I
En una conversación informal con un grupo de jóvenes profesionales que llevan apenas un par de años en su primer trabajo profesional, hice una pregunta que, de entrada, les desconcertó un poco. Aclaro que se trata de personas que desean vivir su fe, católica y apostólica en Cristo Nuestro Señor, en todas las circunstancias de su vida.
Esta fue la pregunta: ¿Qué esperáis oír cuando os hablan en el ambiente de la Iglesia de “nueva evangelización”, y de la necesidad de vivirla con creatividad, con discernimiento, y en plena libertad en el diálogo con todos, creyentes y no creyentes?
Se hizo entre ellos un rato de silencio; cruzaron miradas entre sí, hasta que uno rompió el silencio.
“A mí me parece, que la Iglesia tiene que anunciar al mundo, a todo el mundo, el Evangelio, que Cristo es el “Camino, la Verdad y la Vida”, como el Señor indicó a los apóstoles; y que Cristo murió y resucitó para salvarnos, y abrir nuestro horizonte a la Vida Eterna”.
Otro tomó la palabra, y subrayó: “Yo quiero que se nos hable con mucha claridad, y que se nos recuerde, insisto, con toda claridad, que Cristo es Dios y hombre verdadero; que nos ha dicho que el que le ama cumple sus mandamientos. Está bien que se nos hable de creatividad, de liberad, de discernimiento, etc., pero para vivir bien todo eso, necesitamos tener en la cabeza y en el corazón, que Cristo es la Verdad”.
Un tercero, quizá viendo la seriedad que iba tomando la conversación, comentó: “Perdonad; pero voy a hacer de Pilato: ¿Qué es la verdad? Mucha gente piensa que no existe la Verdad, y que cada uno se construye su propia verdad”.
Uno de los mayores del grupo levantó la mano, y con mucha paz dijo: “Me parece que en la Iglesia, y de manera muy particular, los sacerdotes, obispos, etc., nos tendrían que recordar mucho más a menudo las palabras que el mismo Cristo, respondió a Pilato” “Para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad: todo el que es de la verdad escucha mí voz”.
En este momento, consideré oportuno intervenir yo también.
En torno a la “nueva evangelización” se nos habla de encontrar nuevos caminos, nuevos modos y hasta nuevo lenguaje, a la vez que se insiste poco en que lo fundamental es afirmar siempre la misma Verdad: Cristo. Y que esta Verdad, no es una repetición del pasado, es la Verdad que dio Vida a la Iglesia desde hace 2.000 años, que nos da Vida a nosotros, y que dará Vida al mundo hasta el último día. Cristo es Dios, es Eterno, y tiene Palabras de vida eterna. Y tampoco se habla mucho de la Vida Eterna; de la muerte y del más allá de la muerte.
Después de un buen rato de conversación llegamos a un acuerdo sobre lo que el grupo esperaba de la “nueva evangelización”. En lo que todos estuvieron de acuerdo fue en la necesidad de revivir la Fe, la Esperanza y la Caridad que las veían muy débiles en muchos creyentes.
Un poco siguiendo los pasos y el buen ejemplo de los primeros cristianos que no se preocuparon de pensar en un diálogo con otras religiones, ni en el cuidado de la tierra, ni en las condiciones sociales, etc. Todo eso vendría después. Ahora lo urgente era, y así lo dijeron:
Que se nos anime a leer con más frecuencia el Evangelio, para conocer mejor la vida de Cristo, el amor de Cristo, el sufrimiento de Cristo, la resurrección de Cristo. Al conocerle, le amaremos más y le trataremos mejor y muy personalmente.
Que se nos anime a conocer mejor nuestra Fe. Estudiar el Credo, conocer mejor la historia de la Iglesia. Sabían muy bien, por experiencia, que entre bautizados no es extraño encontrar jóvenes, y no tan jóvenes, que no saben de qué hablan al nombrar a la Santísima Trinidad.
Que se nos recuerde con toda claridad todos los Mandamientos de la Ley de Dios. Desde el Primero al Décimo. En el entorno cultural que nos rodea, en el que “todo vale”, “yo me construyo a mí mismo”, “discierno y decido yo libremente qué es el bien y el mal”, necesitamos descubrir la riqueza divina y humana de los Mandamientos para que podamos amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como Cristo nos ha amado.
II
La conversación siguió adelante, y las sugerencias de los participantes continuaron a buen ritmo.
Siguiendo con los Mandamientos uno comentó: “me gustaría que se nos hable sin complejos de ningún tipo del Cuarto, del Quinto y del Sexto Mandamiento: “Honrar padre y madre”. “No matar”. “No fornicar”. Los Mandamientos no son ni antiguos ni más o menos “modernos”: son actuales en cualquier momento de la historia en el que nos encontremos; y prosiguió ante el ligero asombro que vio reflejado en el rostro de algunos compañeros:
“Los ataques a la familia querida por Dios son muy fuertes, y van muy unidos a la bazofia pornográfica que nos invade. Se habla muy poco de la grandeza de la familia fundada en el matrimonio; y se nos recuerde que sólo hay un Matrimonio querido por Dios: hombre y mujer, mujer y hombre; por mucho que legislen los parlamentos sobre otros “modelos de familia”. Y que se nos anime a vivir la sexualidad castamente, cada uno en su estado, llegando vírgenes al matrimonio y siendo fieles a nuestro cónyuge. Así, nos acercamos más a Dios, nos preparamos mejor para recibir a los hijos que vengan, y nos unimos también espiritualmente en toda la familia”.
Se hizo un silencio en el grupo; y pasaron unos minutos hasta que otro se lanzó a hablar:
“Y ya que hemos entrado en estas materias, a mí me gustaría que se nos recuerde la realidad del pecado, para que nuestra conciencia nunca se acostumbre a crímenes como el aborto, ni a infidelidades, en nombre de una curiosa “libertad”, que provoca la ruptura de familias nacidas de un matrimonio sacramental indisoluble. Que tampoco, y sin juzgar a nadie, aceptemos como prácticas “normales” y “buenas” las relaciones prematrimoniales, los actos homosexuales o cualquiera de las “prácticas” sexuales impulsadas por eso que se denomina “lgtbi”.
“No soy un cura, comentó otro de una cierta edad, pero me gustaría que se nos invitara más a rezar y a frecuentar los Sacramentos, y especialmente el de la Reconciliación, pidiendo, arrepentidos, perdón al Señor por nuestros pecados, porque, si no, nos acogeremos nunca a su Misericordia, y nos destrozaremos a nosotros mismos con nuestros pecados. Seguiremos siendo egoístas, no aprenderemos jamás a amar y a sacrificarnos por los demás; no llegaremos nunca ni siquiera a vislumbrar lo que Dios nos ama; y no podremos construir una sociedad más justa, con más paz, con más preocupación de los unos por los otros”.
Uno que acababa de terminar su carrera de Filosofía, y comenzaba a dar clases a alumnos del bachillerato, señaló:
“Como ahora resolvemos muchas cuestiones sencillamente con la ayuda de la técnica, me gustaría que se nos animara más a pensar en Dios, en Cristo, Dios y hombre verdadero, en nuestra relación personalísima con El; y que se nos recuerde que nuestra relación con Jesucristo es lo que da, verdaderamente, sentido a nuestra vida, porque nos abre también la perspectiva de la vida futura, del más allá de la muerte”.
“Que no se nos hable de “experiencias” de Dios, de “sentimientos sensibles” de lo divino, etc., como ha hecho algún obispo en Alemania. Primero, pensemos, conozcamos mejor y más hondamente a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Leamos alguna vida de Cristo, que hay algunas muy buenas; y así aprenderemos a mirar el rostro del Crucificado; el resplandor del Resucitado; aprenderemos también a amarle más, nuestra inteligencia se abrirá más a la Fe, y nos daremos cuenta de lo hermoso que es creer en Dios, sin necesidad de experiencias demasiado sensibles”.
III
Interrumpimos por unos minutos el ritmo del encuentro y de la conversación. Rezamos el Ángelus, rogamos a la Santísima Virgen que nos acompañara, y seguimos adelante recogiendo respuestas a la pregunta con la que comenzamos el encuentro, y que recojo de nuevo aquí:
“¿Qué esperáis oír cuando os hablan en el ambiente de la Iglesia de “nueva evangelización”, y de la necesidad de vivirla con creatividad, con discernimiento, y en plena libertad en el diálogo con todos, creyentes y no creyentes?”.
Un filósofo, profesor de Instituto, después de hacer referencia a la civilización atea que se está queriendo implantar en Occidente, nos leyó una consideración de Václav Havel, primer presidente de la República Checa, que Giulio Meotti recoge en su libro “¿El último Papa de Occidente?”.
“Una civilización que estaba abocada a la catástrofe”. Y añade. “Havel no era religioso, pero odiaba la “relativización de las normas morales”, y creía que todos los valores que él apreciaba, se perderían si el hombre moderno no redescubría “su ancla trascendental”. La democracia no puede garantizar la dignidad, la libertad y la responsabilidad de las personas. La fuente de ese potencial humano fundamental se encuentra en otra parte: en la relación del hombre con lo que le trasciende”.
Havel se queda en eso que llama “transcendente”, que no pasa de ser un término abstracto construido por el hombre, y no llega a un Dios personal, comentó. Y ese Dios personal, Padre, Hijo y Espíritu, al que Cristo, Hijo de Dios hecho hombre, nos da a conocer; es Dios a Quien nosotros hemos de predicar y de manifestar al mundo. Como hizo san Pablo con los atenienses. No le creyeron, siguió, pero sobre los dos o tres que sí le creyeron, Pablo sembró la semilla de la Fe en Grecia, en Europa”.
Otro señaló a renglón seguido: “Me parece muy bien, pero hoy hay mucha gente, y muchos jóvenes, que no han recibido ninguna formación religiosa, que acaso han sido bautizados y después ni sus padres ni sus maestros les han enseñado a rezar, ni a pensar en Cristo, Dios y hombre verdadero. Si no conocemos bien a Cristo, si no vislumbramos el amor de Dios, en su Pasión, Muerte y Resurrección, se nos hará muy difícil hacer comprender y vivir los Mandamientos, que nos ayudan a actuar verdaderamente como cristianos”.
Un pequeño descanso para asimilar bien lo dicho hasta ahora; y apenas pasados unos minutos, un licenciado en Física comentó: “Me gustaría que en la Iglesia se hable con mucha claridad, y no se caiga en la trampa del lenguaje que los que atacan la fe dominan bien. Por ejemplo. La Verdad existe. Nosotros no “creemos” que el aborto es un asesinato, y que las ideologías lgtbi corrompen al hombre y a la mujer, porque nos lo dice nuestra Fe. No. Nosotros “no creemos en eso”, lo sabemos. Y lo sabemos porque la ciencia manifiesta claramente que en el embrión está ya un ser humano que comienza su desarrollo vital; y que los seres humanos nacemos hombres o mujeres, con todas nuestras células de hombre o de mujer”.
“Y distinguiendo claramente Ciencia y Fe, me gustaría que se vuelvan a emplear en las homilías y, especialmente en las Misas de Difuntos, las palabras que abren la inteligencia, la razón, a la Fe en la Vida eterna: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria. Sin la perspectiva y esperanza de vivir en Cristo y con Cristo, el hombre pierde el sentido de su vida en la tierra, y ni los logros de la ciencia, de la técnica, ni el cuidado de la casa común, ni del cambio climático, ni de ir a vivir en cualquier estrella, llenan nuestros corazones, nuestras ansias de Amor”.
Terminamos el encuentro en silencio y más pensativos. Somos bien conscientes de que, además de crecer más en el conocimiento de Cristo, de asentar las Verdades de la Fe en nuestras inteligencias, hemos dar testimonio de esa Fe a muchos compañeros que no la viven aunque estén bautizados; o que nunca han oído hablar de ella, si no lo están. Convencidos como estamos de que Dios nos ha creado a todos, es Padre de todos, y sabe que nuestra felicidad en la tierra es la de vivir Él con nosotros, y que nosotros vivamos con Él.
IV
Retomamos la conversación después de un breve descanso. A medida que pasaba el tiempo, era fácil darse cuenta de que todos los participantes se iban metiendo más y más interesados en el desarrollo del intercambio de opiniones y pareceres.
Un profesional joven que estaba comenzando también a participar en la vida política, comentó a raíz de lo que había oído:
“Que se nos anime a influir en la sociedad y en la cultura, sin ningún complejo porque algunos piensen que nos van a parar porque nos llamen “conservadores”, “anticuados”, “retrógrados”, o cualquier otra tontería que se les ocurra. Los cristianos sabemos –e insisto como el compañero, que no lo “creemos”, sino que lo sabemos porque la historia habla muy claramente al respecto-, que una sociedad en la que se asiente la justicia, la paz y buen convivir de unos con otros, sólo puede ser construida y vivida por personas que crean en Dios, en la ley de Dios, y en la Ley natural, que también es de Dios. En definitiva, en la Verdad del respeto a la persona humana, que intentan poner en práctica, en medio de errores que nada quitan a la grandeza del proyecto, hombres y mujeres que se sepan criaturas de Dios, que vivan con Libertad sus Mandamientos, y crean, así Crean, en la Vida Eterna”.
Un profesor universitario con no pocos años de docencia a sus espaldas y en su corazón, que hasta en ese momento había permanecido pensativo y silencioso, tomó la palabra.
“Si de verdad queremos servir a nuestros conciudadanos afirmando la Verdad de Cristo, de Dios, sin complejo alguno, valientes y claros como los primeros cristianos, pienso que no lo conseguiremos hacer si no vivimos con profundidad los Sacramentos, y manifestamos así nuestra Fe. Cristo quiere vivir con nosotros siempre, y nosotros vivimos con Él, y en Él, viviendo los Sacramentos, y en ellos nos da la Gracia –“una cierta participación en la naturaleza divina”- que hace posible que nosotros podamos dar con nuestra conducta un buen testimonio de la Verdad, de Cristo.
Bautizando a nuestros hijos, pidiendo perdón por nuestras faltas y pecados en la Confesión, recibiendo al Señor en la Eucaristía y siendo bien conscientes, los que estamos casados, de que el Matrimonio es un Sacramento: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” podremos de verdad, con el testimonio de nuestra vida, llevar a cabo esa “nueva evangelización” que hoy nos pide la Iglesia, y que es un reverdecer de la Evangelización de siempre siguiendo “la sagrada tradición y la doctrina de la Iglesia, sacando de ellas cosas nuevas, coherentes siempre con las antiguas”, como dice el Concilio Vaticano II”.
Silencio. Las palabras del profesor hicieron reflexionar a más de un participante.
Un doctorando en Filosofía manifestó su acuerdo con lo que había oído, y considerando que Cristo es Dios y hombre verdadero, y está invitándonos a vivir con Él la Religión revelada por Dios, y darla a conocer a todos los hombres, a todas las naciones, en todo el mundo, nos leyó lo que sigue a las palabras del Concilio que había dicho el profesor, y que son una clara manifestación de la misión que Cristo nos ha dado a todos los que creemos en Él y que creemos que fundó la Iglesia precisamente para que diera un testimonio de la Verdad hasta el fin de los tiempos:
“En primer lugar, profesa el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la misión de difundirla a todos los hombres, diciendo a los Apóstoles: «Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado» (Mt., 28, 19-20). Por su parte, todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla”.
V
Después de un breve silencio, un periodista padre de cuatro hijos se levantó y habló:
“Me quedo con el último párrafo que se acaba de leer, y que recuerdo a continuación.
«Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado» (Mt., 28, 19-20). Por su parte, todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla”.
Si ese es el mandato del Señor; y esa es la obligación de la que habla el Concilio es señal de que están, de alguna manera, inscritas en nuestra realidad de ser criaturas y de ser cristianos. Jesucristo no mandó a los apóstoles a que se sentaran a discutir y a dialogar con quienes encontrasen para ver si entre todos descubrían Su Verdad, le descubrían a Él. No. Les dijo muy claramente que predicaran, que anunciaran, que enseñaran, lo que habían visto y oído.
A mí me gustaría que en la Iglesia de hoy se nos recordara la necesidad de hablar más de Cristo, Dios y hombre verdadero, y que para que lo podamos hacer con claridad, conscientes de que estamos anunciando a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, se nos hablara más del Catecismo de la Iglesia Católica publicado después del Concilio Vaticano II, de todas sus explicaciones acerca del Dogma y de la Moral.
Y, perdonad que me alargue, pediría también que se nos recordara el verdadero sentido de la Liturgia. Les rogaría a los sacerdotes que vivieran las ceremonias litúrgicas de forma que todos pudiéramos darnos cuenta de que el Celebrante de los Sacramentos es Cristo para que en todas las ceremonias sacramentales podamos vivir la presencia de Cristo. En otras palabras, que el sacerdote que celebra la Santa Misa, lo haga en la Persona de Cristo, y que celebre la Santa Misa como está indicado, sea el rito que sea, y ninguno se invente una Misa “a su manera”. En la Misa queremos vivir la presencia real y sacramental de Cristo entre nosotros. En Él somos “pueblo y familia de Dios”; sin Él, somos una muchedumbre sin norte ni guía”.
Otra vez se hizo un silencio de reflexión.
“Apoyo de lleno tus palabras”, comentó un joven abogado. “Si los sacerdotes celebran con esa unción la Santa Misa, todos los fieles seremos más conscientes de que al Comulgar recibimos el Cuerpo y la Sangre del Señor, y que hemos de acercarnos a recibir al Señor libres de todo pecado mortal, y con un corazón dispuesto a amar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a todos los seres humanos con quienes vivamos y nos encontremos”.
Una universitaria que estaba preparando el examen para el Mir, añadió:
“Aprovecho para animaros a todos, y pedir a los obispos que nos animen a todos, a volver cuanto a antes a participar de la Santa Misa presencialmente. Que vayamos a la Iglesia, al templo, ya que no rige ninguna regla que limite el aforo. Unos irán con mascarilla, otros iremos sin ella. Pero estaremos allí, acompañando a Cristo en cuerpo y alma, viviremos la Misa “con Cristo, por Cristo, en Cristo”, que se ofrece a Dios Padre en redención por nuestros pecados. Y nos acompañará el Espíritu Santo”.
Se paró y terminó diciendo: “Si seguimos viéndola por televisión, en el ordenador, etc., todos tenemos el peligro de confundirla con un espectáculo más. En la iglesia, de alguna manera, “tocamos” la presencia real de Cristo. Presencia real y sacramental que la televisión, el ordenador, no nos pueden transmitir con la realidad que necesitamos”.
VI
Ya parecía que no había más sugerencias para la Nueva Evangelización querida por los últimos Papas. Uno se limitó a subrayar que, en definitiva, la Evangelización siempre será la misma, la eterna; la que ha nacido con los primeros cristianos, y que terminará con los últimos cristianos al final del tiempo.
“Cristo dijo de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre sino por Mí”. Los cristianos –siguió- hemos anunciado a Cristo en todos los continentes, en todas las civilizaciones, a hombres y mujeres de todas las culturas. No hemos acomodado el Camino, la Verdad y la Vida, a las diversas culturas. Hemos transmitido la misma Verdad de Jesús, Dios y hombre verdadero, y hemos enriquecido y convertido las culturas con la Luz de Dios. Como hizo san Pablo en Atenas: les anunció al Dios desconocido, que se ha revelado personalmente en Cristo Jesús, su Hijo, y que nos envía el Espíritu Santo para que no dejemos de asombrarnos ante el Misterio, la Grandeza, la Misericordia de Dios, que ha querido vivir, morir y Resucitar por nosotros, redimirnos del pecado y darnos la esperanza de, arrepentidos y pidiéndole perdón, podamos resucitar con Él”.
Hizo una pausa, y continuó:
“Si tenemos esto claro, nos haremos cargo del gran servició que la Iglesia Católica, en la que subsiste la Iglesia fundada por Cristo, tenemos que hacer a todo el mundo.
Todos los hombres están obligados, y anhelan, buscar y conocer la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla, pero ¿cómo la van a conocer, y abrazarla y practicarla, si los cristianos no anunciamos la Verdad de la Fe, y de la Moral?
Eso es lo que esperan de nosotros. Y de nada servirá hablar mucho de “felicidad”, de cambio climático, de la igualdad de todas las religiones, del cuidado de la casa común, de fraternidad general, de emigraciones, etc., etc.: los hombres seguirán con sus “dioses” fabricados por ellos mismo, como hicieron los atenienses; o bien tratarán de imponerse los unos a los otros, y querrán unos ser adorados por los otros, como hicieron los romanos, y antes los babilónicos, de imponer a los súbditos, la adoración de sus jefes”.
Y ya a punto de concluir el coloquio, una profesora de Filosofía en el bachillerato, alzó el brazo y dijo:
“Me parece que se nos ha quedado en el tintero un detalle que pienso vale la pena recordar. Juan Pablo II comentó en alguna ocasión que la fe regresaría a los habitantes de Europa si reconstruían las ermitas a la Virgen que nuestros antepasados han levantado en tantos cruces de camino, en montes y en laderas, etc.
Por eso me gustaría mucho que se nos anime a venerar y amar de todo corazón a la Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra. Ella nos enseñará a amar a Dios Padre; a recibir con amor a Dios Hijo, y abrirá nuestro corazón para dejar morada a Dios Espíritu Santo.
El Papa nos ha pedido rezar el Rosario por el buen resultado del próximo sínodo. Yo lo voy a rezar, también para que salga una nueva reafirmación de la Fe y de la Moral que se han vivido en la Iglesia desde sus primeros pasos en Jerusalén, Judea, Samaría, etc., y nos olvidemos para siempre de las propuestas del reciente “sínodo” de Alemania. Y pongo “sínodo” entre comillas, porque yo sabía que Pablo VI habló del Sínodo de los Obispos, como se había vivido en la Iglesia a lo largo de los siglos. ¿Qué es eso del “sínodo del pueblo de Dios”? Un rato de silencio, una Salve a la Virgen María, y oraciones por la Nueva Evangelización dieron fin a la reunión.
Ernesto Juliá Díaz
ernesto.julia@gmail.com