría. Por las sendas de la Fe”. Ediciones Cristiandad. Madrid, 2013. Edición y selección de textos a cargo de José Antonio Loarte.

Presento un libro del que yo no he escrito ni una palabra, ni he corregido una prueba., ni he organizado los textos que lo componen.

Los textos son de Josemaría Escrivá, de su puño y letra. La composición, y la corrección de pruebas, han correspondido a José Antonio Loarte. Dentro de la perspectiva del “Año de la Fe”, Ediciones Cristiandad querían introducir en su colección de Grandes Predicadores, unas meditaciones de Josemaría Escrivá; y lo han logrado. Y así han conseguido que Ed. Cristiandad siga su tradición teológica y espiritual.

Se trataba de descubrir textos casi inéditos, o sea, no conocidos del público, por haber aparecido en revistas o libros muy poco conocidos,  y  que podrían ser de gran utilidad para todos los cristianos.

En esa búsqueda primero apareció uno, después otros, y al final han conseguido cinco. Y ésta es la riqueza, la novedad, que convierten este libro, pequeño, ciertamente, en un pionero de las publicaciones de Josemaría Escrivá, y espero que no sea el último.

Pionero, ¿por qué?

Antes de contestar a la pregunta, quiero señalar la interesante Presentación que José Antonio Loarte hace a los textos, y en la que expone unas breves consideraciones sobre la predicación de Josemaría Escrivá, el impacto que producía en el alma de los oyentes, y la huella que, a veces, dejaba en su espíritu. Una Presentación que vale la pena leer.

Y ahora contesto a la pregunta.

En los libros “Es Cristo que pasa”, y “Amigos de Dios”, Josemaría Escrivá está “predicando”, dando y exponiendo doctrina espiritual. En éste, en los cinco textos, “está abriendo su alma”. Abre su alma también en las homilías, es cierto, pero tanto las circunstancias como el entorno tienen unas exigencias que han de ser respetadas. En estos textos, sin embargo, sus palabras son dichas y vividas en mayor intimidad, la apertura libre de su alma, es delante de Dios, y de tú a Tú con Dios.

Y este es el portillo por el que podemos descubrir, y apreciar los matices y las riquezas de su vida interior, teniendo en cuenta además que, como él mimo reconoce, ha vivido siempre un cierto pudor en estos temas. No ha llevado un diario, ni nada semejante, salvo algunos primeros años de la Fundación del Opus Dei. Ni ha hecho tampoco infinidad de anotaciones, día a día,  que permitieran un estudio detallado y minucioso del estado de su alma. Él lo reconoce con estas palabras:

“Me gusta vivir ese buen pudor que reserva las cosas profundas del alma a la intimidad entre el hombre y su Padre Dios, entre el niño que ha de intentar ser todo cristiano y la Madre que lo aprieta siempre en sus brazos” (pág. 166). Y de hecho, en momentos difíciles para conciliar el sueño, rogaba a la Virgen que le tomara en sus brazos y lo durmiese.

Y estas aperturas del alma ¿que nos descubren? Unos párrafos de los textos que se recogen en este volumen nos ayudan a dar una contestación.

Nos descubren:

-un hombre que pide perdón humildemente a Dios:

“¡Señor!, ya ves lo que hacemos: quererte. Ya ves lo que hacemos: llenarnos de promesas, de buenos propósitos, de pena por no haber sabido corresponder a tu Amor, por haberte ofendido. Yo, Señor, te pido perdón por mis culpas, por mis pecados; y te pido que me ayudes a servirte como Tú quieres ser servido” (pág. 139).

-un hombre que descubre momentos de oscuridad en su vida espiritual, en los que ha caminado a lo largo de los años, y que están todavía por estudiar con detenimiento:

“Y tendremos que confesar nuestra nada: Señor, ¡no puedo!, ¡no valgo!, ¡no sé!, ¡no tengo!, ¡no soy nada! Pero Tú lo eres todo. Yo soy tu hijo, y tu hermano. Y puedo tomar tus méritos infinitos, los merecimientos de tu Madre y los del patriarca san José, mi Padre y Señor; y las virtudes de los santos, el oro de mis hijos, las pequeñas luces que brillan en la noche de mi vida por la misericordia infinita tuya y mi poca correspondencia. Todo esto te lo ofrezco, con mis miserias, con mi poquedad, para que –sobre esas miserias- te pongas Tú y estés muy alto” (pág. 140).

y descubre también la ayuda que le han prestado sus hijos; bien consciente de que la “carga” de la misión recibida no quiere, no puede, llevarla solo.

“Gracias a Nuestro Señor por esta locura de Amor, que muchas veces no siento, hijos míos. Aun humanamente hablando, soy el hombre menos solo de la tierra; sé que en todos los sitios están rezando por mí, para que sea bueno y fiel. Y, sin embargo, a veces me siento tan solo… No han faltado nunca, oportunamente, de modo providencial y constante, los hermanos vuestros que –más que hijos míos- han sido para mi como padres, cuando he necesitado el consuelo y la fortaleza de un padre” (pág. 149).

“¿Qué puede hacer una criatura que debe cumplir una misión, si no tiene medios, ni edad, ni ciencia, ni virtudes, ni nada? Ir a su madre y a su padre, acudir a los que pueden algo, pedir ayuda a los amigos…Eso hice yo en la vida espiritual. Eso sí, a golpe de disciplina, llevando el compás…” (pág. 148)

-un hombre que pide ayuda a Dios desde lo más hondo de su alma:

“Auméntanos la Fe, la Esperanza, el Amor. Por hemos de vivir de Amor, y sólo Tú puedes darnos esas virtudes” (pág. 140).

“Muchas veces no hemos querido pertenecerle: ¡ya no más! Volveremos corriendo, porque es muy frágil nuestra miseria” (pág. 141).

“Señor, aunque mi pobre vida sea tan miserable como la del hijo pródigo –que se va detrás de la piara de cerdos, detrás de las bellotas, de las cosas humanas-, yo vuelvo, volveré siempre, Señor, porque te amo. ¡No me abandones!” (pág. 142).

Él mismo, en los últimos años de su vida, comentó con frecuencia que su caminar hacia Dios era semejante al del hijo pródigo, de regreso a la casa del padre.

Estas tres manifestaciones de su alma adquieren un sentido más pleno si  nos damos cuenta del encargo recibido de Dios. En pocas palabras ese encargo de Dios fue el siguiente en palabras del entonces card. Ratzinger.

“Me parece que aunque el velo de la discreción nos oculte tantos detalles, de esos pequeños apuntes resulta  que se puede aplicar perfectamente a Josemaría Escrivá este “hablar como un amigo habla con un amigo”, que abre las puertas del mundo para que Dios pueda hacerse presente, obrar y transformarlo todo”

“Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud “heroica”, podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad (…) La santidad se convierte entonces en algo reservado para determinados “grandes” cuyas imágenes vemos en los altares, y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Pero esta es una idea equivocada de la santidad, una percepción errónea que ha sido corregida –y este me parece el punto central- precisamente por Josemaría Escrivá” (Ratzinger, 6-X-2002).

Este fue el encargo: corregir la “percepción errónea de la santidad”, encargo muy difícil de llevar adelante teniendo en cuenta la tradición teológica y espiritual de varios siglos,  y, por tanto, no es de extrañar que se encontrara con serios obstáculos para llevarlo a cabo.

-un hombre que da gracias a Dios, por lo que Dios ha hecho con él:

“En la oración (…) veía el camino que hemos recorrido, el modo, y me pasmaba. Porque, efectivamente, una vez más se ha cumplido lo que dice la Escritura: lo que es necio, lo que no vale nada, lo que –se puede decir- casi ni siquiera existe…, todo eso lo coge el Señor y lo pone a su servicio (cfr. I Cor 1, 28). Así tomó a aquella criatura como instrumento suyo. No tengo motivo alguno de soberbia”. (pág. 146)

“Pasó el tiempo. Fui a buscar fortaleza en los barrios más pobres de Madrid. Horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables (…) que la fortaleza humana de la Obra han sido los enfermos de los hospitales de Madrid: los más miserables; los que vivían en sus casas, perdida hasta la última esperanza humana; los más ignorantes de aquellas barriadas extremas” (págs. 146-147).

“Por aquí hemos andado esta mañana en la oración, dando gracias, y diciendo: Señor, casi cincuenta años de trabajo, y yo no he sabido hacer nada: todo lo has hecho Tú, a pesar de mí, a pesar de mi falta de virtud, a pesar de…” (págs. 147-148).

-un hombre que prepara a sus hijos para que tengan Fe, y continúen la tarea que Dios les ha confiado:

“Con lo que hemos hecho en el terreno teológico –una teología nueva, queridos míos, y  de la buena- y en el terreno jurídico; con lo que hemos hecho con la gracia del Señor y de su Madre, con la providencia de nuestro Padre y Señor san José, con la ayuda de los ángeles custodios, ya no podéis equivocaros, a no ser que seáis unos malvados” “Vamos a dar gracias a Dios. Y ya sabéis que yo no soy necesario. No lo he sido nunca” (pág. 149).

Una brevísima consideración a esa “conciencia” de su misión, que tenía Josemaría Escrivá, que muchos a su alrededor vieron como una auténtica novedad, y por tanto, cargada de peligros en el contexto de la Iglesia de entonces, cuando en realidad, la “teología nueva” a la que se refiere es “antigua como el Evangelio, y como el Evangelio nueva”, como solía decir.

Esa “teología nueva” la resume muy bien Juan Pablo II en estas tres frases del discurso del 7 de octubre de 2002, en la plaza de San Pedro.

“San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todo los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Podría decirse que fue el santo de lo ordinario”.

“El Señor le hizo entender profundamente el don de nuestra filiación divina. Él enseñó a contemplar el rostro tierno de un Padre en el Dios que nos habla a través de las más diversas vicisitudes de la vida”

“San Josemaría estaba profundamente convencido de que la vida cristiana entraña una misión y un apostolado: estamos en el mundo para salvarlo con Cristo. Amó apasionadamente el mundo, con un amor redentor. Precisamente por eso, sus enseñanzas han ayudado  a tantos fieles a descubrir la fuerza redentora de la fe, su capacidad de transformar la tierra”.

-un hombre que renueva su afán de escuchar a Dios, y seguir sus inspiraciones, hasta el fin de su vida:

“Yo, que soy muy miserable y he ofendido mucho a Nuestro Señor, que no he sabido corresponder y he sido un cobarde, tengo que agradecer a Dios no haber dudado nunca de mi vocación, ni de la divinidad de mi vocación” (pág. 151).

“Hijos míos, ya veis que hemos puesto medios divinos; medios que, para la gente de la tierra, no son una cosa proporcionada. Yo lo veo ahora; entonces no me daba cuenta de que era el Espíritu Santo el que nos llevaba y nos traía. No estamos nunca solos: tenemos Maestro y Amigo” (pág. 153).

“A la vuelta de cincuenta años, estoy como un niño que balbucea: estoy comenzando, recomenzando, como en mi lucha interior de cada jornada. Y así, hasta el final de los días que me queden: siempre recomenzando. El Señor lo quiere así, para que no haya motivos de soberbia en ninguno de nosotros, ni de necia vanidad. Hemos de estar pendientes de Él, de sus labios: con el oído atento, con la voluntad tensa, dispuesta a seguir las divinas inspiraciones” (pág. 157).

-un hombre, que anhela dar gracias a Dios siempre; que su último suspiro en la tierra sea una acción de gracias:

Gratias tibi, Deus, gratias tibi! Un cántico de acción de gracias tiene que ser la vida de cada uno, porque ¿cómo se ha hecho el Opus Dei? Lo has hecho Tú, Señor, con cuatro chisgarabísStulta mundi, infirma mundi, et ea quae non sunt (cfr. 1 Cor 1, 26-27). Toda la doctrina de san Pablo se ha cumplido: has buscado medios completamente ilógicos, nada aptos, y has extendido la labor por el mundo entero. Te dan gracias en toda Europa, y en puntos de Asia y África, y en toda América, y en Oceanía. En todos los sitios te dan gracias” (pág. 158).

“Tú eres quien eres: la Suma bondad. Yo soy quien soy: el último trapo sucio de este mundo podrido. Y, sin embargo, me miras…, y me buscas…, y me amas. Señor, que mis hijos te miren, y te busquen, y te amen.  Señor: que yo te busque, que te mire, que te ame” (pág. 160).

“Solo con mirar entran ganas de morirse de pena: porque, Señor, me he portado tan mal…No he sabido acomodarme a las circunstancias, divinizarme. Y Tú me dabas los medios: y me los das, y me los seguirás dando…, porque a lo divino hemos de vivir humanamente en la tierra” (pág. 161).

“Porque, cuando se ama, no hay cosas pequeñas: todo tiene mucha categoría, todo es grande, aun en una criatura miserable y pobre como yo, como tú, hijo mío” (pág. 162).

Y dentro de esta acción de gracias, podemos incluir el último viaje de su vida a su ciudad natal de Barbastro; lugar prácticamente desconocido, de dónde lo sacó el Señor para lanzarlo a la Iglesia, al mundo. Y ha recorrido todo ese largo camino de la mano, y bajo la protección de la Santísima Virgen.

un hombre que se abandona en las manos de su Madre, Santa María, y a Ella le confía todo:

“Que la Madre de Dios sea para nosotros Turris Civitatis, la torre que vigila la ciudad: la ciudad que es cada uno, con tantas cosas que van y vienen dentro de nosotros, con tanto movimiento y a la vez con tanta quietud; con tanto desorden y con tanto orden; con tanto ruido y con tanto silencio; con tanta guerra y con tanta paz” (pág. 162).

“He tenido luego muchas pruebas palpables de la ayuda de la Madre de Dios: lo declaro abiertamente como un notario levanta acta, para dar testimonio, para que quede constancia de mi agradecimiento, para hacer fe de sucesos que no se hubieran verificado sin la gracia del Señor, que nos viene siempre por la intercesión de su Madre” (pág. 166).

“Josemaría Escrivá -escribió el card. Ratzinger el 17 de mayo de l992-, fue sabedor durante toda su vida de estar bajo el manto de la Madre de Dios, que era madre para él.

En el cuarto de trabajo, frente a la puerta, había un cuadro de Nuestra Señora de Guadalupe; todas las veces que entraba en esa habitación, su primera mirada recaía en esa imagen. A ella dirigió también su última mirada. En sus instantes finales, apenas había atravesado el umbral del cuarto y mirando la imagen de la Virgen, cuando le sobrevino la muerte.

Mientras moría tocaban las campanas del Ángelus, anunciando el fiat de María y la gracia de la Encarnación del Hijo nuestro Salvador. Con esta señal, que estuvo al principio de su vida y siempre le orientó, se fue al cielo”

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Rengo la esperanza de que  este libro abra un horizonte amplio, un deseo, un anhelo más bien, de que tantos tesoros de las oraciones de san Josemaría, vividas en momentos de intimidad con sus hijos y sus hijas, vayan saliendo a la luz, y queden a disposición de todos.

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com